sábado. 27.04.2024
Javier Echeverría en el Club Náutico de Donosti (Foto: RRA)
Javier Echeverría en el Club Náutico de Donosti (Foto: RRA)

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Al parecer, a Javier Echeverría Ezponda le tentó dedicarse profesionalmente al ajedrez, pero su curiosidad infinita, homologable a la de su admirado Leibniz, le hizo tomar otros derroteros y le hace reinventarse a sí mismo constantemente. Por supuesto, no se conformó con estudiar filosofía y también cursó matemáticas, llegando a presentar una segunda tesis doctoral en La Sorbona tras familiarizarse con los manuscritos del Archivo Leibniz de Hannover. A comienzos de los años ochenta leí con provecho su temprana e instructiva monografía sobre Leibniz, y también me hice con su primera edición de los Nuevos ensayos, aparecidos en una deliciosa colección tristemente desaparecida de la Editora Nacional. 

Javier Echeverría es ampliamente reconocido como filósofo de la ciencia y se ha dedicado también a la innovación

Como no suele abandonar sus aficiones y las retoma pasado cierto tiempo, hace poco ha reeditado, esta vez en colaboración con Marysol de Mora, el texto de Leibniz recién citado y que ahora está en Alianza Editorial, donde también encontramos una correspondencia leibniciana titulada con gracejo Filosofía para princesas y que cuenta por cierto con un epilogo de Concha Roldán. En la editorial Gredos encontramos una esplendida selección de textos leibnicianos que cuenta con una introducción panorámica del polifacético autor alemán. El año pasado la Colección Clásicos Europeos de Plaza y Valdés presentó Leibniz, el archifilósofo, una magnífica biografía de referencia para especialistas y profanos. Con este somero inventario se contentaría más de uno para hacer balance de una carrera, pero en este caso es un simple capítulo de una vasta producción tan extensa como temáticamente plural. Su primer libro versa nada menos que Sobre el juego y el último -por ahora- se llama Tecnopersonas

Javier Echeverría es ampliamente reconocido como filósofo de la ciencia y se ha dedicado también a la innovación, como testimonian varios de sus libros, entre los que cabría citar Ciencia y valoresLa revolución tecno científicaCiencia del bien y el malLa luz de la luciérnagaEntre cavernas y El arte de innovar. Eso le ha hecho estar muy atento a las repercusiones cotidianas de los avances tecnológicos. Ganó el premio Anagrama con Telépolis, un libro que daría lugar a una trilogía cuya segunda entrega es Cosmopolitas domésticos -adelantada por cierto en su contribución al colectivo La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustración. La tercera parte, Los Señores del Aire: Telépolis y el Tercer Entorno, fue galardonada con el Premio Nacional de Ensayo. Recientemente se ha presentado la segunda edición de Tecnopersonas: Cómo nos transforman las tecnologías, escrito a cuatro manos con su joven y antigua doctoranda suya Lola Sánchez Almendros.

Aunque no había pensado devenir profesor universitario, el azar le convirtió en un animal académico que ha pasado por distintas instituciones

Aunque no había pensado devenir profesor universitario, el azar le convirtió en un animal académico que ha pasado por distintas instituciones, como no podía ser de otro modo dada su versatilidad e inquietudes. Ofició como decano en la Facultad de Filosofía del País Vasco, cuando esta daba sus primeros pasos en el mítico campus de Zorroaga, tiempos áureos en que se pudo contar con un plantel de profesorado impresionante y se hizo legendario un ambiente muy especial pese a la singular coyuntura política de aquella época. Luego pasó al Instituto de Filosofía del CSIC, donde impulso los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad, sin dejar de colaborar estrechamente con quienes cultivaban la ética. Teniendo a Concha Roldán como vicedirectora, llegó a dirigir el Instituto de Filosofía, proponiéndose que se creara un Centro Mixto con la UNED cuya fuerte presencia digital requería un apoyo basado en la confianza. Durante su mandato se organizó una Quincena de Pensar en Español que generó un precioso logo diseñado por Armando Menéndez, e incluso se lanzó una colección denominada “Heteroclásica” publicada por FCE para reivindicar a esos otros clásicos que no citamos por escribir en castellano. Las autoridades del CSIC apostaron por un modelo mucho más tradicional.

Esa circunstancia le hizo abandonar el Instituto auspiciado en su día por Javier Muguerza, cuya figura siempre ha reconocido y con cuyo `pensamiento ha dialogado en más de una ocasión, como cabe apreciar en los homenajes donde ha participado y en la Conferencia publicada en el número cincuenta de Isegoría. Javier Echeverría inició una nueva fase de su itinerario institucional en Ikerbaske y ahora mismo es vicepresidente de Jakiunde, la Academia vasca de las Ciencias, las Artes y las Letras. En su momento recibió el Primer Premio Euskadi de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales. La entrega se hizo en el Palacio de Miramar y el discurso con que lo recibió fue redactado como una carta cuya destinataria era su hija Irene, a quien le recomendaba hacer honor al apellido y crear casa nueva (Etxe-Berri) donde quiera que fuese. Siempre aconsejo la lectura de su elogio a la Inter-Dependencia. Lo pueden localizar en la revista Isegoría, donde también hay una reseña de la entrega del Tambor de Oro Universitario y el texto de sus Conferencias Aranguren tituladas ¿Fin de la intimidad? Ensimismamientos contra las amenazas. 

Le divierte hacer arqueología de su propia evolución intelectual y descubrir aspectos inéditos en las anotaciones tomadas durante otras épocas de sus propias reflexiones

Hizo una estancia muy provechosa en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada en Reno. Pero donde vuelve y otra vez es a México, Argentina y Colombia, donde se le reclama constantemente para dar cursos e impartir conferencias. Fue primer presidente de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia e igualmente refundó la Sociedad Española Leibniz. Sin embargo, esos viajes y esa labor institucional, todavía le dejan tiempo para otros quehaceres. Recientemente ha retomado su pasión inicial por visitar en archivos. Ahora le ha tocado el turno a la Fundación Ortega y, además de diversas publicaciones en torno a la estimativa orteguiana, la Colección Clásicos del Pensamiento alberga entre sus títulos una esmerada edición de La idea de principio en Leibniz, que yo mismo reseñé para Claves de razón práctica. La veta orteguiana sigue abierta y seguirá su curso sin abandonar los demás frentes.

Él mismo es un gran archivero de sus propios legajos, que clasifica cuidadosamente combinando el orden cronológico y los ámbitos temáticos. Le divierte hacer arqueología de su propia evolución intelectual y descubrir aspectos inéditos en las anotaciones tomadas durante otras épocas de sus propias reflexiones. En su despacho almacena correspondencia, borradores de trabajos, esquemas para clases y conferencias e incluso actas de reuniones académicas. Ese valioso archivo incluye imágenes de todo tipo que sirven para refrescar la memoria e incitar a la imaginación. Cosas que pasaron desapercibidas cobran otra luz con el paso del tiempo. Algunos documentos pudimos verlos en la exposición que organizó José Tono Martínez y de la que di noticia en una reseña titulada Galaxia rural: vislumbrar la Tebas del futuro.

Resulta envidiable su capacidad para entusiasmarse con proyectos de todo tipo y la infatigable renovación de sus inquietudes

Cada cierto tiempo doy en animarle a que retome uno de sus viejos proyectos, cuyo planteamiento me fascina. Una simbólica partida de ajedrez donde unas piezas encarnadas por distintas figuras del pensamiento abogaran en pro y otras en contra del mentir. Sería un diálogo simpar. La cosa podría deparar sorpresas, porque quizá no fuera tan obvio discernir entre los argumentos de la defensa y los alegatos de la fiscalía. ¿Dónde habría que situar por ejemplo a Kant? Si lo pensamos con un poco de calma, no es tan obvio como pudiese parecer a primera vista. Ojalá se anime a escribirlo alguna vez.

Como quiera que sea, cabe describir a Javier Echeverría como un peculiar ajedrecista que juega sus partidas en los tableros de las ideas. Por supuesto son simultaneas y por eso unas jugadas enriquecen a las otras. Resulta envidiable su capacidad para entusiasmarse con proyectos de todo tipo y la infatigable renovación de sus inquietudes. Todo esto viene a que quiero felicitarle públicamente por su septuagésimo quinto aniversario, aunque llego a hacerlo por los pelos. Ya saben lo que ocurre con este tipo de cosas. Que lo vas dejando de un día para el otro y de repente, cuando te quieres dar cuenta, ha pasado un año más. 

Javier Echeverría, un ajedrecista en el tablero de las ideas