jueves. 28.03.2024
 

La guerra, no es un mal menor, al menos eso vengo entendiendo y podría desprenderse de las distintas aportaciones que la mayoría de partidos políticos, así como desde distintos medios de comunicación nos dicen. Y es que uno tiene la sensación de que hay una necesidad imperiosa por solucionar las cosas por la fuerza, no entraré, para sentirme más cómodo existencialmente hablando, en las posibles contradicciones como docente, ni como formador de futuros/as maestras/os, sino que intentaré entrar en lo importante desde lo social; o lo que así nos han querido afirmar: la geopolítica.

Pues tengo la impresión que hablar de geopolítica es entrar en ese otro mundo paralelo, donde todo puede o podría ser disculpado y donde todo parece o puede funcionar de otra manera. Es aquí cuando la máxima de la paz se ve como esa quimera que queda más que sin sentido y las necesidades entre iguales comienzan a ser diferencias entre los diferentes. La geopolítica es el término para entrar de lleno en el inconsciente de Orwell y en la necesidad de la guerra, pues se convierte la geopolítica en pura metafísica, en el más allá, es la misma fundamentación que se nos da ante la existencia o la probabilidad de conocer a Dios. Dios es algo imposible de mostrar su existencia, pero existe. La guerra es algo que nunca debe darse, pero se da. La metafísica en ambos casos se convierte en el sustento omnipotente del que no podemos salir y en el que solo podemos callar y obedecer.    

Y es que en el caso que nos ocupa (Ucrania) de nada serviría entrar a valorar los intereses de EEUU en Europa, ni de la falta de opinión consensuada de ésta, como tampoco nos serviría poner en relación por qué ahora EEUU muestra un gran interés por la UE y que Ucrania se una a ese proyecto tan interesante y sin embargo ayudó en todo lo posible y más en que Gran Bretaña se saliese de esa misma Unión Europea. Tampoco deberíamos analizar si la OTAN ha consensuado documento interno alguno al respecto o si venimos tomando la parte (EEUU) como el todo (OTAN) o qué decir de la ONU (muerta desde el 2017). Ni por supuesto los posibles beneficios financieros de “lobbies” armamentísticos, mayoría de ellos estadounidenses, en estos momentos “prebélicos”.

Y es que la guerra entre sus principales objetivos hoy no sería la de conquistar nuevos territorios y sí la conquista de estados mentales.

Pero me interesa aquí y ahora focalizar la atención sobre la siguiente máxima de… “Siempre estaremos en guerra”; es decir, siempre necesitaremos de la guerra y nunca viviremos en paz, el ser humano insistía de manera muy básica Hobbeses un lobo para sí mismo”, a lo que tendríamos que añadir que la guerra además genera un estado de psicología constante y entender que ésta se conforma como una unidad primaria (naturaleza) del ser humano. Puede o podría tener un sentido más que evidente, sobre todo cuando esto no es así y deberíamos partir de que la violencia no es más que una reacción, secundaria, una producción humana, respondiendo por tanto a que la violencia pertenece a la cultura de una sociedad.

Entonces y de ser así, podríamos afirmar que la guerra sí es una necesidad, pero no una necesidad humana, sino una necesidad cultural y estructural que una determinada sociedad (modelo de sociedad) intentará imponer y hacerla pasar como la más primaria posible y de esa manera estar siempre quedaría justificado como algo natural y consustancial. Y para ello es imprescindible un sujeto ignorante crédulo en el que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continua sensación orgiástica de triunfo por el triunfo. Capaz de vivir en una sociedad del letargo y de un modelo de sociedad jerarquizada no importa tanto si hay o no guerra, lo importante aquí sería el clima constante pre-bélico que asegura una peculiar atmósfera y a la vez indispensable, que da sentido e identidad. Por lo tanto, la guerra no está desprovista de fines útiles y sociales pues entre otras muchas funciones geopolíticas tiene una más allá, la de crear sociedad y mantenerla intacta.

Crear una masa capaz de asumir que siempre será mejor una sociedad injustamente desigual sin guerra que una sociedad igualmente justa en la guerra

Y es que la guerra entre sus principales objetivos hoy no sería la de conquistar nuevos territorios y sí la conquista de estados mentales. Desde ahí, la guerra se convierte en una fase más de la política, una necesidad de la política, algo que de manera profunda nos mantiene ante una constante espada de Damocles. Lo que podríamos llegar a ser si ésta se da. La guerra normaliza la tensión y enfrentamientos de unos sobre otros, dejando claro su intención, la de hacer sociedad y sobre todo crear una masa capaz de asumir que siempre será mejor una sociedad injustamente desigual sin guerra que una sociedad igualmente justa en la guerra.

Desde ahí podríamos pensar que el sentido trágico de la guerra es en sí mismo su sentido y necesidad. Pensar que los Estados modernos y demócratas tras la segunda guerra mundial frenarían el sinsentido y funcionalidad de la guerra es lo quimérico. Uno de los primeros historiadores con ciertos tintes antropológicos, Heródoto, fue de los primeros en ocuparse de los conflictos bélicos, en especial entre persas y atenienses y a lo más que llegó fue a la subjetividad de la misma; lo que me recuerda que la guerra sí cumple una función o mejor dicho ha ido cumpliendo distintas funciones sociales al servicio del aquí y del ahora. Entonces, podríamos considerar, lo vengo avanzado desde hace tiempo, que el consenso o la obligación del consenso no es tan ideal como puede parecerlo, y que éste en demasiadas ocasiones termina en tensionar y generar enfrentamientos irreconciliables. La política y la cultura social debieran entrar en un nuevo paradigma, el del constante disenso y desde ahí aspirar a plantear al menos la duda de poder coexistir con el otro y que nuestro sino es que nunca terminaremos en consenso. Asumamos eso y tal vez ahora sí cabría preguntarse… ¿la guerra… una necesidad más? 

Otros textos del autor:

La guerra: Una necesidad más