jueves. 25.04.2024
buenos aires

El 19 de diciembre de 2001 comenzaba en Argentina una movilización popular que los medios del mundo reflejarían como “El Argentinazo”. El descontento social producido como consecuencia de las medidas económicas del Gobierno de Fernando de la Rúa, y la imposición del estado de sitio, acabaron en hartazgo colectivo.

​La explosión social fue la respuesta a un gobierno que había llevado a la pobreza a más de la mitad de la población. El hambre y la miseria potenciaron el grito común, el lema de la revuelta.: “¡Que se vayan todos!” fue entonces un clamor que recorrió cada rincón del país, mientras se producían saqueos a supermercados, represión y muerte. El 20 de diciembre a las 19:37 De la Rúa renunció a la presidencia y abandonó la Casa Rosada en helicóptero, mientras en la Plaza de Mayo ardían las barricadas.

Las imágenes de aquellos sucesos recorrieron el mundo. Para los medios de la derecha argentina había habido “muertos” y no “asesinados”. Clarín y La Nación, dueños de una verdad caprichosa, fueron los encargados de distraer la atención en pos de librar de responsabilidades a la plana mayor del gobierno argentino.

La efeméride nos encuentra hoy inmersos en otro “argentinazo”, aunque en esta oportunidad es la alegría popular la que se expresa en torno al obelisco porteño. El triunfo de la Selección Argentina de Fútbol en el Mundial de Qatar ha desatado la mejor de las locuras; esa que se manifiesta en los cientos de miles de rostros desencajados por una felicidad merecida que nos hincha de orgullo y que nos brinda la humilde satisfacción de sabernos nuevamente los dueños de la pelota.  

“Es solo fútbol”, dijo Lionel Scaloni en más de una oportunidad. Sin embargo el entrenador de la Selección Argentina sabe que es mucho más que eso. No ignora que las emociones forman parte de nuestra cultura, que un grito de gol es nuestro sentido común, tanto como lo son las lágrimas derramadas por una derrota. El fútbol no da soluciones a los problemas, pero sí alegrías. Y es por este motivo que la sociedad se lo agradece de una forma muy generosa.

Argentina es por estas horas una fiesta sin fin. Y el canto alegre nace y crece desde los suburbios hasta las zonas más adineradas del país. De Ushuaia a La Quiaca se replican los bises de los himnos futboleros, con sus acentos diversos y sus variadas tonalidades. Los cantan acá, pero también en Haití, en Bangladesh, en Ghana y hasta en Japón; un fenómeno que trasciende fronteras, que rompe mitos, que desdibuja los límites territoriales.

La alegría popular ha sepultado la efeméride. El mismo obelisco alrededor del cual ardían las barricadas del estallido social de 2001, es hoy el punto de encuentro de todas las felicidades que nos regala el fútbol. Y mientras los medios del mundo elogian en portada el desempeño de esta selección, Clarín y La Nación -siguiendo la misma lógica editorial que sostuvieron durante el mundial- decidieron para sus ediciones en papel enfundar sus tapas, hermanarlas comercialmente con una consigna simple. Pero ya se sabe. La realidad se puede tapar o hacer tapa. Paradójicamente ambos diarios taparon la imagen de Messi y el resto de los jugadores levantando la copa, y transformaron en portada a la compañía de cerveza sponsor de la selección. Un claro ejemplo de la alergia que siente la derecha argentina por la alegría popular.

Sea como fuere, nada empaña la felicidad que por estas horas invade cada rincón del país, que imprime voces e imágenes que se convertirán en iconografías de un momento inolvidable, de una épica que supimos conseguir.

Es solo fútbol, sí. Pero nos gusta. 

Argentinazos