lunes. 17.06.2024

Elena del Olmo Andrade

Pocas veces una cinta te invita a entrar en ella, a sentarte a conversar, a compartir una copa de vino y deambular por los campos dorados por el sol como Las chicas están bien. El debut como directora de la actriz Itsaso Arana se puede percibir como una carta, o como una conversación, siendo introducido por ella misma como un “ensayo de una película-ensayo”. A pesar de jugar con la fábula y la realidad, las chicas brillan por su sinceridad, generando conversaciones constantes entre Bárbara LennieIrene EscolarHelena EzquerroItziar Manero y la propia directora. Suprimiendo nombres ficticios, se construye una ficción autoconsciente, en la que el desarrollo de la obra de teatro dentro de la propia película funciona como punto de partida para sumergirnos en las ilusiones, inquietudes y sueños de las actrices.

Asemejándose al estilo costumbrista y bucólico de Rohmer, el tono conversacional permite a las chicas exponerse, explicarse y relacionarse ante nuestros ojos. La naturalidad, casi constituyendo un amago de cinéma verité, permite una intimidad emocionante y profundamente humana. El reparto de habitaciones, los ejercicios de interpretación, las sobremesas al fresco del atardecer y las conversaciones antes de dormir permiten a cada una revelar su propia naturaleza, aportar sus vivencias y cuestiones vitales a una película que, a través del ensayo de una obra de época, retrata una profunda reflexión sobre el ser, el vivir y el abrirse camino personal y profesionalmente. 

La naturalidad, casi constituyendo un amago de cinéma verité, permite una intimidad emocionante y profundamente humana

Como una reimaginación de Mujercitas, la obra planteada dentro de la propia película, con las cinco chicas en apretados corsés y vaporosas faldas, nos sumerge aún más en la cotidianidad rural, donde la prueba y error del ensayo alude a los amoríos, atrevimientos, duelos e incertidumbres que las chicas experimentan. La propia fabulación que todas realizamos sobre nuestra vida, y nuestro futuro, genera una atmósfera de familiaridad y cercanía, cómo si formáramos parte de esta pequeña comunidad teatral. Los cuentos de hadas, el sapo convertido en príncipe y Arana como la propia escritora de la cinta, configuran una ficción sincera en la que la improvisación y la pluralidad de voces se entrelazan de forma orgánica, enraizada en nada más que una completa admiración por las propias actrices. 

La recuperación de la felicidad que nos transporta a aquellos días de verano en los que no había más que bicicletas

Las chicas están bien, acorde con la línea intimista propia de Los ilusos films, constituye un naturalista «slice of life» en el que las miradas, los gestos y las palabras son el centro de la narración. Con un ritmo en consonancia con la sensibilidad de lo contado, una cámara que observa inmóvil los ensayos y las confesiones de las muchachas y una fotografía rural preciosista, Arana envuelve al público en una cotidianidad enraizada en la ternura, en la complicidad y en la devoción, que brilla dentro y fuera de la pantalla. En contadas ocasiones una película se dirige a ti como esta lo hace: Bárbara Lennie al final de la cinta, con los ojos clavados en la audiencia, recitando el final que la directora escribió para ella, a medida. 

La huella del paso del tiempo, de las relaciones, la inevitabilidad de crecer, el abandono de la ilusión, de la fabulación, y la recuperación de la felicidad que nos transporta a aquellos días de verano en los que no había más que bicicletas, ríos y sandía. Las chicas están bien, y están aquí, para que sean valoradas y queridas por aquellos que reciban esta carta y lean, con decisión, hasta el final.

Las chicas están bien: ensayo y fabulación