jueves. 28.03.2024
Doctor Strangelove (1964)

Los acontecimientos se suceden a tal velocidad que es casi imposible analizar con detenimiento y profundidad —como han de hacerse los análisis— lo que está ocurriendo en suelo europeo, tanto en los territorios de retaguardia como en la línea de frente, considerando que todos estamos en guerra. 

Todos participamos de esta situación bélica, desencadenada por el dictador Vladímir Putin, aunque con responsabilidades de origen a compartir entre varias potencias occidentales, solo que la población ucraniana lo sufre en sus carnes, literalmente, y el resto de europeos lo sufrimos y sufriremos en nuestros bolsillos.

¿Qué necesidad tenemos de aumentar los gastos en defensa hasta alcanzar el 2% del PIB cuando ya invertimos entre todos unos 240 millardos de euros, el segundo mayor presupuesto militar del mundo tras los EEUU? 

Todos en Europa estamos salpicados por esta guerra en la que unos se quedan sin vivienda o sin un familiar reventado por una bomba (me da igual si vive en Kiev o en Lugansk) y otros se quedan sin calefacción, sin electricidad o sin combustible, o no pueden permitírselo.

Sin entrar a analizar la doble moral que venimos demostrando ante la empatía y ayuda humanitaria con los ucranianos (rubios y cristianos), olvidando o negándonos a recordar que otros pueblos oprimidos y masacrados (otro muestrario de colores y religiones: palestinos, kurdos, yemeníes, rohinyás, uigures, etc.) no cuentan ni siquiera con una reseña en lo más recóndito de los medios de comunicación, los europeos continuamos bajo el fuego cruzado de la propaganda y los discursos belicistas provenientes tanto del Kremlin y sus diversas versiones de RT por el mundo como de Washington y Bruselas y sus voceros oficiales. Y la verdad no está ni se la espera.

Se ha comprobado cómo la invasión rusa del 24 de febrero en Ucrania nos pilló a todos con el paso cambiado y, lejos de haber seguido la recta vía de una mayor autonomía política y estratégica para la UE, los remanentes nacionalistas de las principales potencias europeas (la UE es muy joven aún) han impedido que contáramos en ese momento crucial con las capacidades comunes, políticas y militares, para afrontar tamaño reto.

"Es trágico el hecho de que la UE sea incapaz de hacer nada ante la agresión rusa y sus consecuencias." General Jean-Pierre Perruche

En una interesante entrevista concedida al diario digital francés Mediapart el pasado 26 de octubre, el general francés Jean-Pierre Perruche califica de trágico el hecho de que la UE sea incapaz de hacer nada ante la agresión rusa y sus consecuencias. Este general, ahora retirado, sabe de lo que habla, pues tuvo altas responsabilidades tanto en la OTAN (jefe de Fuerza en Kosovo, jefe de misión en SHAPE) como en la UE (director del Estado Mayor) al considerar que en la Unión debería tomar las riendas con la creación de un órgano permanente de planificación militar operativa. 

Porque no basta con tener una instancia político-estratégica como es actualmente el Comité Militar de la UE (asistido por un estado mayor), sino que habría que poner en marcha un mando y estado mayor a nivel estratégico como tiene la OTAN (Allied Command Europe, ACO) que se dedique al análisis de las amenazas para la seguridad europea y la planificación permanente. Una guía incipiente sobre las amenazas ya la tenemos con la “Brújula Estratégica” que el Alto Representante Josep Borrell presentó en marzo de este año, aunque no es más que un punto de partida para que la UE pueda defenderse ante una combinación de amenazas que van desde la posibilidad de agresión armada, anexiones ilegales, regímenes autoritarios o estados fallidos. 

¿Cómo es posible que, siendo el conjunto de la economía de los 27 muy superior a la de Rusia y el presupuesto acumulado en materia de defensa cuatro veces mayor que el ruso, nuestro stock de armamento y munición se esté viendo (Borrell dixit) mermado por los envíos a Ucrania? ¿Qué necesidad tenemos de aumentar los gastos en defensa hasta alcanzar el 2% del PIB cuando ya invertimos entre todos unos 240 millardos de euros, el segundo mayor presupuesto militar del mundo tras los EEUU? Alguien nos está aconsejando mal y nos está llevando por un camino incierto.

Como antes comenté, al no haber hecho los deberes desde que nació la Europa de la Defensa, al comienzo de este siglo, un chaparrón inesperado nos ha pillado sin paraguas ni gabardina y nuestros dirigentes nos han metido bajo la marquesina americana, por mucho que la opinión pública no lo entienda. La cumbre OTAN celebrada en Madrid el pasado mes de junio ha refrendado el abandono de los líderes europeos en los brazos de la política exterior americana. El sueño de una autonomía estratégica se cubrió de una espesa niebla que, una vez disipada, se ha convertido en un “atlantismo renuente”, en expresión del analista Olivier Schmitt, aunque atlantismo al fin y al cabo. 

Pero no debería extrañar a nadie que en tiempos revueltos nuestro club europeo decida a la desesperada (winter is coming) ponerse en manos de quien pueda asegurar el suministro de energía, al precio (financiero y moral) que haga falta. Porque la labor continuada de zapa de socios quinta-columnistas, especialmente del grupo de Visegrado, está funcionando, y no sólo han conseguido debilitar o preterir la deseada autonomía estratégica europea, sino reforzar la política exterior norteamericana en detrimento de la nuestra, como muestra la intención de comprarles carísimos aviones de combate F-35 por parte de Alemania y muy probablemente España, mientras dejan a la zaga el proyecto europeo del Futuro Sistema Aéreo de Combate, FCAS.  

No me canso de escribir que Europa, más concretamente la UE, puede y debe ser un actor independiente en este mundo multipolar. Potencial económico y político no le falta, tan sólo la voluntad de sus dirigentes. Nuestro potencial militar, es decir, nuestra capacidad defensiva, que debe acompañarnos si queremos ser alguien en el juego de ajedrez mundial, ha de articularse en el seno de una dirección política única, es decir, un gobierno presidido por un líder legítimo elegido, aunque sea indirectamente, por los ciudadanos europeos. Instituciones para canalizar la elección no nos faltan: Parlamento Europeo y Consejo Europeo. Sólo así sería posible poner en marcha un ejército europeo.

Mientras, seguimos siendo para nuestros "amigos" americanos un punch cushion que les mantiene alejados de los eventuales golpes del ahora oficialmente enemigo ruso, a la par de una cartera de clientes fijos para su industria de armamento. Porque, ¿cómo es posible que casi 80 años después de finalizada la II Guerra Mundial sigamos teniendo bases americanas, navales y aéreas, con miles de soldados en territorio europeo? ¿No es eso una suerte de colonialismo? 

Los delirios expansionistas o paneslavos de Putin tienen su primera expresión en la invasión del vecino del sur y, aunque nos parezca lejano en el mapa, está afectando a nuestra economía, nuestra tranquilidad y nuestro bienestar. Cierne sobre todos nosotros, en especial sobre los alemanes, la negra sombra de las restricciones energéticas, escasez de productos y servicios, parón de la industria, estancamiento o recesión económica y su inevitable contagio a los demás países, en los próximos meses o años. 

Nunca creímos que Rusia fuera a invadir Ucrania y la realidad nos llegó como una bofetada. Seguimos creyendo que de ahí no pasará y que la fortaleza europea es inexpugnable…hasta que nos llegue la siguiente bofetada. Al parecer no aprendemos de la historia reciente, por mucho que tengamos a nuestra disposición obras que describen duramente lo que pasó hace no muchas décadas. Animo a leer la magistral obra Savage Continent, Europe in the aftermath of World War II, de Keith Lowe, o a ver la reciente película Sin novedad en el frente, de Edward Berger, donde se exponen de forma brutal las consecuencias de una guerra. 

No vivimos en estos momentos el militarismo rampante de 1914 y los nacionalismos europeos están más o menos disueltos en la salsa común de la Unión Europea, pero no debemos descartar que, si se endurecen en los próximos años las condiciones de vida de las familias, peligran los suministros y el estado del bienestar cae en picado, empezará primero la búsqueda de un chivo expiatorio entre los sectores más desprotegidos (inmigrantes, diferentes razas o religiones…), luego crecerá el fascismo y con él los nacionalismos para, finalmente, propiciar un ambiente tóxico en el que una simple chispa cause la deflagración fatal que nos haga retroceder un siglo. ¿Acaso no tenemos ya frente a nosotros un temible enemigo común como es el cambio climático? 

Urge la paralización de esta barbarie en Ucrania y sentarse a la mesa de negociación para construir una paz inmediata y duradera en la que todos los pueblos de Europa, incluido el ruso, podamos convivir en la creencia de que tenemos mucho que ganar juntos y mucho que perder separados y enfrentados. En esa mesa, algunas potencias no deberían tener asiento…

El atlantismo renuente como mal menor