martes. 19.03.2024
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La situación a principios del año 1809, tras la campaña napoleónica, mostraba que la mayor parte de la mitad norte del país se encontraba bajo control francés, aunque había algunos focos aislados de resistencia apoyados por los restos del ejército español con el general Blake en Valencia, en Galicia con el marqués de la Romana y en Asturias con el general Ballesteros.

Las tropas españolas estaban totalmente desorganizadas y apenas quedaban 100.000 soldados. Es en este momento cuando aparece de forma generalizada un conjunto de bandas armadas, las guerrillas.

  1. LA GUERRA DE DESGASTE
  2. LAS VICTORIAS ALIADAS
  3. LA JUNTA CENTRAL Y LA CONVOCATORIA A CORTES
  4. LA COMPOSICIÓN DE LAS CORTES DE CÁDIZ
  5. LAS REFORMAS DE LAS CORTES

Los franceses comenzaron a llamar a esa forma de combatir “la petite guerre”. En enero del año 1809 suenan nombres como el cura Merino y del carbonero Juan Martín El Empecinado, en febrero aparece, Renovales y en marzo, Espoz y Mina.

Las guerrillas significaron la participación popular en la guerra, la expresión de una mentalidad colectiva de lucha a muerte contra el invasor. Fueron la manifestación de la Nación en armas, que llevaba a cabo una guerra irregular, sin normas, la guerra total.

La guerra de guerrillas desarrollada en España cumplió las condiciones de una insurrección o resistencia dispersa de los grupos de guerrilleros que fueron muy eficaces. Cada partida tenía un escaso número de componentes. Sin embargo al final de la guerra había partidas guerrilleras que agrupaban a más de mil hombres.

La guerrilla ejerce una actividad dinámica y versátil, de agrupamiento y dispersión continua, en la que no interviene para nada el concepto estático, de apegamiento y dominio del terreno, propio de una guerra convencional.

Está dinámica hace que nunca haya un enfrentamiento a campo abierto, sino que buscan las pequeñas escaramuzas, los amagos y las emboscadas, aprovechando el perfecto conocimiento del terreno y las carencias de problemas logísticos de abastecimiento y comunicaciones.

Las memorias de los oficiales franceses en España recogen el nerviosismo, hasta la desmoralización, de sentirse aislados en un país en el que cualquier actitud, incluso aparentemente amistosa, era mirada con total desconfianza.

Las guerrillas consiguieron tres resultados importantes:

  •  Obstaculizaron las comunicaciones entre los diversos ejércitos franceses presentes en el país. Las órdenes de Napoleón llegaban hasta con cuarenta y un días de retrasos entre París y Madrid.
  • Las guerrillas aportaron importante información a los ejércitos regulares aliados que luchaban contra los franceses.
  • Las guerrillas obligaron a destinar un número elevado de tropas para la protección de las comunicaciones y a la fijación e inmovilización de fuerzas francesas en las ciudades.

LA GUERRA DE DESGASTE

A partir de comienzos del año 1809, las tropas francesas intentaron extender su dominio a todo el territorio español, lo que implicó una típica guerra de desgaste que requirió tres largos años, al final de los cuales los franceses poseyeron gran número de provincias españolas a cambio del sacrificio de buena parte de sus posibilidades humanas.

La ocupación se llevó a cabo siguiendo tres líneas de penetración:

  • La primera era Levante con el objetivo inicial de unir a los ejércitos que operaban en el valle del Ebro con los que actuaban en Cataluña. Tras la caída de Tarragona en junio del año 1811, el mariscal Suchet se propuso conquistar Valencia.
  • La Junta Central consiguió reunir un ejército de 50.000 soldados al mando de Aréizaga con el objetivo de conquistar Madrid pero la lentitud de su marcha hizo que los franceses se reagruparan en Aranjuez, siendo derrotado por los franceses en la batalla de Ocaña.

Esta derrota abrió las puertas a los franceses para la conquista de Andalucía y tenía este ataque un doble motivo:

  1. Vengarse de la derrota sufrida en Bailén.
  2. Andalucía seducía a los franceses por sus riquezas.

La campaña de Andalucía supuso un fuerte auge militar y se había conseguido dominar toda la región menos la ciudad de Cádiz.

Los ingleses ya se encontraban en Portugal y crearon una zona defensiva en Torres Vedras y además formaron un potente ejército de 70.000 hombres compuesto por ingleses, portugueses y españoles. El mariscal Masssena fue el encargado de ocupar Portugal, mientras que las tropas aliadas eran dirigidas por Wellesley.

Hubo un enfrentamiento directo en Busaco que significo el retroceso del ejército aliado hasta las defensas de Torres Vedras. Nunca los franceses pudieron sobre pasar esta zona defensiva.

Masséna envió a París al general Foy con el siguiente mensaje “He llegado a la conclusión de que pondría en un gran peligro al ejército de Su Majestad si intentase atacar estas formidables líneas defendidas por 30.000 soldados ingleses y 30.000 portugueses, apoyados por 50.000 campesinos armados”.

El fracaso francés tuvo una importante repercusión en toda la península. Napoleón había hecho un esfuerzo supremo para expulsar a los ingleses, enviando a Portugal un potente ejército, bajo la dirección de un general experimentado.

Sin embargo, la clara visión del general inglés de Wellington fue decisiva. La línea de Torres Vedras era exactamente lo que se necesitaba para contener a los veteranos de Napoleón. A partir de entonces la expulsión de los ingleses era una quimera y su participación en la campaña peninsular terminaría siendo crucial.

LAS VICTORIAS ALIADAS

La situación de Wellington fue más sólida por la ruptura de relaciones entre Francia y Rusia por la cuestión de Polonia, cuya nobleza quería abandonar el bloqueo continental que perjudicaba sus interese económicos.

Esta crisis obligó a Napoleón a disminuir sensiblemente sus fuerzas en la península Ibérica para destinarlas a la campaña oriental, que comenzó el veinticuatro de junio con el paso del río Niemen.

Wellington se apoderó de Salamanca al mandó de un ejército anglo-portugués y se enfrentó a las tropas francesas del general Marmont en Los Arapiles. La victoria, aunque no constituyó una derrota total, tuvo resultados decisivos, pues Madrid fue liberado el trece de agosto, el rey José I debió huir a Valencia y el general Soult levantó el cerco a la ciudad de Cádiz.

José I con la ayuda del general Soult comenzó una contraofensiva que le llevó después de superar el paso del Jarama, a ocupar de nuevo Madrid el tres de noviembre. Wellington retiró sus tropas hasta Ciudad Rodrigo.

La catastrófica derrota de Napoleón en Rusia obligó a un debilitamiento de las fuerzas francesas en España y por primera vez las tropas aliadas superaban con creces a las tropas francesas.

El veintiocho de junio, José I estableció su cuartel general en la ciudad francesa de San Juan de Luz. Sin embargo las ciudades de San Sebastián, Pamplona, Zaragoza y Valencia fueron evacuadas por los franceses y ya solo quedaba Suchet en Barcelona, donde pudo permanecer hasta abril del año 1814, con guarniciones en algunas fortalezas costeras.

La historiografía británica considera que la intervención británica fue fundamental, llegando a minimizar la aportación de los españoles y consideran que la victoria de Bailén fue fruto del azar.

Demográficamente, la guerra supuso la muerte de casi un millón de españoles, mientras que económicamente España quedó destrozada. El carácter total del enfrentamiento, con las depredaciones para la subsistencia de las tropas, las talas sistemáticas para la defensa y el paso de los ejércitos una y otra vez, dejaron al país exhausto. Tendrían que pasar muchos años para reparar los destrozos materiales causados en los seis años que duró esta guerra.

LA JUNTA CENTRAL Y LA CONVOCATORIA A CORTES

Nunca hubo una definición precisa de las funciones de la Junta Central, ni en su Reglamento para el gobierno interior, puede afirmarse que actuó realmente como si fuera el rey, para lo que evitó una posible insubordinación del Consejo de Castilla al obligarle a cursar el decreto en que ordenaba ser tratada como Majestad y doblegó a las Juntas provinciales estableciendo que los vocales reunidos en cuerpo representaran a la nación entera y no a la provincia de que son diputados.

Las escasas victorias militares obtenidas por la Junta Central, crearon el descontento general, las críticas de algunas Juntas y del Consejo reunido, la hostilidad de los embajadores británicos y sobre todo una profunda desunión entre sus miembros.

La poca credibilidad de la Junta Central que tenía a finales del año 1809, se perdió el veintitrés de enero al trasladarse a la isla de León cuando, tras la derrota de Ocaña, Sevilla se vio amenazada por los franceses.

Fernando VII decretó, el cinco de mayo, que se reuniesen las Cortes con el fin de proporcionar los arbitrios y subsidios necesarios para atender la defensa del Reino. En la sesión de la Junta Central del siete de octubre del año 1808, Jovellanos propuso la convocatoria de Cortes.

Por decisión de la Junta Central, el veintidós de mayo apareció un decreto convocando a Cortes para el año 2010, sin dar muchas precisiones sobre la naturaleza y atribuciones, pidiendo informes a instituciones civiles y eclesiásticas. Se creó una Comisión de Cortes en la Junta Central encargada de estudiar esa Consulta al país.

Esta Comisión creó hasta siete Juntas auxiliares, con el objeto de preparar los proyectos de reforma de la Administración, que posteriormente serían aprobadas por la Junta Central y pasados a las futuras Cortes.

El uno de enero del año 1810, la Junta Central decidida a que las Cortes tuvieran una composición estamental, las convocó para el uno de marzo del año 1810, al mismo tiempo que envió convocatorias para las Juntas superiores, para las ciudades con voto en Cortes y para las provincias.

La Junta Central se disolvió y en el mismo decreto se nombra una Regencia. Este decreto precisaba que la reunión se realizase en dos Cámaras y se daban pautas para controlar estrechamente la actuación de las Cortes. Los liberales consiguieron evitar que saliera a la luz una norma que iba en contra de su planteamiento ideológico.

La Regencia estaba presidida por el general Castaños y comenzó sus funciones, el treinta y uno de enero con solo tres regentes de los cinco designados y no estuvo completa, hasta que el obispo de Orense se incorporó al cabo de cuatro meses.

Gracias a su poder económico, la Junta de Cádiz pudo hacer presión política, después de haber tratado con la Regencia los medios para sostener la campaña militar en los meses de julio, agosto y septiembre. Ese mismo día, la Regencia acordaba que se realice aquel augusto congreso en todo el próximo mes de agosto.

La presión de algunas Juntas provinciales que se hallaban en Cádiz y el miedo a que se produjeran revueltas en la ciudad, hizo que la Regencia vacilara al principio y se inhibiera después en cuestiones políticas decisivas, como el tema de las suplencias de los diputados ausentes. Todo ello permitió, el veinticuatro de septiembre del año 1810, que los liberales que se encontraban en Cádiz convirtiesen unas Cortes que debían ser bicamerales en una Asamblea Constituyente.

LA COMPOSICIÓN DE LAS CORTES DE CÁDIZ

La sesión de apertura de las Cortes, en el teatro Cómico de San Fernando, se celebró con el signo de la improvisación debido no a una oposición, sino a la falta de programa político claro y delimitado por la Regencia, que había establecido un ceremonial pero que no había previsto ningún tipo de reglamento, ni la composición de la mesa presidencial, ni siquiera el orden del día.

La Regencia se retiró, dejando por escrito la renuncia a sus cargos con el argumento de que únicamente los habían aceptado hasta la instalación de las Cortes. Éstas congregaron a 104 diputados, de los que casi la mitad, 47, eran suplentes elegidos precipitadamente cuatro días antes de la apertura de las Cortes.

El primer punto del trabajo era un auténtico proyecto de decreto, establecía que “los diputados que componen este Congreso y que representan la Nación Española se declaran legítimamente constituidas en Cortes generales y extraordinarias y que reside en ellas la soberanía nacional”.

El segundo punto, proclamaba y juraba de nuevo a Fernando VII, declarando nula la renuncia a favor de Napoleón y exponía “no sólo por la violencia que intervino en aquellos actos injustos e ilegales, sino principalmente por faltarles el consentimiento de la nación”.

Las Cortes se reservaban el ejercicio del poder legislativo en toda su extensión por no ser conveniente que estuvieran reunidos el poder ejecutivo, el legislativo y el judiciario. Finalmente se hizo responsable del ejecutivo a la regencia, que debería reconocer y acatar la soberanía de las Cortes.

Este decreto significaba que se eliminaba jurídicamente la soberanía total del monarca y establecía un nuevo régimen político.

Hasta el veinte de febrero del año 1811, las Cortes permanecieron en la Isla donde se celebraron 332 sesiones, trasladándose a la iglesia de San Felipe de Neri en la ciudad de Cádiz, cuando ya había pasado la epidemia de fiebre amarilla.

No se sabe con certeza el número de diputados que compusieron las Cortes. La diferencia entre los diputados asistentes en sus inicios y los que la cerraron demuestra que más de la mitad fueron incorporándose paulatinamente según permitieron las circunstancias del conflicto.

El número de eclesiásticos casi era un tercio del total y en muchos casos no representaban a la iglesia sino como representantes de una Junta superior, de un reino, de una provincia o de una villa.

Cerca del 56% de los diputados pertenecían al estado llano. Aymes nos dice que “mientras que, por su masiva representación, el campesinado estuvo a la cabeza de la lucha contra los franceses, apenas si está representado en Cádiz”.

Hubo una gran participación de funcionarios debido a su alto grado de instrucción y “por el hecho de que el administrador de una administración irracional suele normalmente inclinarse a racionalizarla.

Debemos resaltar la escasa participación de la burguesía comercial y sorprende todavía más cuando en Cádiz había una potente representación comercial.

La calificación de las Cortes de Cádiz como liberales no tenía una composición política homogénea y uniforme, ni que todos los diputados fueran liberales. Se distinguen tres tendencias en el seno de las Cortes:

  • Los conservadores, opuestos a todo plan de reformas, aferrándose a la perduración del espíritu como la letra del Antiguo Régimen.
  • Los renovadores, que deseaban reformar la situación española de acuerdo con la tradición.
  • Los innovadores también llamado liberales, que pretendían adoptar un auténtico nuevo régimen.

LAS REFORMAS DE LAS CORTES

El proceso renovador que llevan a cabo los liberales en las Cortes de Cádiz consiste en la sustitución de las estructuras sociales, económicas y políticas de la monarquía del Antiguo Régimen por las de un estado liberal.

La inmensa mayoría de la Constitución de Cádiz fue realizada por Muñoz Torrero lo que le confiere a esta constitución un elevado grado de homogeneidad. Para enero del año 1812 consta de 384 artículos agrupados en diez títulos. Destaca la desmedida extensión del título dedicado al poder legislativo.

La Constitución estableció una monarquía liberal y parlamentaria basada en los principios de la soberanía nacional y de la separación de poderes. La separación de poderes no equivalía a la igualdad entre los mismos, pues de hecho el poder legislativo alcanza una preeminencia, una hegemonía sobre el ejecutivo, cuyas atribuciones se restringían considerablemente, tanto para que el rey no fuese un obstáculo al desarrollo de las Cortes, como para que la institución alcanzase una preeminencia sobre el legislativo.

A los constituyentes gaditanos les interesaban más realzar el papel hegemónico de la vida parlamentaria que sobrevalorar los derechos humanos. Intentaron crear una nueva sociedad centrada en la persona basada en dos principios básicos, la libertad y la propiedad.

Desde el verano del año 1812 hasta la primavera del año 1813, las Cortes se dedicado a la reforma social. Ya en el año 1811, habían promulgado la importante ley de Señoríos, que suprimía las preeminencias jurídicas de la nobleza.

A finales de marzo del año 1811, el diputado Alonso y López pidió “que se destierren sin dilación del suelo español y de la vista del público el feudalismo visible de horcas, argollas y otros signos tiránicos e insultantes a la humanidad que tiene erigido el sistema del dominio feudal en muchos cotos y pueblos de la Península”.

Las Cortes distinguieron entre el señorío jurisdiccional manifestado en las relaciones jurídicas entre el señor y el vasallo, y el señorío territorial o propiedad de la tierra, declarando abolidos del primero los privilegios llamados exclusivos, privativos y prohibitivos que tengan el mismo origen de señorío.

No se atrevieron a suprimir los mayorazgos, según el cual las propiedades nobiliarias vinculadas al hijo mayor pasaban todas juntas para evitar que con el reparto entre todos los descendientes se disolviera el patrimonio familiar.

El hecho de no desvincular la propiedad nobiliaria ha sido considerado como una muestra evidente de la ambigüedad de la obra reformadora de las Cortes de Cádiz. Sin embargo, esta actividad de las Cortes hizo que se produjera una gran antipatía por parte de la nobleza y que en unión con el clero formaron una gran confederación y se propusieron destruir y aniquilar una institución que consideraban origen y fundamento de toda reforma.

La igualación social no sólo comprendía la desaparición de las leyes privadas, privilegios, para los nobles, sino también para la iglesia en cuanto estamento privilegiado. No se redujo a la abolición de los señoríos eclesiásticos sino también a una solapada incautación de sus bienes por un procedimiento indirecto. No devolver a los religiosos los edificios o conventos incautados por el gobierno de José I, bajo el pretexto de necesidades de guerra.

La política religiosa de las Cortes originó un movimiento de resistencia de la iglesia, que creó también una radicalización de sus posiciones políticas. La intervención del cuerpo diplomático extranjero en la vida interna española fue constante de todo el siglo XIX.

La radicalización de las posturas se manifestó en una fuerte propaganda antiliberal, que llegó a impedir que se promulgara la ley de reforma de los conventos de religiosos, primer paso hacia una desamortización eclesiástica presentada por el diputado Antonio Cano el treinta de septiembre del año 1812.

Las reformas económicas se llevaron a cabo durante el último año de las Cortes, de la primavera del año 1813 a la del año 1814, con cuatro leyes que establecían la libertad absoluta en el campo de las relaciones económicas.

  • La ley Agrícola que permitía la libertad de cultivos, dejaba al arbitrio del productor el precio de los artículos y promovía el cercamiento de las propiedades.
  • La ley Ganadera suprimía el viejo Concejo de la Mesta y relegaba todo a la iniciativa privada.
  • La ley de la Industria dejaba que cualquier ciudadano español estableciera la fábrica, máquina o artefacto que desease, sin necesidad de pedir permiso ni siquiera a las autoridades.
  • La ley del Comercio de mayo del año 1814, habilitaba para la noble profesión del comercio a todos los ciudadanos españoles sin limitaciones ni condiciones de ninguna clase.

Como dice Artola “el liberalismo en el campo económico se derivan consecuencias transcendentales: de una parte, la extinción del régimen gremial, y con él la desaparición del control de la calidad del trabajo, la fijación de los precios según la tasación de los peritos y, lo que tuvo resultados muchos más graves, la libre contratación del trabajo, en que se aplicará hasta las últimas consecuencias el principio jovellanista de la justicia de toda relación contractual libremente aceptada y con ella se dará principio a la más ignominiosa explotación del trabajo humano sobre el que se fundamentará, junto con la desamortización, el poder económico de la burguesía liberal”.

Las Cortes de Cádiz y en especial la gran obra de la Constitución, fue durante todo el reinado de Fernando VII una bandera política a la que se debía defender o atacar según fuera liberal o conservador.

Las reformas que se llevan a cabo en Cádiz se hicieron en nombre de todos los españoles, pero sin la participación de éstos que se hallaban o luchando contra el enemigo francés u ocupados por estos. La mayoría de la población permaneció al margen del cambio político.


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La Guerra de la Independencia II