sábado. 30.03.2024
lledo
Emilio Lledó © Nacho Goberna

lecturassumergidas.com |  @lecturass | Por Emma Rodríguez | Emilio Lledó recurre a imágenes acuáticas para hablar del tiempo, del lenguaje, de los libros. Se refiere a la escritura como primer artificio “para sujetar el río del tiempo” y alude a sus cauces, “que acabaron, al fin, en el mar de los libros; en ese inmenso espacio que albergaba y recreaba los múltiples territorios de la cultura”. A mí, siguiendo con el juego de las palabras líquidas, no se me ocurre mejor invitación a sumergirse en las corrientes de su pensamiento que adentrarse en las páginas de “Los libros y la libertad”, una entrega que alienta a tomar impulso y seguir navegando por los afluentes de una obra caudalosa, de aguas cristalinas, transparentes.

Este libro, que acaba de llegar a las mesas de novedades y que es un compendio de textos dispersos -conferencias, artículos, colaboraciones en obras colectivas- seleccionados ahora por la editorial RBA, se convierte en un coherente muestrario de los temas que siempre han atraído al filósofo, en una ventana abierta a sus paisajes y querencias, a su manera de asomarse al mundo desde el diálogo, la complicidad, la cercanía, la defensa de la autenticidad. De algún modo están presentes aquí las semillas que le han llevado a forjar obras como “El surco del tiempo”, “Imágenes y palabras”, “Ser quien eres”, “Ensayos para una educación democrática” o “Elogio de la infelicidad”. De algún modo se dibuja aquí el retrato de un hombre permanentemente despierto antes las cosas del mundo, dotado de una curiosidad, de una cierta inocencia, que a sus 86 años le hace seguir pareciendo un niño.

Un niño grande, capaz de emocionarse con un libro que otros niños de un colegio sevillano -su tierra natal- elaboraron para él con las impresiones que les causó en una reciente visita. Acababa de recibir el regalo el día que tuvo lugar este encuentro, al que pertenecen las fotografías, y lo mostraba radiante, consciente de los detalles que de verdad importan. Lledó es una de esas pocas personas que he conocido en las que lo que dicen y lo que hacen -lo que escriben y lo que viven- se ajustan, coinciden como dos partes de una misma pieza que no oponen ninguna resistencia al ser engarzadas. Al referirme a él no puedo evitar detenerme de nuevo en una palabra, “cristalino”. Los ojos azules de Lledó, a juego con su camisa celeste, son cristalinos, como su lenguaje. Este adjetivo acude a mí siempre que me acerco a alguno de sus escritos, al discurrir diáfano, limpio, de unas ideas que me parecen -y no exagero- como recién nacidas.

“El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron a esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido”, leo y subrayo, sin saber aún que estoy a punto de acercarme a una de las explicaciones más lúcidas en su simplicidad que me he encontrado sobre la diferencia entre leer en el recipiente tradicional, los libros, o a través de los nuevos objetos digitales. El espacio, el sentido del espacio, marca la distancia. Cuando leemos un libro sabemos dónde está el antes y el después, conocemos la duración del trayecto, mientras acceder a su contenido a través de los soportes digitales es como perderse en una inmensidad. “Algo así como si al salir de las habitaciones de nuestra casa, fueran desapareciendo, y solo existiera, con una leve presencia, aquella en la que estamos, o como si, en nuestro paseo por la ciudad, solo fuera presente el sitio por el que van nuestros pasos y no supiéramos dónde quedó la calle recorrida”, explica Lledó...

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Emilio Lledó, las alas del pensamiento