sábado. 27.04.2024
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Cuevas de Zugarramurdi.

La historia de las brujas es muy amplia en nuestro país, donde se demuestra la obsesión de la iglesia por todos los temas de tipología sexual. Por eso, le prepongo una ruta por varios pueblos de España. Empezaré por Cernégula, la soriana Barahona, el pueblo zaragozano de Trasmoz y terminaré por Zugarramurdi, donde explicaré mucho más detalladamente los procesos contra las brujas realizado en España.

¿Me acompaña a conocer estos pueblos?

  1. Cernégula
  2. Barahona
  3. Trasmoz
  4. Zugarramurdi

Cernégula

La historia de Castilla está ligada, como en tantos otros lugares, a la historia de leyendas brujeriles y esotéricas. No sabemos si tales historias fueron verdad o puro cuento, de lo que no cabe duda de la existencia en muchos pueblos castellanos que tuvieron su relación con las mujeres del gorro en punta y la escoba.

Cuando las brujas van a Cernégula, ata a tu vieja que acaso lo sea”, reza un dicho popular antiquísimo. Hay otro texto que dice: “los sábados las brujas de Cantabria, tras churrar y al grito de sin Dios y sin Santa María, por la chimenea arriba, donde parten volando en sus escobas a Cernégula celebran sus reuniones brujeriles alrededor de un espino, para luego proceder al bailoteo y chapuzarse en una charca de agua helada”.

Cuentan que entre los remedios practicados por las mujeres embarazadas era que ponían ramos de ajos y cardos en las ventanas de sus hogares para espantar a estos seres. Esta es solo una de las muchas tradiciones que han trascendido hasta la actualidad.

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La laguna de Cernégula

Cernégula es conocida como el pueblo de las brujas. Cuenta la leyenda, y las fuentes orales, que en la laguna de este pequeño pueblo se reunían las brujas de toda Castilla para realizar aquelarres y poner en común las últimas recetas mágicas aprendidas.

Las crónicas hablan de Cernégula diciendo que era el lugar donde se reunían las brujas llegadas de Cantabria y Navarra con el ánimo de burlar las miradas de los inquisidores, que señalaron en varias ocasiones este lugar en su particular caza de brujas durante los siglos XV y XVI.

La entrada a la localidad recuerda el pasado brujeril, al que sus vecinos aluden en sus casas. En la laguna en la que se reunían las famosas hechiceras, aparece la imagen de una bruja con una escoba y sus habitantes dicen que no saben si existieron las brujas, pero sí dicen que estuvieron aquí por algo será.

Hay numerosas referencias en torno a las brujas por parte de los inquisidores del siglo XV y, especialmente, del siglo XVI, que se dedicaron a elaborar un mapa de puntos en los que las consideradas como brujas podrían reunirse para realizar los que para la iglesia católica eran peligrosos hechizos.

De origen kárstico, la laguna es hoy el hábitat de sapos y culebras. Para llegar hasta la laguna de Cernégula, que es llamada “La Charca” o “La Pila”, es necesario atravesar todas las casas de esta pequeña población del Páramo de Masa. Esta laguna se alimenta de aguas pluviales y procedentes del deshielo. En invierno, gracias a una gruesa capa de hielo que se forma debido a las bajas temperaturas, permite patinar y aunque su nivel disminuye en verano, no se la conoce seca. 

Barahona

Muchas tierras sorianas comparten protagonismo en las leyendas que sitúan a las brujas del bajo medievo en las tierras de Castilla y León. Este es el caso del municipio soriano de Barahona, cuya relación con la brujería se encuentra documentada en los diarios de la Santa Inquisición fechados en el siglo XVI.

En este tiempo, la institución fue fundada, en el año 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. El Santo Oficio se encargó de mantener la ortodoxia cristiana a lo largo y ancho de cada uno de los denominados pueblos malditos de Castilla y alrededores con el ánimo de limpiar las calles de magos y brujas.

La caza de brujas que libró la Iglesia Católica entre el periodo que comprende los años 1609 y 1614 llevó a los inquisidores por todo el norte del país, para juzgar a cientos de personas relacionadas con la brujería y la magia negra.

Tal fue el histerismo causado en los pueblos del norte de España, que según los documentos de la época se contabilizan por decenas las mujeres que ardieron en la hoguera en ese intervalo de tiempo, siendo el auto de fe, del siete de noviembre del año 1610 de Logroño, el más famoso. Se quemaron a seis supuestos brujos, algunos de ellos pertenecientes a poblaciones contiguas.

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Piedra en la que se cree que formulaban sus hechizos las Brujas de Barahona.

El salvador de brujas

En este proceso de búsqueda y captura de brujas, juega un papel muy importante el inquisidor Alonso Salazar Frías nacido en Burgos en el año 1564, y que murió en Madrid en el año1637, quien, tras el auto de fe de Logroño, se encargó de llevar a cabo miles de interrogatorios con una mirada diferente.

Éste se encargó de recorrer buena parte de la geografía del norte del país y cuestionó algunas de las sentencias que otros inquisidores habían iniciado, llegando incluso a evitar el ajusticiamiento de dos acusados de brujería.

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Alonso de Salazar y Frías

A Salazar Frías se le conoce en los círculos de la época como el salvador de las brujas. Apelativo que consiguió después de estudiar miles de denuncias sobre brujería y cuestionar las mismas. Muchas de ellas partían de los sueños de niños que decían haber soñado con vecinos que participaba en aquelarres o de vecinos que se tomaron su particular venganza señalando a quienes no compartían sus ideas.

Una verdadera epidemia que hizo que Salazar Frías tratase de definir con la siguiente frase: “No hubo brujos ni embrujados en este lugar, hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos”.

En un informe posterior al Consejo Supremo en el año 1613, Salazar criticó duramente el procedimiento del tribunal durante el brote de la brujería acusando a otros colegas de haber aceptado como válidas acusaciones sin fundamento alguno.

La propia Inquisición española ha dejado crónica de que el mismo Satanás presidía y bendecía los ritos, las pócimas y los brebajes alucinógenos de estas brujas hasta el canto del gallo. Como recuerdo de aquel pasado, real o no, gran parte de las casas de Cernégula mantienen su legado en forma de veletas con la figura de una vieja montada en su escoba que lucen en sus tejados.

A diferencia de lo que ocurrió en el resto de Europa, en España murieron en la hoguera una veintena de brujas. Un dato inferior respecto a lo que ocurrió en otros países europeos como Francia y Alemania.

Trasmoz

La historia se remonta al siglo XII, cuando se fundó el Señorío de Trasmoz, que durante los siglos XII y el XIII fue alternando entre el Reino de Aragón, hasta que Jaime I de Aragón lo conquistó definitivamente en el año 1232, 

Durante el siglo XIII, los ocupantes del castillo falsificaban monedas. Para evitar que la población local investigara el raspado y martilleo, difundieron el rumor de que brujas y hechiceros hacían sonar cadenas y forjaban calderos para hervir pociones mágicas por la noche.

Trasmoz era una comunidad próspera y un poderoso feudo, lleno de minas de hierro y plata y vastas reservas de madera y agua. También, era territorio laico, lo que significaba que no pertenecía al dominio circundante de la Iglesia, y por Real Decreto no tenía que pagar cuotas o impuestos al cercano monasterio de Veruela, hecho que enfureció a la Iglesia.

Cuando los rumores de Trasmoz como refugio de brujería comenzaron a extenderse más allá de los límites del pueblo, el abad de Veruela aprovechó su oportunidad para castigar a la población, solicitando que el arzobispo de Tarazona, que es la ciudad cercana más grande, excomulgara a todo el pueblo. Esto significaba que no se les permitía confesarse ni tomar los santos sacramentos en la iglesia católica.

El monasterio de Veruela estaba en aquellos momentos en todo su esplendor y fue el primer monasterio cisterciense de Aragón.

El abad cansado de discutir con las gentes de Trasmoz para que le proveyeran de madera al monasterio, excomulgó para siempre a Trasmoz. Casi tres siglos posteriormente, tiene otra vez problemas porque no le dan el agua que necesita,

La rica comunidad de Trasmoz, que era una mezcla de judíos, cristianos y árabes, no se arrepintió, lo que habría sido la única forma de eliminar la excomunión. Las disputas con Veruela continuaron durante muchos años, y llegaron a un punto crítico cuando el monasterio comenzó a desviar agua del pueblo en lugar de pagarla.

En respuesta, el señor de Trasmoz, se alzó en armas contra el monasterio. Antes de que estallara una guerra abierta, el rey Fernando II de Aragón abordó el asunto y decidió que las acciones de Trasmoz estaban justificadas.

A mediados del siglo XIV, este pueblo perteneció a la Casa de Luna, hasta que en el año 1437, Alfonso V hizo que Trasmoz, tras el apoyo dado a Jaime II de Urgell en el Compromiso de Caspe, sometiera su autoridad a don Lope Ximénez de Urrea. 

La Iglesia lanzó una maldición sobre la aldea en el año 1511 con la autorización del Papa Julio II. Se entonó el Salmo 108, que era la herramienta más poderosa que posee la Iglesia para pronunciar una maldición.

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Trasmoz.

Este Salmo es una maldición de Dios contra sus enemigos. Cada frase es acompañada de un toque de campaña, para que los vecinos del pueblo lo escuchase y para que conste en acta.

Alegaron que Pedro Manuel y la gente de Trasmoz habían sido cegados por la brujería, y como la maldición fue sancionada por el Papa, solo un Papa tiene el poder de levantarla. Ninguno lo ha hecho hasta el día de hoy.

Los años que siguieron fueron de declive para Trasmoz. Sobre la década de 1530, el castillo de Trasmoz quedó abandonado tras un incendio en la torre del homenaje, y la reutilización de materiales de construcción que había en el castillo hizo que a día de hoy solo estén presentes los muros y la torre.

Brujas, nigromancia, aquelarres eran actividades insalubres para el alma humana que transcurrían en las cercanías de Trasmoz. Las oscuras leyendas sobre este pueblo han permanecido hasta nuestros días e incluso han influido en grandes escritores del periodo romántico de nuestro país.

Fue Gustavo Adolfo Bécquer que estuvo en el monasterio de Veruela para curarse de una tuberculosis quien puso en la historia los acontecimientos que transcurrían en Trasmoz.

En su estancia en el monasterio escribió algunas de sus narrativas más importantes como es el relato de la Tía Casca En “Cartas desde mi celda” donde se cuenta las andanzas de este misterioso peligro de los que hablan los habitantes de Trasmoz y lo relata de la siguiente forma:

Gustavo Adolfo Becker y Trasmoz

“Los sábados, después de que la campana de la iglesia dejaba oír el toque de las ánimas, unas sonando panderos, y otras, añafiles y castañuelas y todas a caballo sobre escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar una banda de viejas, espesas como las grullas, que iban a celebrar sus endiablados ritos a la sombra de los muros de la ruinosa atalaya que corona la cumbre del monte”.

Zugarramurdi

La persecución de las brujas del Labort, en el País Vasco francés, fue obra del juez del parlement de Burdeos, Pierre de Lancre, comisionado por el rey Enrique IV de Francia en respuesta a la petición hecha por los señores D'Amou y D'Uturbie, para que acabara con la plaga de brujos y de brujas, que según ellos asolaba el país.

La llegada de Lancre y de sus subalternos al Labort provocó el pánico y muchas familias se dirigieron a Navarra agolpándose en la frontera.

Pierre de Lancre mandó quemar a ochenta supuestas brujas y el pánico se trasladó a los valles del norte de Navarra. Precisamente, el núcleo fundamental del nuevo brote de brujería se situó en la zona colindante con el país de Labort, en el noroeste de Navarra, más concretamente en Zugarramurdi.

A principios del siglo XVII, Zugarramurdi tenía unos doscientos habitantes dedicados a la agricultura y a la ganadería. Su parroquia dependía del monasterio premonstratense de Urdax en el que vivían entre frailes y criados unas cien personas.

A finales de año 1608, volvió a Zugarramurdi para trabajar de criada María de Ximildegui, una mujer de veinte años que había emigrado hacía cuatro con sus padres a una localidad costera del Labort. Allí oyó historias de brujas y se hizo una de ellas durante dieciocho meses.

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Zugarramurdi.

Empezó a contar sus experiencias en Zugarramurdi y en una ocasión dijo que había visto en uno de los akelarres a María de Jureteguía, vecina del pueblo. Cuando esta se enteró de lo que se decía de ella afirmó “con grandes voces y enojo, que no era bruja y que era gran maldad y... falso testimonio que le levantaba la francesa”.

Sin embargo, la delatora consiguió convencer a la gente de que era cierto lo que afirmaba y hasta el marido y la familia de la presunta bruja le creyeron, lo que hizo que María de Jureteguía se derrumbara y confesara ser bruja desde niña y que su tía María Chipía de Barrenetxea era quien le había enseñado.

Después, sintiéndose perseguida por las brujas que querían que volviera a los akelarres, dio más nombres de brujos y de brujas y sus casas fueron allanadas en busca de sapos, compañeros y protectores de las brujas. Finalmente, todos ellos, siete mujeres y tres hombres, acabaron haciendo una confesión pública en la iglesia parroquial. Sin embargo, tras arrepentirse los vecinos los perdonaron.

Lo que estaba pasando en Zugarramurdi llegó a oídos del tribunal de la Inquisición de Logroño, que era el que tenía la jurisdicción sobre Navarra. Ésta envió en los primeros días de enero del año 1609 a un comisario de la Inquisición para que informara.

El doce de enero llegó a Logroño el escrito del comisario y los dos inquisidores del tribunal, que creían en la realidad de la brujería, ordenaron la detención de cuatro de las brujas que habían confesado.

Fueron encarceladas en la prisión secreta de la Inquisición de Logroño y contando con un intérprete las sometieron a un duro interrogatorio hasta que las cuatro confesaron que eran brujas. El trece de febrero enviaron una carta al Consejo de la Suprema Inquisición en Madrid en la que relataban a su manera lo que habían averiguado, además de pedir instrucciones sobre la forma en que debían proceder en adelante.

La contestación llegó el once de marzo y, en ella, la Suprema siguiendo la política de rigor a la hora de determinar la veracidad de los fenómenos de brujería que había aplicado hasta entonces, ordenó a los inquisidores que se cercioraran de que lo que decían las brujas era verdad, para lo que les enviaron un minucioso y detallado cuestionario de catorce preguntas.

La creencia de los dos inquisidores en la realidad de los hechos que les habían contado, era tan grande que no hicieron caso a la información que les había dado el carcelero inquisitorial que había oído a las cuatro mujeres decir que se habían declarado brujas, aunque no lo eran, porque creían que así podrían salir antes de la prisión y volver a sus casas.

El nueve de febrero del año 1609, se presentaron ante el tribunal de Logroño varios vecinos de Zugarramurdi que habían llegado hasta allí acompañados de un guía para exponer ante el tribunal, lo que realmente había sucedido.

Como ha señalado Carmelo Lisón, “el grupito debió causar sensación en Logroño; llegaban unos montañeses con raro atuendo, hablando una lengua ininteligible, cansados y maltrechos y para mayor extrañeza ¡llamaban a las puertas de la temida Inquisición!”.

Cuando se presentaron ante el tribunal afirmaron que acudían a pedir justicia porque no eran brujos y si lo habían confesado al vicario de Zugarramurdi “era porque los apretaron y amenazaron mucho si no los dezian”. El problema fue que el guía que las había acompañado a Logroño testificó que eran brujas y la Inquisición decidió encarcelarlas.

Los dos inquisidores no hicieron caso de las instrucciones recibidas de la Suprema y pensaron que la proclamación de inocencia de los acusados era un truco de sus parientes o del demonio que quería librarles del castigo.

Tras cinco meses de hábiles y reiterados interrogatorios fueron consiguiendo que los encausados confesaran, por lo que desde la perspectiva de los crédulos inquisidores habían vencido al diablo que los tenía aterrorizados para que no hablaran.

Los autoinculpados también delataron a otros brujos y brujas que quedaban en las montañas y proporcionaron listas de niños y de niñas de menos de catorce años que participaban en los aquelarres.

Con la información obtenida, uno de los inquisidores partió en agosto del año 1609 al norte de Navarra y desde allí fue enviando a Logroño a los supuestos cómplices de los brujos y las brujas.

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El aquelarre. Cuadro de Francisco Goya

El inquisidor, cuyo nombre era Juan Valle Alvarado, según Caro Baroja, “pasó varios meses en Zugarramurdi y recogió muchas denuncias, según las cuales quedaban inculpadas hasta cerca de trescientas personas por delitos de Brujería, dejando aparte los niños. De estas personas fueron presas y llevadas a Logroño hasta cuarenta de las que parecieron más culpables”.

Valle se había dirigido en primer lugar al monasterio de Urdax, donde fue recibido con toda solemnidad por el abad, quien le confirmó que la zona estaba infestada de brujas y que la gente solía gritar ¡sorgiñak, sorgiñak! para protegerse de ellas.

Visitó las localidades navarras de Vera de Bidasoa y Lesaca y las guipuzcoanas de Tolosa y San Sebastián. También visitó la zona el obispo de Pamplona, alarmado sobre lo que se contaba que sucedía en esa parte de su diócesis, y llegó a la conclusión contraria a la del inquisidor de Logroño.

Allí, nunca había habido secta de brujas hasta que llegaron las noticias de Francia, y que muchos vecinos cruzaban la frontera para presenciar la quema de brujas en el Labourd, donde oían las acusaciones y aprendían lo que se decía de ellas y de los aquelarres.

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Cuevas de Zarragamurdi.

Era en el llamado “prado del Cabrón”, el lugar donde supuestamente se reunían los brujos de Zugarramurdi según nos relata Mongastón.

Según Caro Baroja, “al lado de una cueva o túnel subterráneo de grandes proporciones, verdadera catedral para un culto satánico o pagano simplemente, que está cruzado por el río o arroyo del Infierno, Infernukoerreka, y que tiene una parte donde es tradición que solía estar el trono del Diablo”.

Según se cuenta en la relación, aparecía allí el Demonio, “sentado en una silla, que unas vezes parece de oro y otras de madera negra, con gran trono, magestad y gravedad… y con un rostro muy triste, feo y ayrado”.

Así resume el acto del aquelarre, Joseph Pérez:

“Se va a buscar al nuevo brujo, dos o tres horas antes de media noche, se le frotan las manos, el rostro, el pecho, las partes pudendas y la planta de los pies con agua verdosa y fétida, y luego se le hace volar por los aires hasta el lugar del aquelarre; allí aparece el demonio sentado en una especie de trono; tiene el aspecto de un hombre negro, con cuernos que iluminan la escena; el recién llegado reniega de la fe de Cristo, reconoce al demonio como dios y señor y le adora besándole la mano izquierda, la boca, el pecho y las partes pudendas; el demonio se da la vuelta y muestra su trasero, que el brujo ha de besar también”.

Según Caro Baroja, “el neófito es marcado con una uña por el mismo Demonio, sacándole sangre en una vasija. También le imprime una marca en la retina del ojo: la consabida figura del sapo”.

Según la relación de Mongastón, “acabado de hazer el reniego, el Demonio y demás Brujos ancianos que están presentes, advierten al novicio que no ha de nombrar el nombre de Jesús, ni de la Santa Virgen María, ni se ha de persignar, ni santiguar”.

Otro de los poderes que se atribuía a los brujos y brujas era su capacidad para provocar enfermedades e incluso la muerte mediante polvos y ungüentos mientras decían: “El señor te dé mal de muerte”. Se cuentan horrendos casos de vampirismo, relacionados sobre todo con niños, que eran sacados de sus casas por los brujos y brujas.

El de las brujas de Zugarramurdi se convirtió en el proceso más grave de la Inquisición española contra la brujería

En junio del año 1610 los inquisidores del tribunal de Logroño acordaron la sentencia de culpabilidad de veintinueve de los acusados. Sin embargo, el inquisidor Alonso de Salazar y Frías, incorporado al tribunal en julio del año anterior, votó en contra de la condena a la hoguera de María de Arburu por falta de pruebas.

El domingo siete de noviembre del año 1610 se había congregado en Logroño gran multitud de gente venida también de Francia para asistir al auto de fe, se calcula que asistieron treinta mil personas. Se inició con una procesión encabezada por el pendón del Santo Oficio, al que seguían mil familiares, comisarios y notarios de la Inquisición y varios cientos de miembros de las órdenes religiosas.

A continuación iba la Santa Cruz verde, insignia de la Inquisición, que fue plantada en lo más alto de un gran cadalso. Aparecieron después veintiún penitentes con un cirio en la mano y veintiuna personas con sambenitos y grandes corozs con aspas, velas y sogas, lo que indicaba que eran reconciliados.

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Cartel de la película 'Las brujas de Zugarramurdi.

A continuación salieron cinco personas portando estatuas de difuntos con sambenitos de relajados, acompañadas de cinco ataúdes que contenían sus huesos desenterrados.

Seguidamente, aparecieron cuatro mujeres y dos hombres, también con los sambenitos de relajados, que iban a ser entregados al brazo secular, para que fueran quemados vivos porque se habían negado a admitir que eran brujas y brujos.

Cerraban el cortejo, cuatro secretarios de la Inquisición a caballo acompañados de un burro que portaba un cofre guarnecido de terciopelo que guardaba las sentencias, y los tres inquisidores del tribunal de Logroño, también a caballo. ​

Una vez aposentados en el cadalso los acusados y enfrente los inquisidores, con el estado eclesiástico a su derecha y las autoridades civiles a su izquierda, un inquisidor dominico predicó el sermón y a continuación comenzó la lectura de las sentencias por los secretarios inquisitoriales. La lectura duró tanto que el auto de fe tuvo que alargarse al lunes, ocho de noviembre.

Dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal. Las seis que se resistieron fueron quemadas vivas. Cinco más fueron quemadas en efigie porque ya habían muerto.

Debido a la dureza de las penas que se aplicaron, el de las brujas de Zugarramurdi se convirtió en el proceso más grave de la Inquisición española contra la brujería.

Según el hispanista británico Henry Kamen, esta excepción en la relativamente benigna trayectoria de la Inquisición en relación con el tema de la brujería se explica por la influencia que tuvo la caza de brujas llevada a cabo en el año 1609 al otro lado de la frontera por el juez Pierre de Lancre, ya que el pánico hacia las brujas se trasladó a los valles del norte de Navarra.

La ruta por las brujas españolas