martes. 19.03.2024
felipe

"Sólo hay dos fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu.
A la larga, la espada siempre será conquistada por el espíritu

(Napoleón Bonaparte)


Hay algunas espadas que parecen haber adquirido vida propia y sobrevivido con mucho a sus portadores, por famosos que fueran estos en su época. Es lo que ocurre por ejemplo con Excalibur protagonista de una película fechada en 1981 donde se adapta un relato renacentista debido a Thomas Malory sobre la leyenda del rey Arturo. Este deviene rey de Inglaterra gracias a la espada cuando logra extraerla por casualidad y entre chanzas tras intentarlo numerosos caballeros que aspiraban al trono. La espada vuelve finalmente a manos de su forjadora, la Dama del Lago, dejando en suspenso su futura reaparición, lo que no sucede ni tan siquiera con el Mago Merlín o la pérfida Morgana.

Es imposible imaginarse al Cid Campeador sin empuñar la Tizona, llamada Tizón en el Cantar del mío Cid por aquello de atizar y remover las brasas avivando el fuego. Como escenifica Charlton Heston la película de Anthony Mann, según la leyenda, la espada del Cid habría ganado batallas a título póstumo siendo empuñada por un cadáver, dado el respeto que infundía en sus enemigos. Las historias que circulan respecto a sus orígenes y los ulteriores poseedores dan mucho de sí. Por otra parte, sucede como con la Santa Cruz cuyos fragmentos reunidos darían más madera que todo un bosque y hay varias espadas que se han identificado como Tizonas, una de las cuales era exhibida con orgullo en el antiguo Museo del Ejército.

La más utilizada con todo es una de naturaleza mítica que hizo célebre Cicerón al utilizarla como metáfora y recordarnos que la muerte pende sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles. Este personaje habría sido un adulador del tirano Dionisio de Siracusa. Harto este de oír sus hueras alabanzas relativas a su grandeza e inmensa suerte, decide invitarle a un banquete donde puede satisfacer cualquiera de sus deseos gastronómicos o carnales como si fuera el mismo rey. Damocles no da crédito a semejante agasajo, pero pierde todos los apetitos al reparar que sobre su cabeza hay una espada y que, al estar sujeta sólo por una crin, bien pudiera desplomarse con suma facilidad y acabar con su vida de un solo tajo. Entre las muchas interpretaciones que circulan está la de recordarles a los poderosos y acaudalados cuán fútil puede ser su poder o bienestar material.

Un símbolo de libertad lo es dígalo Agamenón o su porquero, aun cuando el primero pueda no estar de acuerdo si eso logra regocijar al segundo

Pero estas líneas han sido motivadas por un suceso más cercano. Felipe VI no se levantó ante la espada de Bolívar. Seguramente no lo hizo como un acto de protesta ideológica, reivindicando con ello el virreinato de Nueva Granada, sino simplemente porque no sabía qué hacer al no estar programado en el protocolo del evento. Iván Duque se había negado a que un símbolo tan poderoso presidiera la investidura como nuevo presidente colombiano de Gustavo Petro, consiguiendo con ello realzar el halo simbólico de la espada, porque hubo de ser la primera orden impartida por el sucesor nada más tomar posesión. El acto se alargó por esa causa, pues tuvieron que traer la emblemática espada desde su alojamiento afortunadamente no muy lejano.

En este caso la espada también tiene su propia biografía donde se anudan los datos históricos con el mito del Libertadory todo tipo de leyendas. Como se nos ha recordado estos días la guerrilla del M-19 robó este símbolo en 1974 y afirmaron que sólo la devolverían cuando Colombia recuperase su secuestrada libertad. Para un antiguo militante del M-19 resultaba por tanto crucial contar con la espada en su toma de posesión, aun cuando fuera devuelta en 1991 gracias a un acuerdo que protagonizó el propio Petro. En la ficción esta espada habría llegado a manos de aquel Pablo Escobar que quiso presidir Colombia, tal como recrea sugestivamente la televisiva Narcos. Aunque no sucediese así, lo cierto es que resulta verosímil imaginar algo similar cuando se desconocía el paradero de la espada.

Desde luego, es mucho más interesante reparar en lo que representa como símbolo y apreciar que algo está cambiando en países como Chile o Colombia. El nuevo inquilino del Palacio de la Moneda reivindica sin complejos las ideas defendidas por Allende, aunque resulte complicado revertir la herencia del dictador golpista de cuyo nombre no quiero acordarme. Colombia tiene una vicepresidenta de color, un gobierno paritario y un presidente que pretende aplicar una política de reconciliación inédita en un país donde los candidatos no llegaban a las urnas por sufrir atentados mortales, como nos cuenta Fernando Trueba en El olvido que seremos, adaptación cinematográfica del relato homónimo de Héctor Abad Faciolince sobre su padre.

Quedemos atentos a este apasionante proceso de cambios políticos que resultan prometedores para unas ciudadanías muy escépticas con sus políticos, por si podemos aprender algo en lo tocante a resolver conflictos aparentemente irreconciliables, y dejemos de distraernos por gestos como el atribuido al jefe del Estado español, quien por fortuna en su actual tiene un papel meramente representativo y de cuyas intenciones en ese acto tan sólo él puede juzgar con mayor criterio.

Tal como asevera Séneca una espada nunca ha matado a nadie y sólo es una herramienta en manos del asesino. Similarmente podemos instrumentalizar de muy distinta manera las espadas que perduran en el ámbito simbólico, tal como sucede con la imaginaria espada de Damocles o la muy politizada espada de Simón Bolívar. Podemos aprender mucho de su significado y también nos cabe arruinarlo sin tomar nota de sus instructivas moralejas. Un símbolo de libertad lo es dígalo Agamenón o su porquero, aun cuando el primero pueda no estar de acuerdo si eso logra regocijar al segundo.

Espadas célebres: De Damocles a Bolívar