viernes. 26.04.2024
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El retrato de casada (cuyo título original es The marriage portrait) es la novena de las novelas escritas por la autora británica Maggie O’Farrell (de quien yo había leído la anterior suya, la inestimable Hamnet). Publicada en 2022, la he leído en la espléndida traducción que hizo a mi idioma un año después Concha Cardeñoso Sáenz de Miera.

“Una vez más, la incredulidad se le acumula debajo de las costillas como una burbuja de risa. Si no tiene cuidado, lo absurdo de su discurso, el fingimiento, el disimulo, esas miradas engañosas le harán estallar en carcajadas. Su marido, que tiene intenciones de matarla, por su propia mano u ordenándoselo a otro, levanta una esquina de la servilleta y se limpia la mejilla dándose toquecitos con la punta, como si una gota de sopa en la cara fuera cosa de importancia. Su marido, que busca su muerte, dedica un momento a apartarse de la frente un mechón suelto y finalmente se lo pone detrás de la oreja. Su marido, el asesino, vuelve la cabeza y dice a los criados que comuniquen a las cocinas que pongan más sal. Como si el aderezo fuera importante para ellos en ese instante. Su marido, que va a matarla dentro de poco, alarga la mano como si fuera a envolver con la palma los fríos dedos de Lucrezia. Esto ya le resulta excesivo: vuelve a la vida con un sobresalto y la retira so pretexto de coger la cuchara y hundirla en el cuenco de sopa”.

Abre la novela O’Farrell, al igual que lo hacía en Hamnet, con lo que llama una referencia histórica. Una referencia histórica que nos pone en antecedentes (y más allá) y dice así:

“En 1560, a los quince años de edad, Lucrezia de Medici salió de Florencia para iniciar su vida de casada con Alfonso II d’Este, duque de Ferrara. Morirá antes de cumplirse un año. La causa oficial de su muerte sería fiebres pútridas, pero se rumoreaba que había sido asesinada por su marido”.

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Vuelvo a tener la sensación, no sé si la certeza, de que estoy siendo trasladado durante la lectura al pasado, a un tiempo que nunca conoceremos con la sensibilidad con la que lo vivieron sus verdaderos habitantes. Y, sin embargo, creo estar allí en aquellos instantes aparentemente similares a los que se podrían disfrutar o sufrir en este hoy en el que ahora te escribo estas palabras, como sabiendo que cuanto leo es parte de algo que jamás podrá tener lugar, no ya de la misma manera, sino ni tan siquiera con los modos y los gustos y las ganas y las insatisfacciones de aquellas gentes muertas para siempre. Porque O´Farrell (a cuyos personajes, por ejemplo, las dudas pueden tirarles “del borde de sus pensamientos”) construye una verdad literaria en la que sus protagonistas son seres muy parecidos a nosotros que habitan un mundo en el que todavía no ha tenido lugar el futuro. Nosotros leemos sus intrigas, sus angustiosas vicisitudes, sus momentos de serenidad, de gozo, de vislumbre, a sabiendas de que nuestro mundo está inmerso en unas cotidianidades muy distintas, pero esencialmente afines.

“Las flores se ondulan bajo el peso de un enjambre de abejas, la fuente sigue expresándose en su indescifrable argot plateado”.

Es aquel, el tiempo de Lucrezia, todavía el tiempo en el que las mujeres de alta alcurnia eran educadas para el matrimonio: “como un eslabón más de la cadena de poder”. Sin embargo, sus hermanos varones son educados “para mandar”: a ellos se les enseña “a luchar, a discutir, a debatir, a negociar, a ganar, a manipular, a esperar, a descubrir las ventajas, a tramar, a manejar, a consolidar su influencia”; aprenden retórica, narrativa y argumentación; se ejercitan en el salto, en el boxeo, en el levantamiento de pesas, en la esgrima; “les han enseñado las formas más eficaces de poner fin a la vida de otras personas”…

“La sangre menstrual llega otra vez, con varios días de retraso, con insolencia y despreocupación”

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Maggie O'Farrell

En definitiva, es esta otra crónica de una muerte anunciada (Nunciata se llama, por cierto, una de sus personajes femeninas) a cargo de O’Farrell, la mujer escritora que nos cuenta el sometimiento inmisericorde de muchas mujeres en las épocas en que los hombres dominaban la Tierra. ¿Cómo hoy?

“A una niña se le exigirá hacer lo mismo que ha hecho ella: desarraigarse de su familia y de su lugar de nacimiento para arraigar en otra parte, en la que tendrá que aprender a medrar a reproducirse, a hablar poco y hacer menos, a quedarse en sus habitaciones, y a cortarse el pelo, y a evitar las emociones, y a contener la estimulación y a someterse a todas las caricias nocturnas que le salgan al paso”.

Maggie O’Farrell, narradora omnisciente, dueña absoluta de su maravilloso cuento, de su novela, es una diosa que decide sobre la vida y la muerte de sus personajes. No digo más. Porque ella hace con el pasado lo que le viene en gana, y así es muy difícil saber si aquellas gentes sentían así, vestían así y amaban así, odiaban así. Eran así. ¿Y eso importa? A mí a veces sí, y a veces no.

Lucrezia de Medici según Maggie O’Farrell