lunes. 29.04.2024

Se diría que dar más a quien dobla sus recursos y castigar al que teme perderlo todo no es precisamente una defensa de los desfavorecidos. Bien al contrario, la parábola de los talentos contenida en el evangelio de Mateo podría interpretarse como una bendición apostólica del capitalismo salvaje más despiadado e implacable, un canto laudatorio de la improductiva y depredadora especulación financiera, pese a que los designios del Señor sean inescrutables.

El haber apostatado recientemente no me libera en absoluto de asistir a funerales católicos, para poder cumplir con el rito social de dar el pésame a los deudos del difunto, al no existir todavía espacios civiles normalizados y accesibles que ofrezcan una clara equivalencia funcional. Otra conquista pendiente de la sociedad civil que no quiera comulgar con ciertas inercias del pasado. Como no me prodigo en estas liturgias, acostumbro a reparar en las lecturas que se hacen durante la ceremonia. Por lo que se ve no soy el único. Hace poco unos cuantos comentamos al salir, la sorpresa que nos deparó un pasaje bíblico que se ha hecho bastate celebre por inspirar el denominado efecto Mateo dentro del ámbito económico. Yo mismo lo he invocado muchas veces, pero reconozco que nunca lo había leído en su literalidad y la verdad es que no tiene desperdicio. Lamento no poder cotejar la traducción que manejo con el idioma original del texto, por si la mediación traicionara el relato del evangelista concernido. Me refiero a Mateo 25, 14-30. 

En un rinconcito de nuestro imaginario colectivo sigue agazapada la promesa del sueño americano como una meta sumamente deseable

Para más inri, tras declararlo como palabra de Dios, quien oficiaba la misa quiso convencer al auditorio de que dicha lectura se compadecía con esa especial sensibilidad manifestada por el Papa Francisco hacia los pobres. Les invito a leer esos versículos y juzgar si en realidad no viene más bien a bendecir una especulación financiera que podría servir como himno del ultra-neoliberalismo. Ignoraba que Leví de Galilea, el apóstol Mateo, se había dedicado antes a recaudar tributos. Este dato biográfico podría explicar el sentido último que tenga la parábola de los talentos. No confundamos el término con su acepción habitual, aunque resulte preferible hacerlo. Un talento era en aquel entonces una unidad pecuniaria equivalente a unos cinco mil denarios y por lo tanto a varios años de salario, pues un denario es lo que se cobraba ordinariamente por una jornada de trabajo. 

Mateo nos habla de un rico hacendado que, al marcharse de viaje, confía distintas cantidades de dinero a tres empleados, teniendo muy en cuenta por añadidura sus respectivas capacidades. Cuando regresa, quienes custodiaban un capital mayor, de cinco y dos taleros respectivamente, habían doblado la cifra inicial. Por el contrario, el de menor cuantía se había limitado a esconder su solitario talento porque temía perderle y sabía que no podía emular las habilidades de su señor, capaz de “segar allí donde no ha sembrado y recoger donde nada ha esparcido”, como esos inversionistas bursátiles que ganan dinero a espuertas en operaciones de dudosa moralidad y al margen del itinerario que recorra el dinero invertido, al que le puede ir mejor malvendiendo empresas y despidiendo a miles de trabajadores, 

A los que habían logrado duplicar el capital el señor les felicita por su éxito y les promete confiarles mucho más en el futuro como recompensa, mientras que al tercero le regaña sañudamente por su pereza, le despoja de cuanto tiene y ordena que lo arrojen a las tinieblas, tras decirle que “debía haber dado el dinero a los banqueros para recobrar su caudal con intereses” (sic). Esto no parece muy coherente con expulsar a los banqueros del templo, proclamando que no se debía convertir en “una cueva de ladrones”, tal como el antiguo recaudador de impuestos nos ha contado poco antes (Mateo 21, 12-13). Parecen dos consideraciones muy distintas del sistema bancario, aunque quizá solo se trate de una cuestión topológica y no hubiera problema con los negocios llevados a cabo fuera del recinto sagrado. 

El pasaje bíblico del evangelio de Mateo da qué pensar. El espíritu del capitalismo no sería un rasgo específico de la ética protestante

¿Qué faceta de Jesús prefiere uno imaginar en un hipotético Juicio Final? Quienes idolatran el dinero como bien supremo y patrón de todas las cosas lo tienen muy fácil. Serán partidarios de premiar a los acaparadores que acrecientan su patrimonio sin miramientos y despreciar a quienes tienen otras prioridades que no sean la del enriquecimiento personal. El síndrome del Tío Gilito siempre ha hecho fortuna -nunca mejor dicho- entre nosotros y sus adeptos nunca han dejado de considerarse superiores. Para colmo suelen creer que al velar en exclusiva por sus intereses ayudan filantrópica y automáticamente a los demás, al dar ejemplo y dinamizar el mercado con sus finanzas.

 Quienes no les imitan merecerían su pésima suerte y no serían susceptibles de compasión alguna. Lo malo es que muchos desheredados de la fortuna en el fondo piensan algo homologable, como demuestra ese concepto de aporofobia certeramente acuñado por Adela Cortina. En un rinconcito de nuestro imaginario colectivo sigue agazapada la promesa del sueño americano como una meta sumamente deseable. Como si el hacerse millonario fuera la única e indiscutible meta de nuestras vidas y todos quisiéramos convertirnos en comisionistas, intermediarios o algo aún peor, si cabe. 

Comoquiera que sea, el pasaje bíblico del evangelio de Mateo da qué pensar. El espíritu del capitalismo no sería un rasgo específico de la ética protestante, pace Weber. También estaría enraizado en ese sorpresivo efecto Mateo que menosprecia el ahorro y ensalza la especulación bancaria. Sin ir más lejos bajo esta luz evangélica cobraría pleno sentido la expresión de los beneficios caídos del cielo.

Aquí tienen la cita en cuestión: “¡Oh siervo malo y perezoso! Tú sabias que siego donde no siembro y recojo donde nada esparcí. Pues por eso mismo deberías haber dado a los banqueros mi dinero, para que yo a la vuelta recobrase mi caudal con los intereses. Quitadle aquel talento y dádselo a quien tiene diez talentos. Porque a quien tiene, habrá de dársele con abundancia; mas al que no tiene, se le quitará incluso lo que parece tener” (Mateo 25, 26-30). Esto avalaría fenómenos como el de Javier Milei y todos aquellos que defienden una eugenesia economicista. ¡También lloro por mí, Argentina

¿Una bendición apostólica del capitalismo salvaje?