viernes. 03.05.2024

Corría el año litúrgico de 1452, en la Grecia Continental


Sus padres al nacer quisieron que se llamara Nassarenio Cristógino, y así lo bautizaron. Se comportaba como ellos querían y seguía sus pasos.

Era un hombre bueno / Era un hombre pio / Era un hombre casto / Era un hombre dócil / Era un hombre sumiso / Era un hombre rezador.

Era un hombre que estaba a bien con los mandamientos de Dios y de la Iglesia Católica. Como lo querían sus padres que habían fallecido hacía unos años dejándole en herencia la casa donde vivía y algún dinero que empleaba en mantenerse y en ayudar a los santos de la catedral. 

A la edad de 46 años no conocía mujer ni había tenido ninguna relación, y solo le pedía a dios, a la virgen a y a su santo Emeterio que lo librara de los demonios una y otra vez, y así continuaba.

Ayudaba al deán Don Emetrío de Alejandría a decir misa de doce todos los días en la catedral, daba el diezmo a los pobres y seguía los preceptos y mandamientos que la iglesia tal como mandaban los cánones eclesiales.

El sufrimiento y el desasosiego que le causaba el pecado era mucho, su vida era la iglesia y rezar las oraciones que le mandaba su confesor, vivía plenamente la fe de la iglesia y oraba por sus pecados. Le pedía a dios que no lo dejara pecar, que lo librara de las tentaciones y de las asechanzas del demonio.

Su lectura eran los Comentarios del Apocalipsis y la biblia en el scriptorium de la catedral de Tsalonika y le rezaba a san Emeterio para que lo librara de las tentaciones del demonio y de la carne:

  • Por dios, por dios, rogaba y rezaba al santo.
  • Por dios santo mío, que no me tienten, que no me posean, san Emeterio, decía una y otra vez.
  • Le pedía a la virgen que no lo tentara ningún súcubo. 
  • También oraba a la virgen de los desamparados, para que no me tiente, que no me tiente.

A la edad de 46 años no conocía mujer ni había tenido ninguna relación, y solo le pedía a dios, a la virgen a y a su santo Emeterio que lo librara de los demonios

Y continuaba con los ruegos a dios:

  • Que no me posea el demonio, que no me posea, que no me tiente.
  • Que yo quiero ser puro y casto, decía.
  • Y después de estos ruegos, rezaba la letanía a todos los santos del pastoral, para que los súcubos no lo tentaran.

Sufría de melancolía religiosa y no pisaba la raya entre las piedras ni la de los baldosines de la catedral.

Un día de verano cuando el arzobispo había dado misa y después de haber acudido a un cursillo de cristiandad con otros fieles, y después de encomendarse a sus santos benefactores, decidió darse un baño en el mar de la ciudad de Tsalonika, donde vivía. 

Se desnudo, se puso el bañador y poco a poco, se metió en el agua, que estaba fría. La atmósfera que se respiraba en mar era de quietud y de calma, solo rota por el pequeño murmullo que producían las olas al llegar a la orilla.

Cuando estaba disfrutando del agua, de repente observó como unos animalillos que no había visto nunca, salían de unas zarzas. Tenían solo dos piernas y se acercaban hacia él, en forma de círculo, dando tres pasos adelante y uno para atrás, pero siempre moviéndose poco a poco y lo fueron cercando introduciéndose él en el agua. Tenían cuerpo de ocas y movían mucho las alas, cola de saurio muy larga, cabeza de hiena y en vez de orejas tenían cuernos pequeños.

Los animalillos se reían y le enseñaban los dientes, y se movían a su alrededor.

Llegaron después otros animalillos que eran diferentes, tenían cuernos retorcidos de cabra, pero tenían también dos piernas de pato, volaban y tenían cuerpos de perro y cabezas de pato, y le decían cosas al pasar junto a su lado, al mismo tiempo que mordisqueaban su orejilla con mucho cariño, como:

  • Ven a rezar y a orar con nosotros, y le mordisqueaban con sus picos de pato la orejas con mucho cariño. 
  • Ven a orar con nosotros, le decían, mientras volaban a su alrededor.
  • Vamos a rezar y a orar a san Emeterio
  • Vamos a decir unas loas al señor, decían los animalillos revoloteando y aleteando a su alrededor

Le cantaban melodiosamente en idiomas que Nassarenio Cristógino no conocía y que nunca había oído, y por último otros silbaban muy bonito los acordes de unas flautas.

Una mujer bellísima, cubierta solo por un sutil velo, salió de las zarzas y se fue acercando a la orilla del mar, se quito el velo y entro en el agua.

Un fuerte olor a azufre inundo la escena, las aguas se movieron muy rápido, y en medio de la tensión, la mujer desnuda salió del agua y cesaron los aleteos

Los animalillos entonces empezaron a aletear y a mover el agua, primero despacio y después con más fuerza. El oleaje se fue haciendo más y más grande.

De repente un fuerte olor a azufre inundo la escena, las aguas se movieron muy rápido, y en medio de la tensión en la atmosfera, la mujer desnuda salió del agua y cesaron los aleteos. Todos los animalillos se fueron a esconderse detrás de las zarzas. 

Nassarenio Cristógino no comprendía lo que había pasado.

Después de un tiempo, cuando estaba pensando en todo lo que le había ocurrido, y todavía en el agua, otra vez los animalillos aparecieron saliendo de las zarzas, los que tenían cara de hienas empezaron a reírse y a caminar varios pasos para adelante y uno para atrás, al tiempo que entraban nuevamente en el agua. 

Los que tenían cuernos de cabra volaban y le decían cosas al pasar, como: 

  • Ven a rezar y a orar con nosotros y mordisqueaban con sus picos de oca sus orejas con mucho cariño y ternura.
  • Vamos a rezar y a orar a san Emeterio.
  • Ven con nosotros a dar loas al señor.

La mujer del velo volvió a caminar desde las zarzas hacia la orilla otra vez, y repitió los mismos actos. Se quitó el velo y se introdujo en el agua.

Algunos animalillos con la cara de hiena tocaban la flauta al son de algunos acordes y silbaban muy bonito. La mujer se quitó el velo y su cuerpo desnudo de una gran belleza se pudo ver y de nuevo todos los animalillos empezaron a aletear otra vez y a mover el agua con fuerza creciente hasta que crearon un oleaje muy grande, el olor a azufre se hizo muy intenso, de repente la mujer salió del agua y se marchó caminando por detrás de los zarzales, junto con los animalillos.

Y así sucedió dos veces más.

Nassarenio Cristógino no sabía que hacer, ni que pensar. Estaba aterrado y muy, muy preocupado por lo sucedido, se vistió y se fue a ver raudo y veloz, a su confesor espiritual don Dionisio, también deán de la catedral de Tsalonika, para contarle todo lo sucedido. Toco a la puerta del palacio arzobispal hasta que sus ayudantes eclesiásticos le abrieron.

- Vengo a ver al deán Dionisio, les dijo. Tengo que verlo y hablar con él, y es era muy urgente.

- Lo despertaron de su siesta, y le dijeron que Nassarenio Cristogino quería verlo.

Después de vestirse y arreglarse fue al despacho donde recibía a los fieles y allí se encontró a Cristogino.

- ¿Qué te sucede Nassarenio?, le preguntó el eclesiástico, invitándolo a sentarse en una silla enfrente de él.

- Este, después de unos minutos de silencio porque no sabía por dónde empezar, se lo fue contando poco a poco, con pelos y señales.

Cuando lo oyó, el deán se descompuso y lo miraba sin dar crédito a lo que le contaba. Lo observaba y volvía la cabeza para pensar hacia el suelo, una y otra vez

- Lo peor es que los animalillos me miraban con lascivia y lujuria, decía a don Dionisio, Nassarenio Cristogino.

Lo peor es que los animalillos me miraban con lascivia y lujuria, decía a don Dionisio, Nassarenio Cristogino

- El súcubo me quería violar, esos demonios me miraban con cara de lascivia, y se movía con lujuria, continuaba

- Los animalillos también me miraban con actitud de lujuriosa, le decía a su confesor, una y otra vez

- El eclesiástico después de unos minutos de silencio, en el que miraba sin decir nada una y otra vez, al suelo y a la cara, le pidió que se lo contara otra vez, pero sin omitir detalle.

Lo hizo.

- Y el eclesiástico al final, le dijo:

- Pero no entiendo por qué sucedió cuatro veces, le decía su confesor espiritual.

- No lo puedo entender, continuaba. Nunca lo había oído, expresaba su convencimiento, mientras pensaba en que hacer.

- El eclesiástico muy atento a todo lo que le decía, le dijo que no entendía por qué se había repetido cuatro veces el episodio de posesión demoniaca que sin duda era gravísimo.

- Nunca había visto un caso de tanta gravedad y rápidamente lo mando al padre Ataulfo, que era un sacerdote muy experimentado en exorcismos

- Le dijo que se encomendara a dios, y a la virgen, y a todos los santos para que no volvieran, al terminar la conversación.

Al salir del palacio arzobispal caminó sin rumbo por las calles de la ciudad, bajaba por una calle y volvía a subir, y así estuvo varias horas caminando presa de una gran agitación. Entró en una iglesia que encontró abierta intentando buscar consuelo en las imágenes de la iglesia, pero no lo encontró. Rezó un rosario, luego otro, y salió a la calle. Pero no salió reconfortado. Su intranquilidad era creciente. Se marchó a su casa, donde solamente su criada lo esperaba.

Esa noche y las siguientes no pudo dormir. Después de casi una semana, su cabeza se debatía entre volver al mar para tratar de averiguar que le había pasado o ir a contárselo al exorcista Don Ataulfo el Grandilocuente. Se decidió por esto último, y éste con rapidez lo envió al episcopado, a pedir audiencia con el deán.

Fue a ver a don Ataúlfo a su palacio obispal. Este solicitaba libros de bestiarios a numerosas bibliotecas de otras ciudades, algunas muy lejanas, para poder consultar e identificar las formas que adoptaban los demonios. Conocía a más de ciento cuarenta demonios, de los que sabia su origen, y además las estrategias que utilizaban para engañar y poseer a los seres humanos.

Le contó con pelos y señales todo lo sucedido y después de unos minutos de reflexión, el exorcista le decía.

 - Hay súcubos muy instruidos. Fueron ángeles que se convirtieron en demonios. Algunos son limitados y tienen pocas luces, pero son muy eficaces haciendo sus trabajos de ayuda en la posesión demoniaca, pues están entrenados para ello, prosiguió.

- En cambio, otros están más dotados para realizar la posesión, continuó con su alocución.

Don Ataúlfo el Grandilocuente era un gran orador y tenía profundos estudios y conocimientos en demonología, debido a las muchas horas que todos los días dedicaba a leer y estudiar este tema. 

Conocía a más de ciento cuarenta demonios, de los que sabia su origen, y además las estrategias que utilizaban para engañar y poseer a los seres humanos

- ¿Y cuánto tiempo duró la posesión demoníaca?, le preguntó el deán.

- Creo que pudo ser un espacio de tiempo de veinte minutos, desde el momento en que se metió en el agua. Pero después volvió otras tres veces

- Entiendo, dijo el Don Ataúlfo. ¿Qué más puedes decirme que me ayude a identificar a ese demonio?

- Recordando con rapidez, le contestó que tenía un pie girado hacia atrás, aunque su tobillo era fino y delicado, mientras que el pie izquierdo era normal.

- Eso les sucede a numerosos súcubos. Ese dato, aunque relevante de por sí, nos aporta poco para su identificación ¿Recuerdas algo más?

- Recuerdo que cuando el súcubo caminaba se oía un ruido metálico, continuó Nassarenio Cristogino.

Don Ataúlfo al oírlo, desvió su mirada hacia su derecha y al suelo, tratando de pensar y reflexionar.

- Creo que ya lo tengo, dijo don Ataúlfo, levantándose de su silla con aire triunfal. Creo que ya tengo identificado al súcubo que te ha poseído, volvió a decir el pastor, aunque de forma rápida su cara se desencajó y reflejaba una seria preocupación, casi de estupor y espanto. Creo que se trata de un demonio que responde al nombre de Lilitho.

- Lilitho fue un ángel, decía Don Ataúlfo, que lo echaron del cielo porque a todas las vírgenes que encontraba en su camino, les proponía afornicamiento, y muchas de ellas accedían. San Pedro se entero de los fornicios de este ángel, y lo echo de los cielos, y entonces él, al quedarse sin vírgenes, se rebelo contra dios, contra todos los santos, y contra el cielo, y se convirtió en Lilitho. Era un lascivo, un lujurioso y un súcubo horroroso, cuyos pecados ofendían a la iglesia de los santos.

- Se estableció en Mesopotamia, donde adquirió fama de gran mujeriego, y seducía a sus víctimas por métodos parecidos o iguales, utilizando a los animalillos que tenía muy bien entrenados. Tentando siempre con la lujuria y la lascivia que eran artes que el dominaba, continuó el eclesiástico exorcista.

- Fue conocido en los cielos como el gran Lilitho. Después se quedó en silencio por espacio de unos minutos, y con aire grave y de gran preocupación le dijo a Nassarenio:

- No podía imaginarme que estuviera por estas tierras. Lo hacía en otras regiones más al oriente, decía don Ataúlfo, aterrado. Está entre nosotros, y no podemos hacer nada para librarnos de él, expresó.

- Es un súcubo que trabajó inicialmente en la recepción del infierno. A pesar de su gran inteligencia y de sus grandes dotes oratorias y magnificas capacidades de persuasión y de coacción, aceptó el trabajo de recibir y registrar a todos aquellos que no quisieron en los cielos, pues era cojo, y no tenía elección. Hizo un magnífico trabajo, siguió don Ataúlfo.

- Además, se trataba con otros demonios de escalas más altas que la suya, y poseía una gran red de información, por lo que ascendió en el escalafón con rapidez, permitiéndosele primero a prueba, que ascendiese a la tierra, para tentar a los fieles a Dio, siguió contando el deán.

- De hecho, continuó el eclesiástico, tenía una pierna ortopédica, que se mandó hacer con la ayuda de un demonio que trabajaba de carpintero, cuyo nombre era Persefeo, y le preparó unos mecanismos de fundición de hierro, aprovechando las fraguas del infierno, que le permitían girar su rodilla ortopédica. Gracias al invento, se podía mover, pero el artilugio producía un ruido metálico al caminar, que fue lo que tú oíste.

- Comprendo, dijo Nassarenio Cristogino, cada vez más abrumado, pero ¿esos animalillos con cara de hiena, cuerpo de pato, y cola de saurio, ¿quiénes son?, le preguntó, con cara desencajada, mientras se limpiaba el sudor de la frente.

- Se los conoce con el nombre de retrotheinas. Son demonios con poca capacidad de persuasión y de convencimiento, tienen poca iniciativa y son en parte dóciles y sumisos, pero trabajan muy bien las posesiones demoniacas, explicó el eclesiástico. 

- Además, no han desarrollado las suficientes cualidades oratorias que son necesarias para llegar a la posesión, y por eso se los pone a disposición de los demonios más dotados intelectualmente, para que ayuden en las coacciones. Están emparentadas con otros demonios de alto rango y en ocasiones muy conocidos y prestigiados, continuó.

- Mientras cantaban o tocaban con sus flautas esas melodías tan dulces, movían sus cuerpos con lujuria y me miraban con lascivia, decía Nassarenio Cristogino.

Lilitho fue un ángel que lo echaron del cielo porque a todas las vírgenes que encontraba en su camino, les proponía afornicamiento, y muchas de ellas accedían

- Su trabajo es ayudar a los demonios más experimentados en las coacciones, dijo el obispo. Por eso te miraban así.

- Te voy a contar las luchas que se conocen de Lilitho. Vienen descrita en una carta que el profeta Casto de Akad, envió a los fieles de Asía Oriental y a los de las Islas Griegas, para alertarlos de la presencia de este, pues había sido detectado por algunos hombres y mujeres castos, que avisaron de su presencia.

- Lilitho había decidido poseer al obispo Ambrosio de Sumeria, siguió el deán don Ataúlfo, y la estrategia que siguió con él, le decía a Nassarenio, te puede servir de ayuda. 

- Ambrosio de Sumeria, continuó el eclesiástico, era muy presumido. Pasaba mucho tiempo acicalándose, viendo su cara en el espejo y nada le parecía mejor que lo alabaran con su aspecto. Le gustaba pasear por la ciudad luciendo sus mejores ropas de obispo. Tenía unas vestiduras muy bonitas que realzaba su figura, que había sido cortada por un sastre eclesiástico, y bordada con gran delicadeza y esmerado cuidado por las novicias más afamadas del convento de las Mercenarias Descalzas.

- Cuatro retrotheinas a las órdenes de Lilitho, se acercaron hasta la habitación donde dormía Ambrosio de Sumeria. La cama tenía un dosel sostenido por cuatro columnas de madera. Dos de los animalillos se situaron cerca de las columnas del lado de los pies, y le tocaban una música de fanfarrias militares triunfales, mientras las otras dos se acercaron a su oído, y le alababan al mismo tiempo, una en sánscrito, y la otra en griego peninsular, idiomas que Ambrosio conocía solo de forma superficial, su elegancia en el vestir y su gran porte y le decían que podía seducir a cualquier mujer, decía el deán.

- Después al ritmo de la música, entró Lilitho, vestido de sacristán a la habitación. Abrió el armario donde el obispo tenía sus mejores ropajes y fue sacando las prendas una a una, al tiempo que las levantaba y se las enseñaba para que las viera, y lo conminaba a que se levantase y se vistiese, continuaba el obispo.

- Una vez vestido con su bonito traje, el obispo se sintió elegante al ver su fajín colorado, su mantón negro de obispo en el que contrastaban los ojales y botones rojos, sus zapatos negros de piel de cabra, y su elegante tiara. 

- En ese momento, las retrotheinas que tocaban las marchas triunfales iniciaron el camino hacia la calle, seguidas de Ambrosio, que una vez fuera del edificio le decían:

- Mira que porte tienes, Ambrosio de Sumeria, decían.

- Mira que guapo eres, le gritaban.

- Mira que cuerpo tienes, Ambrosio de Sumeria.

Cuando estaban en esta situación la mujer del velo volvió a caminar desde un portal de las casas vecinas, se quitó el velo y se introdujo en una fuente.

Algunos animalillos con la cara de hiena tocaban la flauta al son de algunos acordes y silbaban muy bonito. La mujer se quitó el velo y su cuerpo desnudo de una gran belleza se pudo ver y de nuevo todos los animalillos empezaron a aletear otra vez y a mover el agua de la fuente con fuerza creciente hasta que crearon olas, el olor a azufre se hizo muy intenso, y de repente la mujer salió del agua y se marchó caminando, entrando en una casa, junto con los animalillos.

Para nosotros los obispos, la oratoria es necesaria para persuadir y llevar las ovejas al rebaño, y convencer a aquellos pecadores que acuden en confesión

Ambrosio de Sumeria después de verlo empezó a andar y se gustaba, y se crecía y crecía, y caminaba calle arriba y calle abajo, y todo el mundo se maravillaba de lo bien que vestía el obispo y de lo bien parecido que era.

- A pesar de sus muchas oraciones y jaculatorias, Ambrosio de Sumeria, murió de cansancio, delgado y débil, y sin ilusión, pues después de años de dura lucha con el súcubo, su bonito traje quedó raído y desgastado, lo mismo que sus zapatos negros de piel de cabra. Fue una gran gesta de Lilitho, pues Ambrosio era un hombre íntegro, fuerte, e inteligente.

- Debió de ser un esfuerzo tremendo, dijo Nassarenio Cristogino, mientras le caían gotas de sudor por su frente, que se secaba con frecuencia con su pañuelo bordado.

- Así es, respondió el obispo exorcista.

- Esta estrategia que utilizó el pérfido Lilitho con Ambrosio, también la utilizó para poseer al obispo Abbadondel Bósforo, y también consiguió vencerlo, lo que aumentó su fama y su reputación entre sus superiores en el infierno, al mismo tiempo que se convirtió en un azote para la Iglesia, continuó narrándole el obispo, y así quedó registrado en el libro que relata la Historia de Los Hechos de los Monjes de Sumeria, que escribió Theosdoro el Sabio.

Nassarenio Cristogino escuchaba atentamente y con cara de gran preocupación las historias que el obispo le contaba.

- La tercera noticia que se tuvo de Lilitho, fue en Corinto, continuó diciendo Don Ataulfo, y para que todo el mundo quedase avisado de su presencia y extraordinario poder, san Symeon de Tsalonika, escribió una carta a todos los fieles del Sacro Imperio Germánico, y también a los caros hermanos de Cartagena, en la Hispania. Queda constancia de tal carta, dijo el eclesiástico.

- Esta vez, prosiguió don Ataulfo, Lilitho y un demonio de nombre Goffredo, unieron fuerzas para poseer al obispo Calistenes de Corinto, un hombre santo y un gran predicador, que había estudiado oratoria y se había esforzado durante muchos años, pronunciando largos sermones en los que se apoyaba con grandes movimientos de sus brazos, como si estuviera en un mar embravecido.

- La oratoria, seguía el pastor, es una habilidad que requiere inteligencia y entrenamiento y para la que no todo el mundo sirve. Para nosotros los obispos, es necesaria para persuadir y llevar las ovejas al rebaño, y convencer a aquellos pecadores que acuden en confesión.

- Un día que Calistenes de Corinto estaba confesando a sus fieles, y antes de pronunciar la santa misa, vio venir a doce animalillos de frente y en fila de a dos. Una de ellas entró por la parte izquierda del confesionario y otra por la parte derecha, y ambas le cantaron con suave y melodiosa voz, y en arameo y en sumerio, idiomas que conocía un poco, un discurso muy importante que tenía que pronunciar, mientras le alababan su gran capacidad oratoria, poco frecuente en esas tierras. Otras dos, mientras tanto, le cantaban de forma suave y rítmica, y al mismo tiempo tocaban la flauta con acordes muy dulces enfrente del reclinatorio.

Muchos rosarios todo el día era la única solución, y no vuelvas nunca a la playa ni a sitios donde te ha tentado, porque tiene referencias de cómo hacerte caer y poseerte

Al mismo tiempo, otra retrotheinas enfrente del confesionario, sostenía un atril sobre el cual había un pergamino, en el que estaba escrito un discurso, que otra simulaba pronunciar, moviendo sus alas como si fueran las manos de un orador, imitando solo con gestos. Los otros monstruos simulaban con el movimiento de sus alas aplausos muy estruendosos para el orador.

Después salieron Lilitho y Goffredo, vestidos de sacristanes, se acercaron, parándose frente a él, y con la cabeza mirando hacia abajo en señal de respeto y sumisión y las manos con las dos palmas juntas, los dedos entrelazados, y situadas a la altura del corazón, hicieron un ademán al obispo, para invitarlo a ir tras ellos. Lo acompañaron hasta el púlpito, donde las retrotheinas lo rodearon, y mirándolo con expectación le entregaron su báculo, invitándolo a subir al mismo, donde tenían preparado ya en el atril el discurso que iba a pronunciar.

- Y empezó su disertación con grandes ademanes y aspavientos. De cuando en cuando la fuerza de convicción era tal, que bajaba del púlpito y caminaba por el pasillo central de la catedral. Luego subía al púlpito y después bajaba a caminar de nuevo por el pasillo durante horas, y la gente susurrando le decía que oratoria tan brillante tenía, frases con las que se gustaba y animaba, y así seguía horas y horas, hasta que se le secaba la boca, y caía desmayado por el esfuerzo.

- No continue, pero dígame, ¿Volverá a seducirme de la misma forma que en la playa, o lo hará de otra manera? Estoy confuso y alarmado, expreso Nassarenio Cristogino.

- Lilitho es un súcubo fiel a sus estrategias y lo volverá a intentar igual, dijo el deán.

- ¿Y podré librarme de él?, o ¿me vencerá?, Quiso saber Nassarenio Cristogino, con gesto serio y preocupado.

- Se quedo pensativo y le dijo que rezara mucho y que orara. Muchos rosarios todo el día era la única solución frente al malvado Lilitho, y no vuelvas nunca a la playa ni a sitios donde te ha tentado, porque tiene referencias de cómo hacerte caer y poseerte.

Cuando Nassarenio Cristogino terminó de hablar con el eclesiástico, bajó por las calles despacio sin pisar la raya de las baldosas que llevaban a la playa y una vez allí se percató de que no había nadie. Decidió seguir. Su corazón palpitaba con fuerza. Logró ponerse el traje de baño sin que se notara su nerviosismo, y se dirigió hacia el agua del mar.

¡¡Quería vencer al súcubo¡¡

¡¡Quería vencer a Lilitho¡¡

El súcubo Lilitho