viernes. 26.04.2024
alberto fernandez
El presidente argentino, Alberto Fernández, en el acto de celebración del Día de la Lealtad.

@jgonzalezok | Un año más, el peronismo conmemoró un nuevo aniversario del 17 de Octubre de 1945, fecha fundacional del movimiento, recordando la gigantesca movilización de 1945 que marcó la insólita alianza de un coronel populista -cautivado por el fascismo- y los trabajadores de la cada vez más poderosa industria que modificaría el paisaje del conurbano bonaerense.

Pero esta nueva celebración encuentra al peronismo en una crisis existencial sin precedentes. Acaba de perder las elecciones primarias del 12 de septiembre y va camino de perder aún más votos en las legislativas del 14 de noviembre. La ingente cantidad de dinero que el gobierno está usando con fines clientelistas parece no estar dando los frutos que pretende el gobierno, según las encuestas. Hay, además, una caída considerable del salario real de los trabajadores formales, así como de las jubilaciones. 

La prueba de las tribulaciones que afligen al movimiento más poderoso que tuvo la Argentina en su historia contemporánea pudo verse en cómo se desarrolló la celebración de la fecha, también conocida como Día de la Lealtad.

La central sindical CGT -los sindicatos son considerados la columna vertebral del peronismo-, convocaron a una manifestación el 18. Eligieron hacerlo en el Monumento al Trabajo, cerca de su sede, en vez de la Plaza de Mayo, el escenario que acogió históricamente todas las grandes celebraciones del peronismo.

Por el contrario, el presidente, Alberto Fernández, había convocado una concentración en la Plaza de Mayo, pero en cuestión de horas cambió dos veces de opinión y al final se apoderaron del acto los sectores más radicales del kirchnerismo. Ante la ausencia de las dos máximas autoridades del país y del movimiento -el presidente y su vice, Cristina Kirchner-, los dos únicos oradores fueron Hebe de Bonafini, presidente de la Asociación Madres de la Plaza de Mayo, y el ex vicepresidente Amado Boudou, condenado en todas las instancias por corrupción pero beneficiado por discutibles decisiones judiciales.

A pesar de que este acto fue convocado por el presidente, Hebe de Bonafini dedicó su discurso a criticar al primer mandatario, reprochándole que solo se reúne con los ricos y pidiendo que no se pague la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Lo mismo hizo el ex vicepresidente. A pesar de esto, la portavoz de Alberto Fernández, Gabriela Cerruti, dijo: “El presidente está contento con el acto” (sic).

Los asistentes a esta concentración, por otra parte, vieron cómo se vandalizaba el homenaje que se había hecho semanas antes a las víctimas del covid-19. Dos personas, ante la pasividad general, arrancaron y rasgaron las fotos que se habían puesto junto al   monumento a Manuel Belgrano, pisando las piedras que se habían depositado en el lugar, simbolizando a cada una de las víctimas.

Lo notable del acto es que Hebe de Bonafini puso contra las cuerdas a Alberto Fernández en presencia de varios ministros del gobierno y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, lo que deja en claro la escasa o nula autoridad que le resta al mandatario.

Históricamente, el peronismo se unió cuando fue gobierno y las disidencias surgieron con las derrotas. Pero ahora se da el caso de haber ganado hace solo dos años unas elecciones, gracias a la reconciliación de Cristina Kirchner con el peronismo tradicional, olvidando antiguos agravios.

Pero las disensiones internas son feroces y muestran que la reunificación fue forzada por la necesidad de recuperar el poder. Y que es la vicepresidente, Cristina Kirchner,  quien está marcando el rumbo del gobierno. Un itinerario atado a sus necesidades judiciales -aún tiene varios procesos de corrupción abiertos- y a la necesidad de alimentar su base de apoyo, que quiere una radicalización del gobierno. Uno de los problemas es que tanto Cristina Kirchner como sus aliados son también parte del fracaso electoral, aunque no se hacen cargo del mismo.

cartel 18 octubre argentina CGT

Cartel del 18 de Octubre de la CGT

En algunas ocasiones la división del peronismo tuvo efectos trágicos para todo el país. A Perón le gustaba decir que, durante su exilio, actuaba como el Padre Eterno, por encima de los diferentes grupos. A su vuelta al país, en 1973, vio cómo parte de la juventud, que fue fundamental para posibilitar su regreso, hizo frente a su autoridad impulsando cambios revolucionarios mediante la violencia, con trágicas consecuencias. Montoneros y la Triple A, junto a otros grupos de ultraderecha y ultraizquierda, se enfrentaron a tiros, todos en nombre de Perón. Y alimentaron el clima de golpe, que marcaría a sangre y fuego la tragedia argentina.

Otro momentos de división fueron menos aciagos. Cuando el gobierno de Menem se convirtió al neoliberalismo (1989-1999), abandonando las tradicionales banderas del peronismo, hubo grupos descontentos. Pero la habilidad del presidente logró capturar y doblegar a la habitualmente combativa CGT y reducir a su mínima expresión a los grupos combativos.

Una sentencia que suelen usar los militantes es la que afirma que los días más felices “siempre fueron peronistas”. Pero los tiempos actuales están desmontando este mito. Después de ser la fuerza política que gobernó por más tiempo en el país, casi la mitad de la población está en la pobreza o la indigencia; casi 12 millones de personas, sobre una población de 45 millones, sobrevive gracias a que recibe algún programa de ayuda social; y lo peor de todo es que el futuro no existe para la inmensa mayoría de los votantes peronistas, que configuran las capas más pobres de la población.

La historia puso al peronismo, por primera vez, ante la disyuntiva de gobernar en tiempos difíciles. Y las políticas populistas solo son sostenibles cuando hay recursos que repartir. Fue lo que sucedió con Néstor Kirchner, que tuvo un excepcional viento de cola con la soja -principal producto de exportación argentina- alcanzando precios excepcionales en el mercado internacional.

Así había sido también en el primer peronismo, cuando Argentina alimentó a la Europa hambrienta por la Segunda Guerra Mundial. Pero también entonces la situación cambió y el propio Perón tuvo que acudir a un plan de estabilización que cambió las condiciones de felicidad inicial. Alberto Fernández seguramente deberá encarar un plan de ajuste -anatema para el peronismo- después de las elecciones de noviembre. Le quedan dos años de mandato y debe llegar a un acuerdo con el FMI, si es que los grupos que responden a Cristina Kirchner no lo empujan al abismo.

El peronismo cumple años, desunido y derrotado