viernes. 29.03.2024

Sur l’Adamant es un documental francés que se ha presentado en la sección oficial de La Berlinale. Sus protagonistas todavía no lo han visto y lo harán en un par de semanas. Nos presenta cómo transcurren las jornadas dentro de un barco atracado en el Sena. El Adamant es un centro de día para enfermos mentales y un taller de arquitectura lo diseñó en colaboración con la fundación homónima, para que los espacios respondieran cabalmente a sus necesidades más específicas. Allí se celebran asambleas para organizar sus diferentes actividades. Por supuesto los pacientes reconocen que necesitan tomar su medicación, pero aquí se les ofrece dar sentido a sus jornadas.

Regentan una pequeña cafetería para recaudar fondos y financiar con ellos anualmente una semana de cine. Tras acordar un tema eligen las películas que permitan abordarlos. Ellos mismos las presentan y al finalizar la proyección celebran un pequeño debate. Hay quien muestra sus pintura. Otros componen canciones y no falta quien las cante. Nos encontramos con pacientes muy veteranos y otros bastante jóvenes. Abundan las pérdidas familiares y no falta la madre cuyo hijo fue dado en adopción al no poder hacerse cargo del mismo, aunque lo vea una vez al mes. Algunas de sus historias van desgranándose a lo largo del documental.


Este documental pone sobre la mesa otro de los muchos temas tabú. La salud mental está estigmatizada socialmente. Nos avergonzamos de necesitar terapia o tener que ir al psiquiatra. Tendemos a ocultar los casos de nuestro entorno, como si fuese algo bochornoso. En realidad es algo que tenemos tanto como a la pobreza y por eso tendemos a ocultarlo. El tema tiene mucho recorrido. Habría que comenzar por definir qué significa estar cuerdo y quién está en sus cabales a lo largo de toda su vida, sin paréntesis en sus estados de ánimo. Porque a todos nos devoran en un momento dado nuestra obsesiones y perdemos la cabeza en uno u otro momento.

La frontera entre genialidad y locura se reconoce como algo muy lábil. Sin grandes intensidades cada cual cruza esa línea incluso varías veces al día, en función de cómo le vaya o el modo que tenga de afrontar los reveses. Debemos prestar más atención a nuestra salud mental y por de pronto normalizar su reconocimiento. Este flanco nos hace sufrir tanto, si no más, que las dolencias físicas. Por otro lado el dolor crónico también puede causarnos desesperación. Obviamente las condiciones materiales también tienen una neta incidencia en el equilibrio emocional. Resulta imposible no perderlo cuando pierdes el respaldo familiar y afectivo, la casa o el trabajo. Imaginemos que se den todas al mismo tiempo.

La desigualdad extrema, los conflictos bélicos y las migraciones de cualquier tipo tienen consecuencias traumáticas, dejando una huella invisible, unas heridas en el alma que quizá sean más difíciles de cicatrizar, porque pueden reabrirse inopinadamente. No se trata de priorizar la salud física o la mental, sino de reparar en algo tan obvio como que son un continuo. Al igual que los malos alimentos nos hacen perder la salud, consumir desinformación en grandes dosis puede ser letal para nuestro imaginario colectivo. Atiborrarnos de realidad virtual tampoco parece algo muy saludable, como no lo es ningún abuso en general.


Hace muy poco un joven estudiante ha matado con un cuchillo a su profesora en San Juan de Luz. Tiene dieciséis años. Convendría estudiar si ha podido mediar un desorden mental o qué circunstancias han podido favorecer algo tan aberrante. Un modelo social en que la empatía esté severamente devaluada y sólo cuenta la satisfacción personal inmediata podría ser otro factor a considerar.

Más que paliar síntomas, debería interesarnos estudiar la compleja etiología de las patologías psicosociales que nos rodean. Una sociedad más justa donde algunos no se vean condenados a llevar existencias miserables mientras otros nadan en la opulencia, pudiera ser un buen antídoto a largo plazo, por mucho que parezca una utopía. Las utopia valen cuando menos para retrasar el advenimiento de su antagonista, la distopía, el peor de los escenarios imaginables.


Asumimos cosas que no deberíamos normalizar. Que las guerras puedan prolongarse sin una respuesta unánime de la comunidad internacional. Que los pensamientos totalitarios asfixien a las democracias deliberativas. Que se amasen fortunas esquilmando a los demás. Que seamos incapaces de no seguir degradando la naturaleza. Que la política se convierta en un circo mediático donde se lleven el gato al agua los más desaprensivos. Que nuestra existencia deba pivotar en torno a una visión mercantilista del mundo. Que las consideraciones éticas queden relegadas por objetivos económico. La lista es interminable. Siempre cabe soñar con poder contribuir a hacer un mundo mejor donde, por ejemplo, la salud mental no sea un tabú.

"Sur l’Adamant", un documental de La Berlinale que nos hace reflexionar sobre la salud...