viernes. 26.04.2024
biden consejo europeo
Biden en la Cumbre UE-EE.UU. (Junio de 2021)
 

Siempre se dijo que los españoles éramos más papistas que el Papa. Y -aunque sea en el mundo del laicismo- parece que seguimos empeñados en demostrarlo, incluso a día de hoy. Nadie ha contado con nosotros para las conversaciones sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania. De modo que, en las recentísimas conversaciones de Berlín sobre el tema, España no estaba sentada a la mesa. Y no me atrevo a calificar el hecho como bueno o malo aunque, para ser realistas, no descubrimos nada nuevo si decimos que, en la estrategia geopolítica, España no tiene una presencia destacable en relación con los temas de Ucrania.

Bien es verdad que en España residen 115.186 ucranianos, que apenas alcanzan el 2,15% del total de 5,37 millones de inmigrantes en nuestro país. También es cierto que España importa de Ucrania el 27% del trigo total que importa del exterior. Pero no veo a nuestro país pasando a la Historia como partícipe de una supuesta “guerra del trigo”. Y en cuanto a nuestras exportaciones tampoco es que acaparen un porcentaje significativo de las exportaciones de la UE a dicho país.

Por ello, me llenó de gran sorpresa, y un punto no sé si de vergüenza o indignación, ver en las televisiones españolas a la ministra de Defensa (que con un innegable pundonor patrio suele apuntarse a todos los bombardeos) alistándonos de voluntarios a una guerra todavía inexistente, con el ofrecimiento de la participación de cazas españoles a desplegar en Bulgaria.

A decir verdad, para lo que menos hay que mostrar demasiada prisa es para apuntarse a una guerra. Porque de una guerra no puede salir nada bueno. Y porque, personalmente, sigo siendo partidario (a pesar de Putin) del sabio propósito del general De Gaulle de trabajar por una Europa que abarque desde el Atlántico hasta los Urales.

Es cierto que España pertenece a la OTAN y a la Unión Europea, y tiene que hacer honor a su pertenencia. Pero a una guerra -a no ser que sea defensiva, o de clara intervención humanitaria- es mejor que nos tengan que llevar. Pero de voluntarios entusiastas, nunca.

Sé que las “razones de Estado” a veces son inescrutables, incluso para quienes las manejan. Pero por muy avanzada e inevitable que Biden considere la invasión de Ucrania por parte de Rusia, antes de entrar en una guerra hay muchas negociaciones sobre las que tratar. Más que a la ministra de Defensa, hubiera preferido ver al ministro de Exteriores ofreciendo alguna fórmula de negociación, si es que tenemos alguna: que tampoco podemos tener respuesta para todo, especialmente cuando no forma parte de nuestra participación directa. Y tal vez por eso no haya salido el ministro de Exteriores. Muy coherente.

A Europa le interesa, por encima de todo, la estabilidad geopolítica en el entorno de su territorio

Con todos los respetos para nuestro aliado Biden -y vista su inquietud por remover el tablero internacional desde que ha tenido que abandonar Afganistán- me atrevería a decir que en este caso está “disparando con pólvora del rey”: porque quien más se juega su futuro en todo este asunto es la Europa que -entre otras cosas- depende, en más del 40%, del gas de Rusia. Y bien es cierto que los Estados Unidos son el principal aliado político y comercial de Europa. Pero la alianza no puede convertirse nunca en supeditación, porque en ese mismo momento comienza a perderse el pie de igualdad en el que los aliados deben moverse. Y -al margen del gas- a Europa le interesa, por encima de todo, la estabilidad geopolítica en el entorno de su territorio.

Es verdad que las políticas, mitad erráticas, mitad diabólicas, de Putin no ayudan gran cosa. Pero las prisas bélicas de Biden y su secretario de Estado Blinken, tampoco son tranquilizadoras, entre otros motivos, porque pretenden ser arrolladoras, y porque vistas muy desde la objetividad más desinteresada, tienen la pinta de proceder de vaqueros de “gatillo fácil”. Y “más de lo mismo” es lo que menos necesita nuestro mundo en estos momentos.

Y, créanme que no hablo por hablar: porque en un año hemos visto cómo nos han condicionado para que no termine de corroborarse el acuerdo con China, firmado en diciembre de 2020, sobre cooperación en inversiones mutuas; cómo se han alterado las aguas de los mares que tienen que ver con China, perjudicando incluso a un socio europeo (Francia en concreto) en un contrato de submarinos para Australia, cómo se han puesto en tensión toda la política taiwanesa, mezclándola, ¿cómo no? incluso con asesoramiento militar.

Creo que abogar serenamente para prolongar todo lo que haga falta unas negociaciones, echándole imaginación, creatividad, y mucha habilidad, es el papel que hay que jugar en estos momentos. Colocarse en la psicología de los momentos previos al día D, hora H puede ser el primer paso para el desastre.

Y me atrevo a proclamarlo con voz clara: no. No tenemos interés, y creo que tampoco motivos, para apuntarnos a la guerra. Más bien tenemos la obligación -si logramos influencia en ello- de aportar razones, y razón, para el entendimiento y no para el enfrentamiento bélico. Y lo mismo que pienso para España es lo que proclamo para Europa.

Ojo con el ardor guerrero