viernes. 19.04.2024
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Sin Violencia somos más

La situación actual, con la invasión rusa de Ucrania, ha creado un nuevo reto, con la reconfiguración de aliados y adversarios y nuevos discursos.

Frente al simplismo que se suele adjudicar a las izquierdas alternativas y pacifistas, como dice el intelectual francés Edgar Morin, es preciso un pensamiento complejo, combinando varias contradicciones y conflictos, así como estrategias realistas y multidimensionales y, al mismo tiempo, coherentes con los valores democráticos e igualitarios.

Precisamente, ahora no solo asistimos a una burda simplificación por la mayoría de los gobernantes y poderosos (la OTAN buena, Rusia mala), sino que todavía más, se ha desencadenado una presión política, mediática y moral para adscribirse a una opción simple: el apoyo a la OTAN.

Y aunque queden residuos de algunos sectores prosoviéticos y prorrusos (incluidos sectores ultraderechistas), con posiciones simplificadoras que justifican a Putin y sus incursiones imperiales y ultraconservadoras, con aquella idea de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, esas posiciones nunca han tenido mucho peso en el movimiento pacifista y en la izquierda europea.

Ahora el simplismo corre, principalmente, a cargo del poder establecido y sus brazos mediáticos, estigmatizando cualquier crítica al militarismo de la OTAN.

Pero ello les impide conocer la verdad de los hechos y elaborar respuestas adecuadas a los intereses de la ciudadanía. Por mucho poder que tengan la realidad se está abriendo paso. El pensamiento complejo, necesariamente crítico, aparte de ser objetivo debe tener una funcionalidad ética, los derechos humanos y la democracia o los valores de igualdad, libertad y solidaridad.

Son los fundamentos cívicos de la sociedad y de la convivencia de la humanidad. Es la tensión con el realismo de las relaciones de poder y para generar una masiva tendencia pacifista que condicione el diseño estratégico y la identidad europea.

Junto con un pensamiento complejo es necesario un enfoque realista ligado a una teoría crítica, igualitaria-emancipadora-solidaria, es decir, a los grandes valores del progresismo europeo y los derechos humanos. La tendencia mayoritaria en las élites políticas e intelectuales es el posibilismo adaptativo a las dinámicas dominantes de los poderosos.

Es cuando en nombre del realismo analítico y político se desplazan los ‘principios’, se manipulan o se quedan en retórica formalista. Se trata del oportunismo convencional.

Y la democracia, la paz, la seguridad y el bienestar social siguen siendo objetivos fundamentales

Desde luego, existen fundamentalismos y fanatismos. Pero estoy mencionando las readecuaciones estratégicas y de discursos, a veces cínicos, en momentos críticos donde se ventilan identidades políticas, trayectorias de legitimación política y procesos transformadores.

El designio adaptativo no es a la realidad del poder y sus intereses. El faro son las necesidades y demandas de las mayorías populares, atendiendo a la realidad de las relaciones de fuerzas sociopolíticas y, en su caso, de los equilibrios estratégico-militares y de poder.

Un hecho llamativo, que señala bien Jürgen Habermas, ha sido el giro atlantista y militarista de los líderes de los Verdes alemanes, desde su inicial y constituyente cultura pacifista contra los euromisiles de la OTAN, como estrategia ofensiva. Ahora lo intentan legitimar a través de una reinterpretación simplista de la defensa de los derechos humanos y la soberanía de Ucrania, sin considerar implicaciones y consecuencias, así como sin coherencia con sus anteriores principios pacifistas. Todo ello con el aplauso de la derecha alemana y el Gobierno estadounidense (y ucranio), con el pasmo de la dirección socialdemócrata que recibe sus críticas por su prudente actitud.

Otro ejemplo, doméstico, es el giro de la posición sobre el Sahara, de la parte socialista del Gobierno con su Presidente al frente.

Ya no valen los principios de legalidad internacional, soberanía e integridad territorial de un país bajo la responsabilidad y administración de España y con la cobertura de la ONU. Lo ‘realista’, en este caso posibilista, es renunciar a ello, admitiendo su anexión por el Régimen marroquí (con el aval estadounidense y francés), bajo el chantaje de su amenaza sobre Ceuta y Melilla.

Aparte de la pérdida de credibilidad internacional y legitimidad cívica para defender esos principios (empezando por el conflicto en Ucrania) y las consecuencias derivadas de la enemistad con el pueblo saharaui y Argelia, desde el punto de vista realista tampoco se ha asegurado la españolidad de esas plazas hispano-africanas.

Es más, el propio Rey Felipe VI, en su discurso ante los embajadores de la OTAN en la reciente conmemoración por la entrada de España, ha puesto el énfasis de los intereses españoles por garantizar el flanco sur de la OTAN, o sea, por asegurar la españolidad de Ceuta y Melilla, cuando la alianza atlántica se ha desentendido de ella al considerar que es de competencia exclusiva para España. La inquietud por la soberanía e integridad territorial española tiene fundamento, a pesar de la concesión ilegal sobre el Sahara.

Dejando aparte la probable intromisión marroquí en la vigilancia al Presidente Sánchez y la ministra de Defensa Robles a través del sistema Pegasus, la respuesta institucional a su amenaza siempre quedaría en manos del propio ejército español, cosa que causa zozobra, dada la experiencia de 1975 con el Sahara.

Una vez incumplidos los principios de soberanía e integridad territorial, al igual que EEUU en otros casos, y utilizarlos según convenga a los respectivos intereses nacionales (o imperiales), la prioridad política viene determinada por las desnudas relaciones de poder. Y la deriva inmediatista es a la adaptación a la voluntad del que manda, sin referencias estratégicas coherentes o legitimidad pública.

En definitiva, no es suficiente poner en el mismo plano, en todos los momentos y circunstancias, quiénes son los malos o los buenos. Esa inercia rígida es mala consejera para explicar los cambios, explicar los grises y las ambivalencias y elaborar alternativas adecuadas. Hay que analizar el papel de los actores en cada contexto y combinar las distintas prioridades.

Eso sí, para evitar caer en el posibilismo adaptativo y hacer frente a las dinámicas reaccionarias y autoritarias, hay que considerar los grandes valores asentados en la experiencia igualitaria-emancipadora-solidaria de la humanidad.

Las estrategias alternativas deben ser realistas y tener en cuenta las grandes tendencias estructurales y sociopolíticas de fondo. Y la democracia, la paz, la seguridad y el bienestar social siguen siendo objetivos fundamentales.

Antonio Antón

Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

Un nuevo pacifismo realista y ético