jueves. 28.03.2024
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Jimmy Akesson | Líder de los Demócratas de Suecia

Los nacional-populistas suecos han vivido una experiencia similar a la de otros de sus análogos europeos, en las elecciones legislativas del pasado domingo

Cada vez que un partido etiquetado como de extrema derecha cosecha un buen resultado electoral captura de forma desproporcionada el interés mediático (lo que amplifica la percepción de su influencia) y genera una supuesta alarma que alimenta precisamente lo que supuestamente se pretende frenar o combatir.

Hay que observar cierta tendencia a confundir los grupos descaradamente extremistas y violentos (neonazis, neofascistas, skin heads, gamberros racistas, etc.) con las formaciones nacional-populistas, cercanas pero no idénticas. Estos nacionalistas xenófobos han duplicado sus resultados electorales desde 2013: del 12,5% al 25% (1). Algunos se han convertido ya desde hace tiempo en opciones desigualmente sólidas de gobierno: el PiS polaco, el FIDESZ  húngaro, la Lega italiana, el Partido del Pueblo danés, el Partido de la Libertad austríaco) mientras otros se han consolidado, pero parecen aún lejos del poder ejecutivo (la AfD o Alternativa por Alemania, el otrora Frente Nacional (hoy Reagrupamiento Nacional) francés, el Partido de la Libertad de Holanda, los Demócratas de Suecia, etc.

Los nacional-populistas suecos han vivido una experiencia similar a la de otros de sus análogos europeos, en las elecciones legislativas del pasado domingo. Fueron tan altas las expectativas de un resultado espectacular, casi sísmico, que el resultado al final se resolvió en una sensación de engañoso alivio. Los Demócratas de Suecia han mejorado notablemente su porcentaje con respecto a 2014 (del 12,9% al 17,6%), pero no franquearon el listón psicológico del 20% como predecían no pocos sondeos. De haber sido así, la presión sobre el bloque de centro-derecha para aceptarlos como aceptarlos como king-makers (garantes de una coalición estable de gobierno) hubiera sido muy fuerte. La sensación poselectoral es que el nacional-populismo en Suecia ha venido para quedarse, pero no para determinar, aún, el futuro político del país, a pesar de la habilidad de su carismático y astuto líder, Jimmy Akesson.

No será fácil encontrar una fórmula de gobierno en Suecia. Los dos bloques clásicos de centro-izquierda (socialdemócratas, verdes y excomunistas) y centro-derecha (moderados o conservadores, centristas, democristianos y liberales) quedaron casi empatados en torno al 40%, con unas décimas de ventaja para los primeros. Ante este panorama, Ivar Ekman, un analista de la radio pública sueca, ha pergeñado tres referencias como opciones:  alemana, danesa y norteamericana (2).

La fórmula alemana sería una gran coalición entre los principales partidos de cada bloque tradicional (socialdemócratas y moderaten). No parece posible, porque no existe esa tradición en Suecia. La polarización izquierda-derecha no es dramática, pero está consolidada. Además, se teme que esa solución alimentara el crecimiento de los extremos. La opción danesa, es decir la coalición de facto de los nacional-populistas con los conservadores, es hipotética, porque ya ha sido rechazada por el bloque centro-derechista. Finalmente, el modelo USA consistiría en un esfuerzo de los socialdemócratas por dividir el bloque opuesto, atrayendo a los elementos más centristas, como intentaron hacer los demócratas de Hillary con los republicanos moderados en las presidenciales de 2016. 

EL TRIUNFO DE LAS IDEAS

El éxito de los Demócratas de Suecia no se expresa en su auge electoral, por notorio que resulte, sino en cómo han conseguido inocular su agenda ideológica (y psicológica) en el resto de las formaciones políticas

Más allá de este análisis sobre combinaciones políticas, lo más relevante es el cambio profundo de sistema social en Suecia, un fenómeno que trasciende el auge del nacional-populismo. Es evidente que la inmigración ha sido el elemento acelerador de la crisis sistémica. Suecia ha acogido a casi medio millón de peticionarios de asilo esta década. En la actualidad, el 18,5% de la población sueca ha nacido en el extranjero, frente al 14,7% en 2010 o el 11,4% al comenzar el siglo. El pico más alto se registró en 2015, con 163.000 demandantes. Poco después, el primer ministro Lofven declaró que Suecia estaba saturada y, como hiciera Merkel al poco tiempo en Alemania, se echó el freno. El año pasado sólo se admitieron algo más de 25.000 personas. Suecia ha dejado de ser uno de los paraísos del asilo europeo (3). 

El éxito de los Demócratas de Suecia no se expresa en su auge electoral, por notorio que resulte, sino en cómo han conseguido inocular su agenda ideológica (y psicológica) en el resto de las formaciones políticas. Algo parecido a lo que consiguió Marine Le Pen al colonizar el programa y los reflejos políticos de la derecha conservadora francesa durante el mandato de Sarkozy. Es una victoria sorda en la “guerra de las ideas” (4).

Pero, aparte de la inmigración hay otros factores que explican la “liquidación” del modelo sueco. Nima Sanandaji, un investigador sueco de origen iraní, autor de una veintena de libros sobre el sistema social sueco, afirma que el emblemático estado de bienestar sueco, otrora ejemplo mundial de desarrollo y justicia social, es insostenible. Esta tesis es discutible y no está exenta de contaminación ideológica y política. Pero ciertos síntomas merecen detenida atención, como acaba de recordarlo en un artículo escrito al calor de las elecciones (5). 

La situación es paradójica porque, aún con sus problemas, Suecia goza de una salud envidiable para muchos países europeos. Disfruta del mayor porcentaje de trabajadores más cualificados del continente (brain business jobs), el 9% de la masa laboral sueca. Los estudios sobre calidad de vida y valores siguen situando a Suecia en el grupo más avanzado de países. Y, pese a este brote antimigratorio, basado en la manipulación de las cifras de criminalidad y otras imposturas, Suecia continúa siendo un país bastante abierto y generoso.

En contraste con estos indicadores positivos, Suecia presenta datos inquietantes. El país soporta un alto endeudamiento privado (185%, el doble que a comienzos de siglo), debido a la expansión del crédito a interés cero o negativo con el que se quiso compensar los rigores de la austeridad. En parte como consecuencia de estas políticas financieras orientadas al consumo, pero también del mantenimiento de una fiscalidad robusta para mantener en cantidad y calidad los servicios públicos, la inversión de capital ha disminuido. Muchas empresas de alta tecnológica y fuerte valor añadido se han desplazado hacia países del centro y este de Europa, donde se practican políticas de atracción de inversores extranjeros (lugares, por cierto, de notable auge nacional-populista). 

Estas tendencias hace años que dispararon las alarmas sobre la sostenibilidad del modelo sueco de bienestar. El centro-derecha inició una política de privatización en la salud y las pensiones. Más de 600.000 suecos (un 6% de la población) han optado por la sanidad privada. Se augura que en los próximos siete años sólo se crearán nuevos puestos de trabajo en el sector público. Las arcas de los ayuntamientos (grandes suministradores de servicios a la comunidad) están bajo mínimos. El envejecimiento de la población incrementará las tensiones presupuestarias. La juventud que aportan los inmigrantes no se percibe ya como una garantía de solvencia del problema, sino como un elemento perturbador. Se cita con frecuencia el ejemplo de Malmö, donde se registra una cifra de criminalidad similar al de Nueva York. 

La próxima batalla del nacional-populismo será las elecciones europeas de mayo. Para ese combate aparece, como un suerte de Dark Vader contratado, el gran druida Steve Bannon, después de que el Jefe Trumplo expulsara de su manto protector. Salvini, Orban y otros populistas se han encomendado a sus pócimas (6). A la vista de cómo suelen terminar sus experimentos, quizás sea algo indeseable que bien traerá. 


NOTAS

(1) “Right-wing anti-inmigrant parties continue to receive support in Europe”. THE ECONOMIST, 10 de septiembre.
(2) “Swedish Unexcepcionalism. Sweden’s election shows that a strong far right is Europa’s new normal“. IVAR EKMAN. FOREIGN AFFAIRS, 10 de septiembre.
(3) “Suéde: l’extrême droite toujours persona non grata pour le moment en tout cas”. ANNE-FRANÇOISE HIVERT (corresponsal en los países nórdicos). LE MONDE, 10 de septiembre.
(4) “Sweden’s far right has won the war of ideas”. EMILY SCHULTHEIS. FOREIGN POLICY, 10 de septiembre.
(5) “So long, Swedish welfare state”. NIMA SANANDAJI. FOREIGN POLICY, 5 de septiembre.
(6) “Steve Bannon’s ‘movement’ enlists Italy’s most poweful politician”. JASON HOROWITZ. THE NEW YORK TIMES, 7 de septiembre.

El auge electoral del nacional-populismo sueco como síntoma