martes. 30.04.2024
Jens_Stoltenberg
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, en la conferencia de prensa celebrada el pasado 14 de febrero en Bruselas donde se reunión con los ministros de Defensa de la UE.

No hace muchos días, el pasado miércoles 21 de febrero, nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, alertaba en el Círculo de Bella Artes madrileño, durante un debate-coloquio sobre Dos años después de la invasión de Ucrania, de que “Existe un riesgo real de que el presidente ruso Vladimir Putin ataque a un país de la OTAN a corto o medio plazo… no hay que bajar la guardia” y, en declaraciones posteriores, confirmó que, en la OTAN, todos los países son conscientes de ello, por lo que “Europa debe seguir potenciando sus capacidades militares”.

En román paladino, “si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra), viejo adagio romano de inapelable confirmación histórica, pero quizás no suficiente si se toma de forma aislada, como única consideración a tener en cuenta. Quizás habría que complementarlo con algo así como “si vis pacem, non inimicum lacessus” (si quieres la paz, no hostigues a tu posible adversario).

Porque recordar la ocupación de Crimea en febrero/marzo de 2014, el apoyo a un Donbás secesionista y la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, no queriendo recordar los compromisos (informales, de acuerdo, no están recogidos en ningún documento oficial, pero sí en las transcripciones de las reuniones) que la OTAN contrajo con la Rusia de Gorbachov -en uno de los momentos más inciertos (bajos) de su historia debido a la implosión de la URSS- de que la OTAN no se extendería al este y no llegaría hasta las fronteras rusas; no recordar la presión y presencia estadounidense y europea (en definitiva, de la OTAN y la UE) en la Revolución Naranja ucraniana de 2004-2005 contra el presidente Yanukovich; no recordar la presión y presencia estadounidense y europea en el Euromaidán ucraniano de noviembre de 2013, cuando el presidente Yanukovich, democráticamente elegido presidente del país, decidió rechazar el Acuerdo de Asociación Comercial con la Unión Europea en beneficio de su incorporación a la Unión Aduanera Euroasiática; etcétera; es hacerse trampas en el solitario.

Como lo es echarse las manos a la cabeza por el asesinato de Navalny, mientras se persigue con saña a Assange, que también puede acabar sentenciado a muerte, por haber proporcionado un cierto material que se alega puede afectar a la seguridad de Estados Unidos.      

¿Por qué, entonces, este intento de alarma social preventiva? Porque las declaraciones de la señora Robles no son algo aislado y no concertado, sino una postura generalizada en el ámbito OTAN+, una especie de pacto publicitario que vaya poco a poco justificando ese aumento progresivo (¿e inacabable?) de los presupuestos de seguridad y defensa que se necesitan para seguir siendo los directores de la geopolítica mundial, de ese mundo que pretendemos que se siga rigiendo por (nuestras) normas financieras, económicas y políticas; ahora que China (¿y la India?) nos está empezando a desafiar en los terrenos comercial y tecnológico; ahora que  al “bloque occidental” (OTAN+) le ha salido el grano, todavía incipiente, de los BRICS+; ahora que se nos está empezando a echar de esos patios traseros (coloniales) que llevan siendo tanto tiempo África para los europeos y Latinoamérica para los norteamericanos; ahora que esa “raza superior” que durante tanto tiempo hemos creído ser los llamados “occidentales” empieza a ser cada vez más contestada desde cada vez más direcciones.

La guerra de Ucrania no se va a resolver con más armamento y financiación

La guerra de Ucrania no se va a resolver con más armamento y financiación. Ucrania se va a agotar antes que Rusia, por elementales razones de extensión, demografía y recursos, lo que nos debería hacer recordar la vieja máxima de Clausewitz de que la victoria no consiste tanto en la destrucción de la capacidad física del contrario, como en la destrucción de su capacidad anímica, de su voluntad, de seguir luchando. De hecho, no ya Ucrania, sino los propios países europeos e, incluso Estados Unidos, muestran en ciertos momentos y de variadas formas, ese principio de “cansancio anímico de seguir luchando”.   

Porque los objetivos de ambos contendientes en estos momentos no son equiparables. Ucrania, y por lo tanto la OTAN/UE, necesitan ganar la guerra, expulsar a las tropas rusas de su territorio, mientras Rusia, descartada aquella vieja ilusión de “desnazificar Ucrania e imponer un Gobierno títere, aliado o como quiera llamársele” y tras el fracaso de su inicial guerra relámpago sobre Kiev y las fronteras ucranianas y de la inesperada y eficiente capacidad de reacción ucraniana, recuperando en breve tiempo todo el territorio no rebelde (Donbás), ha rebajado sus aspiraciones a mantener Crimea y el Donbass, que con bastante probabilidad conseguiría con un referéndum en ambos territorios, y con el compromiso OTAN/Ucrania, mediante Acuerdo/Tratado formal avalado por las Naciones Unidas, de neutralidad ucraniana fuera de la OTAN (no necesariamente de la Unión Europea) y sin despliegue de fuerzas o instalaciones militares extranjeras en su territorio.

Lo primero, ganar la guerra, expulsar a las tropas rusas de todo el territorio ucraniano, no parece hoy por hoy factible, por mucho que aumentemos los presupuestos de defensa y seguridad y gastemos en Ucrania gran parte de ellos, salvo interviniendo directamente en la guerra con tropas sobre el terreno (por tierra, mar y/o aire), lo que perfectamente podríamos llamar una guerra nuclear mundial.

Lo segundo, una pérdida de territorio ucraniano a cambio del fin de las muertes y la destrucción y de un compromiso de seguridad futura a largo plazo para Ucrania; incluso de seguridad interna, porque las poblaciones crimeas y del Donbass bajo control y soberanía ucranianas serían un cuasi-eterno problema de revueltas, rebeliones e incluso terrorismo; parece más factible, por más comprensible.  

El principal problema en el que se encuentra la OTAN es renunciar al intento de ganar la guerra militarmente

Este es, en consecuencia, el problema ético-estratégico al que, creo, que se enfrentan en estos momentos los países de la OTAN y de la Unión Europea, especialmente los europeos: renunciar al harto difícil intento de ganar la guerra militarmente, buscando el mejor acuerdo posible con Rusia y la aquiescencia de Ucrania -que dejaría de ver cómo mueren a diario sus ciudadanos y cómo su territorio es devastado- devolviendo así la paz a Europa bajo el lema de si vis pacem, non inimicum lacessus. A no ser que la paz en Europa sea un precio que no nos resulte rentable si para ello tenemos que dejar de intentar seguir siendo los directores de la geopolítica mundial, de ese mundo que pretendemos que se siga rigiendo por (nuestras) normas financieras, económicas y políticas, para lo que se necesita esa herramienta de imposición que son los ejércitos más poderosos, y por lo tanto más caros, del mundo. Si para ello tenemos que asumir que no somos o que ya estamos dejando de ser esa “raza superior”, que tanto ha enseñado al mundo, y que durante tanto tiempo hemos creído ser. 

¿No será que “Europa debe seguir potenciando sus capacidades militares”, no porque realmente (o principalmente) “Exista un riesgo real de que el presidente ruso Vladimir Putin ataque a un país de la OTAN a corto o medio plazo” sino porque “exista un riesgo real de que perdamos la primogenitura de la dirección de la geopolítica mundial, de la que llevamos ya unos cinco siglos disfrutando”?

El dilema ético estratégico de la OTAN+