miércoles. 08.05.2024
Gariza Films
Gariza Films

En el Zinemaldi estamos más que acostumbrados, como es lógico, pero por primera vez se ha escuchado euskera en la sección oficial de La Berlinale. El ministro de Cultura, Miquel Iceta estaba en la saja junto al embajador español y su homóloga germana. La ocasión lo merecía. Los aplausos han sido atronadores y el público ha esbozado esa sonrisa emocionada que transmiten las buenas películas. Esta no es perfecta, pero ahí reside buena parte de su magia. Es como la vida misma. Ya trata un tema muy controvertido que ha dado lugar a posicionamientos extremos y ha sido instrumentalizadlo políticamente por quienes no tienen otro argumentario salvo el del eslogan tan pegadizo como inquietante. No voy a recordar lo de “Que te vote Txapote” ni “molestar a la gente de bien”.

Estíbaliz Urresola nos regala una película maravilla que sabe conmover al espectador con un final espectacular y algunas frases inolvidables, como la de “me gustaría morirme para nacer de nuevo como una niña”, dice un Aitor que a sus ocho años prefiere hacerse llamar Lucia. El ambiente familiar no es opresivo, aunque las reacciones no siempre sean comprensivas y necesiten tener su recorrido para ir adaptándose al cambio. Están representadas varias generaciones con su respectivo bagaje cultural y los prejuicios que todos portamos aún cuando nos guste pensar lo contrario. Hay que aprender a extirpar nuestros estereotipos, al igual que se sanea un panel contaminado. Una picadura de abeja bien administrada puede ser curativa, pese a que como todo su exceso pueda ser mortal.

“Me gustaría morirme para nacer de nuevo como una niña”, dice un Aitor que a sus ocho años prefiere hacerse llamar Lucia

Por añadidura la película cuenta con los hermosos paisajes del País Vasco cuya muga por Hendaia cruzan los protagonistas al comienzo. Las escenas no pueden ser más cotidianas y con ellas van desgranándose muchos temas de las relaciones personales entre familiares. Pero el hilo conductor es una duda identitaria. Parece mentira que nos cause tanto escándalo algo así, cuando en realidad el ser humano está diseñado para ir desplegando muy diversas identidades, de índole cultural, profesional o emocional. ¿No sería muy empobrecedor ser siempre idénticos a lo que fuimos? La pluralidad es lo que nos enriquece. Aprender idiomas y conocer otras visiones del mundo distinta a la nuestra. Ir añadiendo capas no significa renegar de nuestra matriz originaria. Esta ha sido fruto del azar, pero podemos ir enriqueciéndola con un sinfín de opciones, cuando las circunstancias lo permiten. Porque allí donde prima una miseria provocada por la extrema desigualdad se impide cualquier elección.

Conviene no ahorrarse los títulos de crédito finales para escuchar una hermosa canción en euskera, cuya letra viene a condensar el espíritu que preside la película. Esta nos recuerda cosas tan obvias como que somos muy diversos y podemos transformarnos cual crisálidas gracias a nuestro universo simbólico, que se sintetiza con el natural. Que cada cual tenga su fe, pero evite imponerla como la única posible. Parece algo trivial, pero no hay nada tan complejo como poner en práctica esa teoría.

20.000 especies de abejas: un canto a la diversidad en la Berlinale