viernes. 19.04.2024
PEDRO LUIS ANGOSTO

La deslocalización y el futuro

Hace tiempo que empecé a oír la palabra “deslocalización” de forma reiterada y frívola. Uno, como la mayoría de las veces no se entera de lo que ocurre ni de por dónde van las cosas, viniendo de donde vengo y sin el María Moliner a mano, pensé que ese vocablo se refería a algún remedio de última hora para las cosas de la cabeza,  o de los nervios.

Sin embargo, después de pensarlo mucho, llegué a la conclusión de que ese no podía ser su significado, porque de haberse inventado algo a través de las células madre o del mapa del genoma humano para curar la locura, al proceso se le llamaría desenlocar o deslocar, pienso, aunque no estoy seguro.

Con el tiempo y la ayuda de esa mujer única que fue de Doña María, a quien Díos o quien sea tenga en su gloria, he ido comprendiendo el significado y resulta que indica el traslado de empresas o actividades mercantiles de un lugar a otro, de un país a otro y que al parecer nuestro país plurinacional, que tanto se ha beneficiado de la instalación de industrias procedentes de otros países y tan poco de crear un tejido industrial propio, está sufriendo lo que hace años sufrieron otros países en nuestra situación, es decir, la deslocalización. Nuestros rendimientos son cada vez más decrecientes mientras que los de otros países crecen exponencialmente.

En los últimos días, no tengo ni la más remota idea de por qué será, varias multinacionales han anunciado en todos los medios de comunicación que se largan o trasladan parte de su actividad a otros países donde los costes laborales sean menores. Tampoco sé por qué esa deslocalización anunciada y progresiva afecta de modo singular a Catalunya, ni por qué la Directora General de Empleo de la Generalitat catalana es Esther Sánchez, una señora que trabajaba hasta hace unos días para Baker & McKenzie, compañía encargada de cerrar la planta de Yamahaa en Barcelona, y tampoco entiendo –hay que ser corto de entendederas- porque la ciudadanía no es capaz de organizarse para no comprar absolutamente nada de lo que produzcan las empresas que se van allí donde se explota más y existen menos derechos: Probablemente sólo ese hecho les haría pensarse dos veces el viaje. El hecho es que la España plurinacional, la España de la diversidad, antes de que cristalice o no la idea, ha empezado a recibir avisos de lo que puede pasar, de lo que va a pasar. Y lo que va a pasar, en este caso si hay algo de seguridad, es que aunque las empresas que han dicho que se van a ir tengan beneficios, el hecho es que se van a ir porque hay lugares en el mundo donde por un euro tienes a una familia trabajando, y claro, el beneficio, que es el que mueve al mercado, a las empresas, a los individuos de esta nuestra sociedad, es lo primero.

Nada de cuentos chinos. Ya está bien. La empresa, que tiene una función básica en nuestra organización social, como el municipio, la familia y el sindicato –aunque haya honrosas excepciones-, no surge para contratar trabajadores, para crear empleo, para que la gente tenga un contrato indefinido, un buen sueldo y una jornada que le permita disfrutar de su familia y de su tiempo libre. La empresa, como es natural, queridos amigos, nace solo y exclusivamente para ganar dinero, pero no únicamente para ganar dinero, sino todo el dinero posible, y si se puede, un poquitín más. A los dueños, a los ejecutivos de las grandes multinacionales –los de telefónica se van a repartir 450 millones de euros por diseñar el despido de 6000 trabajadores, vamos por disminuir los costes de producción- les importa bien poco dejar familias en la calle, echar sobre el Estado cargas millonarias después de haberle sacado otro tanto el día en que decidieron venir a visitarnos, arruinar comarcas enteras. Lo que les interesa, y es coherente dentro del sistema de felicidad de que nos hemos dado, es el beneficio. Tampoco se les puede criticar. Si España lleva treinta años beneficiándose, por los bajos salarios de entonces, de que numerosas transnacionales eligieran el suelo patrio para instalar sus sucursales, lo que, indudablemente, suponía dejar a otros países bastante tocados, ahora les toca a otros países disfrutar de las ventajas de la “localización”.

Los teóricos ultraliberales dicen que esa es la única forma de eliminar las diferencias entre el Norte y el Sur. Pero a mí, que como he dicho, cada vez entiendo menos de nada, se me ocurre pensar, que la igualación se quiere hacer por abajo, es decir, no se pretende que Corea, Vietnam, China o Argentina lleguen a tener el nivel de vida de que gozan los españoles, los europeos, sino de que nosotros desarmemos todo nuestro tinglado de protección social, de regulación laboral, para así, igualarnos con ellos por abajo, con lo cual las empresas que ahora nos deslocalizan, pasado un tiempo, volverán a localizarnos, cuando estemos dispuestos a trabajar como un chino por lo que gana un chino, sin que derechos sociales, laborales, ni otras zarandajas hagan la vida imposible a quienes desde las torres de marfil mueven los hilos de nuestras vidas y cobran sueldos que permitirían vivir magníficamente a trescientas familias. Mientras tanto seguiremos a la cola de los países de Europa en I+D, continuaremos buscando el tesoro por las calles de nuestras ciudades, levantándolas una y otra vez para volverlas a tapar, y nos dedicaremos a la economía especulativa en cuanto podamos, pensando que eternamente nos visitarán cincuenta millones de turistas y pagando hasta por el aire que respiramos. No se puede ser más feliz.

La deslocalización y el futuro