viernes. 29.03.2024
capitan-lagarta

Tras un curso rápido sobre el genoma humano, la doctora An acaba de abrir una clínica de fertilidad en la avenida más importante de la ciudad. Quiere el azar que por allí pasen Bernardo y Matilde, una joven pareja que lleva meses dándole vueltas al asunto de tener descendencia; quiere la fortuna que sea la intuición femenina, siempre atenta a encontrar lo que busca, quien primero mire, luego vea y finalmente observe la placa que dos operarios de buzo azul están acabando de atornillar en el dintel del portal y en la que puede leerse en letras de molde: Dra. An Selma, genetista, reproducción a la carta. Mientras Matilde abandera el sí, es una pena dejar este mundo sin tener críos, Bernardo, sin saber que la historia acabará en alumbramiento pues las decisiones trascendentes desde que el mundo es mundo, alea jacta est, serán siempre matíldeas, sigue atrincherado en el no, no merece la pena traerlos a este valle de lágrimas y aún menos en tiempos convulsos. Ya están ambos sentados frente a la genetista. Bernardo, que siente cierto relajo al comprobar que la doctora An no es china  -no es racista pero está influenciado por viles estereotipos rotundamente falsos acerca de la baja calidad y obsolescencia de los productos del todo a cien-  , se arranca con un buenos días doctora Selma, verá, mi esposa y yo queremos tener un hijo en un futuro muy lejano y como hemos visto en el portal el anuncio ese de reproducción a la carta, pues henos aquí a su merced. Huelga decir que Bernardo cree que él ha tomado la iniciativa, pero es el calculado silencio de Matilde quien realmente ha roto el hielo. Enhorabuena por la decisión dice la doctora An mirando a los ojos de Matilde; están ustedes en el sitio apropiado. En este momento saben el qué, quieren un hijo, pero aún les hace falta conocer el cómo, cómo quieren que sea la criatura. Hoy en día podemos predeterminar ciertas cualidades del futuro ser y precisamente por ello deben responder a una serie de preguntas técnicas; la primera es sencilla ¿quieren tener un niño o una niña?. Aún no acaba Bernardo de decidir lo de la descendencia y ya está eligiendo el sexo; todo apunta a que este tipo de estados confusionales transitorios caracterizados por la sensación de ser pluma movida por el viento, son cuestión propia, no es broma, del género bernardiano. Aunque la decisión es enteramente de ustedes, por deber médico deontológico debo informarles de algunos detalles estadísticos que nada tienen que ver que con los cromosomas, constituyen lo que los especialistas llamamos trazas de género: si es niña, aunque obtendrá mejores calificaciones académicas, lo tendrá mas difícil en el mercado laboral; si es niño, obviamente será menos responsable, pero dispondrá de más ínfulas y aspiraciones de poder. Matilde, mirando primero a Bernardo y luego a la doctora Selma, afirma segura ¿qué más da? en esto no queremos intervenir, que decida la Naturaleza; además, si hay que trasformar la sociedad esto lo puede hacer tanto un niño como una niña. Vamos entonces con la segunda pregunta ¿lo quieren sumiso o más bien con mala leche?. Bernardo, que está haciendo en su empresa un curso de comunicación subvencionado por la Fundación Tripartita, responde ufano: mire doctora An, ¿por qué irse a los extremos si en el medio está la virtud?, lo queremos asertivo. Como usted debe saber, doctora, la asertividad es el punto intermedio entre la sumisión y el enfado, ese sitio en el que uno dice lo que piensa, pero sin dañar a los demás. Se podría decir, doctora, que el comportamiento asertivo es definible con la imagen “mano de hierro en guante de seda”. La doctora An, esbozando una pícara sonrisa, responde: verán, tenemos constancia de que hay diversos genes disparadores e inhibidores de la mala leche pero, créanmelo, el gen de la asertividad no existe, la asertividad es invento humano probablemente inglés, una entelequia diplomática, una utopía. Deben pues decidirse por una de las dos tendencias, sumisión o mala leche, amoldamiento o genio, tragadura o exigencia, aquiescencia o negación -la doctora empieza a gustarse- vivir de rodillas o morir de pie, cobardía o valentía, esclavitud o lucha, comulgar con ruedas de molino o afirmar rotundamente que no. Les garantizo que esta decisión  -la doctora An Selma habla ahora emocionada- , pusilanimidad o gallardía, mansedumbre o bravura, es más importante que la que ustedes acaban de dejar en manos de la naturaleza, ser hombre o ser mujer. Blandura o genio, esta en la cuestión. Usted hablaba antes de cambiar el mundo, dice la doctora mirando de nuevo a Matilde, pues acompañe ahora a su marido a la sala de espera y tómense para esta elección el tiempo que haga falta. Bernardo que sabe de las consecuencias del hablar y quiere evitar problemas a su futuro retoño, opta por programarlo de carácter sumiso, callado ¿por qué no evitar al crío los pescozones que le darán por abrir la boca?  pero ella, Matilde, es partidaria de que su futuro hijo diga siempre lo que piensa, con valentía, mirando de frente. Mira Bernardo, que lo diga todo, que no tenga que tragar sapos. Mira Matilde, que en boca cerrada no entran moscas. Mira Bernardo que quien calla otorga. Mira Matilde que a veces tendrá que decir que sí solo para tener la fiesta en paz. Mira Bernardo que diciendo que no, incluso por sistema, jamás se la darán con queso. Mira Matilde que si calla vivirá más años. Mira Bernardo que callar es peor que estar muerto. El combate dura una hora más o menos hasta que finalmente se impone, por puntos, el sentimiento sobre la razón. Cinco minutos después, la doctora An anota en su libreta: determinación cromosómica sexo, xx ó xy, indiferente; genotipo de la mala leche, afirmativo. Al día siguiente suena el teléfono en la clínica: mire, doctora, he pensado que ese estilo peleón que escogimos el otro día estaría bien encarnado por una mujer. Por favor, échele una mano a Natura, susurra Bernardo antes de colgar.

Reproducción a la carta