domingo. 28.04.2024
OTAN
 

El triunfo de la revolución cubana en enero de 1959 fue considerado por Estados Unidos como una amenaza a su seguridad interior, a sus intereses económicos y al dominio que ejercían sobre buena parte del continente americano. Eisenhower intentó acabar con ella mediante actos de sabotaje, atentados, quema de cosechas y el asesinato de sus principales dirigentes sin conseguir resultados. Por su parte J. F. Kennedy dio un paso más y armó a grupos de disidentes cubanos entrenados por la CIA para que invadiesen la isla penetrando por la Bahía de Cochinos en abril de 1961, invasión que fue atajada por Fidel Castro en tres días.

La fallida invasión fue utilizada por el régimen cubano para fomentar el patriotismo y el antiamericanismo de los cubanos, que con anterioridad estaba muy arraigado por los continuos ataques yanquis y por la presencia de los mismos en Guatánamo desde 1903. Ante el fracaso de la operación “Cochinos”, Kennedy decidió invadir la isla en serio, es decir enviando al ejército americano para acabar con Fidel Castro. La situación era tan crítica que Fidel decidió llamar a Jrushchov, decidiendo que la URRS instalaría en la isla misiles balísticos de alcance medio susceptibles de ser cargados con cabezas nucleares. Aunque Fidel Castro quería que la instalación de las bases soviéticas se hiciese con luz y taquígrafos para que todo el mundo supiera que la isla contaba con medios de defensa suficientes, el dirigente ruso se opuso, lo que no fue óbice para que los servicios secretos yanquis se enterasen del plan. Mientras Estados Unidos desplegó un gran número de buques de guerra para bloquear la isla, varios destructores soviéticos se dirigían a Cuba, llegando la tensión hasta el extremo de considerar ambas parte la posibilidad de una guerra nuclear que afectase no sólo a Cuba o Estados Unidos sino también a Turquía, donde los yanquis tenían misiles apuntando a Moscú, y Alemania, país que albergaba el mayor número de soldados norteamericanos en el exterior.

A finales de octubre de 1962 y con la oposición de Fidel, Jrushchov propuso a Kennedy un acuerdo basado en la retirada de los misiles balísticos soviéticos de la isla, el desmantelamiento de los misiles nucleares norteamericanos de Italia y Turquía y la promesa de los norteamericanos de no intentar ninguna nueva invasión de la isla. De ese modo finalizó uno de los episodios más calientes de la Guerra Fría que posteriormente se desplazaría hacia el sureste asiático con epicentro en Vietnam.

Aunque el acuerdo entre Kennedy y Jrushchov evitó un desastre nuclear de proporciones terribles y la destrucción de Cuba, la isla seguiría hasta nuestros días sufriendo el brutal bloqueo marítimo y aéreo que le ha impedido desarrollar todas sus potencialidades.

Por lejano que parezca, aquellos episodios sucedidos en torno a Cuba en octubre de 1962 tienen mucho que ver con lo que actualmente sucede o puede suceder en Ucrania. Putin dijo hace unos años que el peor desastre que ha ocurrido en las últimas décadas al mundo fue la desaparición de la URSS y con ella del equilibrio preexistente.

Putin, antiguo agente del KGB, tiene muy poco de comunista, tan poco como los jefes a los que servía en tiempos de la URSS. Él se cree un zar y actúa como tal, eliminando a la oposición, fabricando leyes que permitan su reelección permanente y controlando, junto a los grandes capitalistas que se hicieron de oro con las privatizaciones, las grandes empresas energéticas del país. Los medios europeos aseguran que quiere reconstruir el antiguo imperio zarista y que su estrategia va encaminada a debilitar a la Unión Europea al crear disensiones en el seno de la misma sobre las medidas a tomar. Por su parte, el Presidente de Ucrania, un cómico con veleidades “apolíticas”, ignora los vínculos históricos, económicos y culturales de su nación con Rusia y pretende aliarse con potencias occidentales como respuesta a la ocupación de Crimea.

Cuando un presidente norteamericano tiene problemas, un recurso fácil es montar una guerra o al menos crear una sensación prebélica

Al otro lado de la barricada se sitúan Biden y su gobierno en horas bajas por el bloqueo a sus medidas más determinantes por parte del Senado, los jueces conservadores y la opinión pública neofascista; el extrafalario y ridículo primer ministro del Reino Unido, sacudido por sus fiestas adolescentes y su propia estulticia, y la Unión Europea, dividida entre los que quieren una solución diplomática que impida el agravamiento de la situación económica, y quienes parecen desear una guerra que borre todos sus problemas creando otro monstruoso.

Está claro que cuando un presidente norteamericano tiene problemas, y Biden los tiene ante el ataque incesante de la ultraderecha, un recurso fácil es montar una guerra o al menos crear una sensación prebélica, estrategia que siempre ha unido al país y enfervorizados a sus ciudadanos más elementales: El problema ahora es que se puede ir lejos, pero no tan lejos como podría apetecer a algunos. Aunque Rusia no es la antigua URSS, es evidente que todo el mundo conoce el poder destructivo de su arsenal nuclear, capaz de destruir el planeta varias veces, también la personalidad megalómana del pequeño Putin, de quien cabe sospechar que no dudaría, llegado el caso, en usar lo que tiene.

En esta tesitura los medios de desinformación nos muestran una y otra vez fotografías aéreas de tropas y tanques soviéticos bajo la nieve en las proximidades de la frontera ucraniana. Siempre son las mismas imágenes y siempre -aunque según dicen Moscú no para de aumentar sus efectivos- cien mil soldados los que están acampados a la espera de órdenes. Nadie, o casi nadie, ha querido darle la vuelta a la situación porque aquí se trata de obedecer al amigo americano y aceptar todo lo que nos diga a pies juntillas, pero es muy fácil plantearla al hilo de lo que pasó en Cuba en octubre de 1962: ¿Qué haría Estados Unidos si China y Rusia instalasen bases nucleares en México, Santo Domingo o Canadá? ¿Qué sucedería si las costas yanquis se viesen asediadas constantemente por portaviones de otras potencias?

Putin es un desalmado, pero si alguien a estas altura defiende la guerra con una potencia nuclear, si alguien cree que se pueden mandar a miles de inocentes a morir como si no hubiésemos padecidos dos terribles guerras mundiales durante el pasado siglo con millones de muertos y heridos y miles de ciudades destruidas es que definitivamente hemos perdido la cabeza y nos merecemos lo peor, es más si a tal convencimiento han llegado quienes rigen el mundo, quienes les votan y quienes no les votan, es posible que lo mejor que pueda pasar es que la especie humana se extinga, porque no sirve  como tal para otra cosa que para causar muerte y desolación.

Espero y deseo que el teatro que están montando con la anuencia de tertulianos, políticos de tres al cuarto y estúpidos de todas las clases quede solamente en eso, en teatro. En otro caso, el nuevo orden mundial será -que ya lo va siendo- la barbarie.
 

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