jueves. 28.03.2024

Walter vivía en la ciudad de Lubeck, tenía varios hijos, y se ganaba holgadamente la vida haciendo mapas del cielo. Era un científico que examinaba la bóveda celeste e investigaba sus movimientos. Esperaba a las noches despejadas y claras e iba cartografiando las constelaciones y posicionando las estrellas en los mapas, que luego vendía a mercaderes persas que los necesitaban para sus viajes hacia los países del mar Báltico primero, después hacia Estambul y luego hacia Oriente, en las caravanas de la ruta de la seda. También a marinos que navegaban circunvalando a África y comerciaban con los países Mediterráneos.

Un día en verano después del trabajo no encontraba a su hijo pequeño. Pasó toda la noche y los días siguientes buscándolo, pero el niño no aparecía. Después de buscarlo de forma desesperada durante semanas preguntando a vecinos y amigos, y en vista de que nadie lo había visto ni sabía nada de él, decidió acudir a la Justicia, para dar cuenta de su desaparición. Walter quería a sus hijos con locura, y al pequeño de forma especial, y no quería resignarse a su desaparición. 

Movilizó a todos los amigos y conocidos que tenía en el territorio que conocía y por el que se movía. Habló con mercaderes, artesanos, y con mucha gente, armando un gran ruido e incluso un escándalo, pero no apareció.

Walter, acudió a dar cuenta del hecho varias veces al Landgericht, Tribunal de Distrito, responsable de la alta justicia. Pero las autoridades le dijeron que las probabilidades de encontrarlo eran muy pocas, pues había muchos niños pequeños que desaparecían.

Poco a poco, según pasaban los días, él y su mujer, fueron llegando a la conclusión de que había sido robado, que no había desaparecido. La pregunta que se hacía una y otra vez, era para que lo querrían, 

Según pasaban los días, Walter y su mujer, fueron llegando a la conclusión de que su hijo pequeño había sido robado, que no había desaparecido

- Hablaron con un amigo suyo, un pastor luterano, que les dijo que su hijo había sido robado por la iglesia católica, que había cardenales y obispos que los querían en sus coros y qué en unos años, cuando le cambiara la voz, se los castraría. Si no morían en la operación, cosa muy probable, estaría cantando como castrati en alguna iglesia.

- También les dijo su amigo, por si acudían a la justicia, que la Iglesia fomentaba las acusaciones infundadas, que en muchas ocasiones eran fruto de enemistades personales, y que tenía gran influencia en los tribunales, y además, continuó diciendo, que las torturas del santo oficio provocaban que numerosos acusados admitan sus crímenes e inculpen a otras personas. 

- Continuó advirtiendo, mirando a la esposa de Walter, que la misoginia que se había ido esparciendo por todo el territorio procedía también de la iglesia y de los cardenales. Se culpaba a las mujeres de todos los males, e incluso llegó a perseguirse a las más acaudaladas. Es una forma de conseguir dinero rápido y fácil. Hay gente, les explicó que incrementó su patrimonio de forma escandalosa. 

- Por otra parte, la idea del demonio es una idea que viene de personas muy cultas y los libros de demonología están escritos por personas muy cultivadas, dijo.

- Tener cuidado, les advirtió que la iglesia es cruel y vengativa.

Se despidieron de él, y regresaron a su casa muy desazonados y pesimistas sobre la posibilidad de encontrarlo. Trataron de vivir y de pensar que es lo que iban a hacer, cuando un día recibió una carta del Santo Oficio para que se personara en la abadía de Hersfeld. Le comunicaban que el tribunal de la santa inquisición quería saber porque había armado tanto ruido, e iba firmaba por el cardenal Berthold Heinrich, citándolo.

Cuando la leyó, su preocupación se hizo evidente. Las reformas luteranas y calvinistas amenazaban la hegemonía de la Iglesia Católica, y las acusaciones se convertían en una herramienta para resolver disputas políticas o rencillas personales. Mucha gente era perseguida por herejías relacionadas con la brujería o las invocaciones satánicas.

Tener cuidado, les advirtió que la iglesia es cruel y vengativa. Se despidieron de él, y regresaron a su casa muy desazonados y pesimistas sobre la posibilidad de encontrarlo

En su trabajo, pronto el cielo tendería a estar cubierto y el tiempo empezaría a ser inestable y lluvioso. Tenía que darse prisa y apuntar los datos de las estrellas que le faltaban, registrarlos en sus pergaminos, y realizar los cálculos y las estimaciones de las distancias que aún le faltaban, para entregárselos a los mercaderes.

También estaba trabajando en un proyecto que le causaba angustia y desasosiego. Estaba obteniendo un mapa del universo diferente, que era un nuevo paradigma mecánico del firmamento. Todas las conclusiones que había obtenido sobre las leyes por las que se regía este modelo, le anticipaban problemas inevitables y sufrimiento futuros. Percibía una extraña sensación de angustia. 

Sabía de casos de personas que habían terminado en la hoguera por llevar a cabo investigaciones similares a las suyas, y él había sido llamado por el tribunal eclesiástico para que se presentara ante ellos con urgencia y explicara sus quejas y sospechas.

Quería regresar cuanto antes de este viaje. Se despidió de su mujer y de sus hijos, muy preocupado. Pasaron dos semanas de cabalgar sin cesar desde Lubeck donde vivía, hasta la ciudad donde estaba la abadía benedictina de Hersfeld

Solamente le faltaba cruzar un puente de piedra, de tres ojos, para salvar un río de gran caudal y llegar a una edificación con dos torres altas y un arco, que indicaban su origen y su pasado románico. 

- Se acercó a la puerta y golpeó la pesada aldaba de hierro. El fraile que salió a recibirlo le dijo que lo esperaban y lo condujo a través del claustro. Mientras lo rodeaban, pudo ver la arcada, un pozo, y unos cipreses que por su altura sobrepasaban el edificio. Posados en un arco de hierro, una bandada de cuervos negros trataba de buscar comida. Esta visión incrementó aún más su sensación de frío y angustia. Cuando llegó a la sala, le indicaron que esperase a que el grupo de cardenales del santo oficio llegase.

Walter fue interrogado y después fue sometido a tortura para que depusiera sus ideas que eran heréticas. Lo martirizaron con varios métodos para minar su voluntad

Walter fue interrogado y después fue sometido a tortura para que depusiera sus ideas que eran heréticas. Lo martirizaron con varios métodos para minar su voluntad. Le introdujeron una gran pera que le introdujeron por el ano, que tenía un tornillo con el que los dientes se iban abriendo y que al salir, desgarraban los tejidos internos, causando gran dolor y sufrimiento. También utilizaron otros aparatos de tortura con máquinas, típicas de la inquisición, llegando hasta la extenuación y pérdida de conciencia. Los deterioros que le hicieron fueron tremendos

Estuvo encarcelado por un tiempo de ocho años, durante el que se instruyó su causa, al cabo del cual fue acusado de estar poseído por el demonio. Mientras estuvo en la mazmorra tuvo tiempo para pensar en lo que le estaba sucediendo, pues era una persona inteligente y con conocimientos. El análisis que hacía de su situación lo llevaba a pensar lo peor para él. Pensaba en su mujer y en sus hijos que habían quedado desamparados. Pensaba como lo estarían pasando. 

Ocho años habían pasado desde que fue mandado encarcelar en las mazmorras de la abadía, mientras los cardenales y doctores de la Iglesia estudiaban su caso, cuando el alguacil, única visita que tenía de vez en cuando, le abrió la puerta y le comunicó que hoy era el día anunciado para su juicio, y lo condujo al interior de una sala donde se celebraría el juicio, junto con doce guardias del santo oficio. Entró el acusado, esposado y con grilletes en los pies, seguido de los guardas del tribunal. 

A su izquierda, y según avanzaba por el pasillo central, estaban dispuestas varias máquinas de tortura. A la derecha, un grupo de monjes sentados en unos bancos se levantaron y giraron su cabeza para verlo pasar. Avanzaba con lentitud hasta llegar a su lugar en el fondo de la sala situado enfrente de la mesa de los jueces. Esperó de pie. Sobre la mesa donde se sentaría el jurado pudo ver algunos mapas que había hecho y documentos sobre las conferencias que había dado.

Unos minutos después y por una puerta lateral, entró el cardenal Berthold Heinrich del tribunal de la santa inquisición, con su bonete y su fajín morados, y con una gran cruz de oro en el pecho. Le seguían un obispo y un grupo de doctores eclesiásticos que habían estudiado su caso y que iban a juzgarlo. 

Ocho años habían pasado desde que fue mandado encarcelar en las mazmorras de la abadía, mientras los cardenales y doctores de la Iglesia estudiaban su caso

Se pusieron de pie cada uno en el sitio donde se iban a sentar. El cardenal se situó en el centro de la mesa, dispuesta de forma perpendicular al pasillo de entrada de Walter y formando una cruz con éste. Los obispos se situaron a ambos lados.

- El purpurado ordenó al alguacil que quitara al acusado las esposas y los grilletes para que oyera los cargos contra él. Uno de los obispos que actuaba como relator, leyó las acusaciones contra el: “Endemoniado, blasfemia, herejía, inmoralidad y obstinación en el error”. Después, se sentaron todos, excepto el obispo, calvo y de apariencia bonachona, que con pasitos cortos se acercó al acusado y le dijo:

- ¿Esos mapas que hace Usted, para que los utiliza? preguntó el obispo con cara regordeta?

- Me los compran mercaderes y marinos para orientarse en sus viajes, contesto Walter, muy lacónico.

- ¿Quiere decirnos que los mercaderes se guían por esas estrellas que usted dibuja en ellos?, preguntó otro doctor de la iglesia.

- Así es, dijo el acusado.

- Se le acusa de estar en posesión de mapas que forman un nuevo orden en el universo, dijo otro doctor de la iglesia, contrarios a lo mandado por la iglesia católica. Walter no contestó. ¿Qué tiene que decir?

- La voluntad de Dios fue crear al hombre a su imagen y semejanza, hermano Walter. ¿Estáis de acuerdo?

- Sí, contestó éste lacónicamente.

- Y lo hizo para mayor gloria suya, continuó el pastor y volviendo a preguntar mientas abría los brazos en cruz, ¿entonces cómo es posible que digáis que Dios eligió para la vida y destino del hombre, un lugar que no es el centro de la creación?

- Walter, tampoco contestó. Sabía que estaba condenado.

- Vuestro silencio os condena. Dijo el cardenal purpurado levantándose del asiento lleno de ira. Sois un hereje, le gritó.

Se le acusa de estar en posesión de mapas que forman un nuevo orden en el universo, dijo otro doctor de la iglesia, contrarios a lo mandado por la iglesia católica

El acusado permaneció en silencio. Miró hacia atrás, hacia el pasillo por donde había venido, y solo pudo ver a los guardas del santo oficio.

- ¿Afirmáis que la Tierra da vueltas alrededor del Sol, contraviniendo el orden natural y la voluntad de Dios? Volvió a preguntar en tono conciliador el obispo con cara regordeta.

- Así es. Según los cálculos que he realizado, es la Tierra la que gira alrededor del Sol, contesto Walter.

- ¿Creéis acaso que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza para situarlo en un planeta que no ocupa una posición céntrica?, volvió a levantarse el cardenal Berthold, dando un puñetazo en la mesa con la cara enrojecida por la ira.

- La Tierra ocupa una posición central. Las estrellas tienen que ser sujetas mediante vínculos divinos a la esfera de cristal que las sostiene, para no ser atraídas hacia el centro, dijo el eclesiastico-

Walter optó por no contestar.

- ¿Osáis desafiar la sabiduría de los doctores de la Iglesia a quienes Jesucristo, hijo de Dios, ordenó la custodia de su Iglesia?, preguntó de nuevo el cardenal Heinrich.

- El hombre debe cumplir la voluntad de Dios, su creador, comportarse como un hijo y dejarse llevar por sus pastores, sentenció el cardenal, levantándose de nuevo.

- Yo no he incumplido la voluntad de Dios, expreso Walter.

- Entonces un teólogo se levantó de su mesa y le preguntó:

- ¿Dónde tenéis los pergaminos donde habéis hecho las anotaciones sobre las posiciones y los ángulos de posición de estrellas y planetas?, pregunto un doctor de la iglesia.

- Se los entregué para que los custodiase a un amigo árabe, que vive en Córdoba.

- ¡A un amigo musulmán de Córdoba!, exclamó encendido en cólera y levantándose, el purpurado. Esos pergaminos pertenecen a la Iglesia, y debieron ser entregados a esta para su custodia y examen.

- Esos pergaminos fueron realizados por mí. Todos los cálculos lo hice yo, apoyándome en teoremas egipcios y griegos. A mí me corresponde decir a quien se los doy en custodia, dijo Walter.

- El conocimiento es patrimonio exclusivo de la Iglesia, esgrimió de nuevo el cardenal, qué se levantó fuera de sí. Este juicio se acabó.

Mandó poner los grilletes al acusado y pasaron todos a otra sala a deliberar.

- Mientras esperaba la entrada del cardenal Berthold Heinrich y de los doctores de la iglesia para dictar justicia, Walter levantó la cabeza hacia el cielo tratando de adivinar cuál sería la sentencia. 

El conocimiento es patrimonio exclusivo de la Iglesia, esgrimió de nuevo el cardenal, qué se levantó fuera de sí. Este juicio se acabó

Detuvo su mirada en los frescos que cubrían la cúpula. Uno de ellos reflejaba el día del juicio final con los cuatro jinetes del apocalipsis. Otro, a Dios entregándole las llaves del cielo metidas dentro de un aro a san Pedro. Albert bajó la cabeza. Tratando de alejarse de éstos, fijó su mirada en un nuevo fresco que reflejaba a un pastor rodeado de sus ovejas. Y, por último, sus ojos se posaron en otro, en el que los pecadores sufrían el castigo de las llamas del infierno. Con creciente congoja, miró hacia la salida de la sala. Sus diálogos internos le estaban haciendo la espera un calvario. Parecía que la sala le juzgaba a través de sus cuadros y pinturas. Supo entonces cual era la voluntad de Dios.

Desvió su mirada hacia el suelo de la sala, detuvo sus pensamientos, y se preguntó cómo podría explicar a todos aquellos expertos en teología, su modelo del cosmos, en el que la Tierra no era el centro estático de la bóveda celeste. Como podría explicar que con las observaciones y mediciones que había ido obteniendo en los últimos años podría dibujar las trayectorias circulares que todos los planetas seguían alrededor del Sol. Como podría justificar las conclusiones a las que había llegado, si ya había sido juzgado por los cuadros y frescos de la sala.

Giró su cabeza hacia atrás como si quisiera escapar y desandar el pasillo que lo había llevado hasta allí. Los doce guardas se lo hubieran impedido. Su orgullo también. 

En noviembre de 1584, desde un pueblo cercano a la abadía un grupo de monjes vio como una columna de humo procedente de una pira que ascendía hacia el cielo.

“La venganza de la justicia de los cardenales y de los eclesiásticos se había cumplido”.

“Dios lo ha querido”, exclamó el cardenal Berthold Heinrich.

Al padre del niño desaparecido le quitaron todas sus propiedades por ser hereje y pasaron a manos de la iglesia

Transcurría el año litúrgico de 1584.

La santa inquisición