jueves. 18.04.2024
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Till Daling. Pexels

Narrativa | JUAN LABORDA BARCELÓ 

El antropólogo Jaime de Angulo, autor de Cuentos indios entre otras obras, fue de los primeros escritores en mostrar el desarraigo de los pueblos nativos norteamericanos en su particular tránsito hacia la contemporaneidad. De hecho, en alguna de sus obras habla sobre tribus (o lo que quedaba de ellas) que se dedicaron a recorrer en automóvil algunas zonas del continente. Era aquel un triste remedo de su nomadismo originario. La destrucción de estas culturas, a pesar del sincretismo habitual en cualquier conquista, hace mucho que dejó de ser noticia. No obstante, el verano pasado el Papa Francisco se desmarcó con una de esas disculpas históricas bienintencionadas, plenas de bonhomía, pero carentes de efecto. 

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Nadie esperaba que la Iglesia entonase, una vez más, el mea culpa, pero el 25 de julio pasado el Papa pedía perdón por los excesos cometidos contra las comunidades indígenas de Canadá. Muchos de aquellos pueblos, entre los que se encuentran los Innu, sufrieron vejaciones y malos tratos. Tras ser sometidos a la cárcel del sedentarismo, las autoridades de Quebec les obligaron a entregar sus hijos a ciertos centros escolares gestionados por sacerdotes católicos. La intención de cercenar su cultura era evidente, pero nadie contaba además con los abusos eclesiásticos. Del mismo modo, nunca podremos medir el dolor y las lágrimas derramadas en esta travesía. De hecho, se agradece ese afán pueril, un tanto vacuo e imposible, de reparar heridas del pasado. Resulta, de igual modo, que todo ello es especialmente incisivo para las cuitas patrias. Cada día de la Hispanidad se cuestiona con tino el papel de la Corona de Castilla en la conquista y colonización de la América española, no siempre teniendo en cuenta el contexto, en un afán reflexivo y autocrítico loable que en otros lares es inexistente. Convendría ahora que los muy altisonantes anglosajones y franceses hiciesen lo propio a este respecto.

Bien, pues cuando se dio la noticia de la disculpa papal, me encontraba leyendo Kukum (Tiempo de papel Ediciones, 2021), la novela de tintes familiares, ecologistas y sincréticos que escribió Michel Jean sobre su bisabuela. Ella, tras unirse sentimentalmente con un Innu, se hace sin medias tintas con la idiosincrasia y modos de vida de aquel pueblo nómada. Es un bailando con lobos, pero en femenino. Almanda, así se llama la protagonista de esta historia, fue una mujer blanca que logró convertirse en una indígena de pleno derecho, tanto por su hacer, como por la voluntad férrea de superar las dificultades al modo de aquellos. Contemplar al otro y hacerse dueño de su alteridad es un ejercicio complejo, lento y extraordinario. Es un alarde adaptativo, un tour de force del aprendizaje, un proceso de aceptación por parte de unos y de esfuerzo integrador por el otro. Son los mimbres de una historia hermosa y áspera.

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MIchel Jean. Autor de Kukum

En el proceso, marcado por hitos rituales vinculados a la tierra y al espacio natural, se evidencian algunos aspectos realmente significativos. Por un lado, se muestra la voracidad del hombre blanco en su explotación de la tierra. Tlaloc, el dios de la lluvia aún no lloraba sobre México, pero el Péribonka, río sagrado de varios pueblos indígenas, se saturaba de maderos cercenados. El cambio climático y la realidad forestal, además de la subida del nivel de los mares, son una muestra palmaria del carácter devastador del hombre. Por otro lado, hay en el camino de hacerse indígena un destilar muy poético de esencias culturales. La fuerza de la oralidad, la vida abriéndose paso para enseñorearse en la primavera, las necesidades estacionales, el amor como fuerza motriz de la existencia, la fórmula pedagógica de los antepasados y otras tantas ideas ancestrales tienen cabida en el devenir de esta mujer, de su familia y de sus descendientes.

Las mentalidades entre el hombre blanco y el nativo varían, pero los arquetipos de supervivencia y bondad siempre encuentran puentes. Es difícil negar los vasos comunicantes cuando una persona cruza el umbral y se inserta en otra cultura. Esa vereda sinuosa, junto a la decadencia notabilísima de un pueblo obligado a la renuncia de sí mismo, son los dramas de esta novela, de una prosa simple, contenida, pero hondamente lírica. Si a ello le sumamos el dolor de haberse visto sometidos a una castración cultural y a los abusos de los religiosos en colegios como Fort George, nos damos cuenta de una realidad. La evolución humana, así como la naturaleza, no son justas en su avanzar. Hay mucho albur, injusticia, improvisación y caos en la permanencia de los pueblos (y en su preeminencia también). Y no quiero con ello cuestionar la tesis de que el más fuerte sobrevive o la teoría de las especies darwiniana aplicada a nosotros mismos. Lo que apunto es que habría espacio para más variedad étnica, racial y cultural si los dominios intelectuales, prácticamente una huella antropológica indeleble en el ser humano, no fueran tan contundentes. El proselitismo, la imposición y la ceguera de lo propio son cainitas, verdaderas cargas de profundidad. Acaban con la riquísima y variada riqueza etnográfica del planeta. Al menos, nos quedan eslabones sueltos como este libro y las experiencias que guarda. Son destellos en sombra de lo que fue una cultura, como tantas otras, de las que hoy sólo quedan cenizas, alcoholismo y alguna que otra reivindicación. Kukum es una novela personalísima que recoge, y de ahí su carácter universal, la tragedia de un pueblo. 


JUAN LABORDA BARCELÓ. Escritor e historiador
JUAN LABORDA BARCELÓ. Escritor e historiador

La luz y la oscuridad se tutean "Kukum", de Jean Michel