viernes. 19.04.2024

La crisis recorre el mundo. Y no es una crisis cualquiera. Abarca todos los aspectos del vivir social: económicos, políticos, culturales y ecológicos, impactando mayormente a los llamados, en una forma muy simple, “Países en Desarrollo” que son exportadores de materias primas, de algunos productos con poco valor agregado, y donde existe un reducido mercado interno, por la concentración de la tierra y del capital, resultado del proceso histórico con que fue vinculada América Latina al mercado mundial.

Así que, desde el punto de vista económico, la economía globalizada nos ha puesto en una situación de desventaja para competir en ese mercado.

Desde un punto de vista político, las frágiles estructuras democráticas parecen desmoronarse en la medida en que los Estados son incapaces de asumir el reto que les fijó la modernidad con relación a hacer funcionar la sociedad y asegurar el bien común. Es cuando la democracia se convierte en un vocablo vacío.

En el plano cultural, la pérdida de identidad, muy conectada con los factores anteriormente nombrados, ha impactado los valores tradicionales, generando una situación de desconcierto que pone en duda toda la herencia humanista que fue la esencia de la llamada civilización occidental cristiana.

¿A qué viene todo esto? ¿Por qué planteamos estas cosas? La respuesta es muy sencilla y se encierra en una palabra: EDUCACIÓN.

De educación hablan en todas partes, todo tipo de actores. Para defender y para criticar. Y, como es bien sabido, cuando las palabras se usan tanto, van perdiendo su valor, o se pervierten. Y esto, en el caso de la educación, es trágico, como lo afirma Amparo Ruiz del Castillo, refiriéndose a su significado: “Hay perversión del lenguaje y cancelación del entendimiento, cuando se supone que educar es adiestrar, que educar es entrenar para producir y que el concepto de calidad puede aplicarse lo mismo a objetos del mercado, que a los sujetos de la educación” (1) Por eso hablamos de “capital humano”, que no es otra cosa que el sujeto “sujetado”, cosificado, deshumanizado.

Hay perversión del lenguaje y cancelación del entendimiento, cuando se supone que educar es adiestrar

En el mismo sentido se pronuncia el filósofo Fernando Savater, cuando escribe: “No es lo mismo procesar información que comprender significados…Incluso para procesar información humanamente útil hace falta previa y básicamente, haber recibido entrenamiento en la comprensión de significados” (2). Así que informamos mal, y formamos peor.

Sin embargo, si hay una institución que pueda entrar al rescate de este término, con todo lo que ello implica, es la universidad… Y más, si es una universidad que tiene una orientación humanista, aunque, en otro tiempo, esta expresión hubiera sido una redundancia. Y, esto es muy importante porque, al hacer estas reflexiones, de pronto, tenemos que comenzar por el rescate de la idea de universidad: UNIVERSITAS, no una versión sino la totalidad de las versiones; el espacio donde todas las ideas pueden ser discutidas y la creación y el uso del conocimiento pueden ser cuestionados. Y esto puede hacerse si se toma como referencia una visión pluralista de la expresión humana, a través de la historia, y el uso del método científico, en la más amplia acepción del término, ligado esto, a la vez, a un marco valorativo que pueda darle sentido a la existencia humana.

Pero esta actividad universitaria, no puede llevarse a cabo, sin la existencia de un trabajo docente que no solo traduzca conocimiento, sino que lo elabore, a partir de su propia práctica. Nos referimos aquí, básicamente, a la investigación del trabajo docente.

Planteada así la cuestión, podemos decir que EDUCACIÓN debe significar, hoy, dos cosas: preparación para enfrentar los retos de la economía y de la sociedad globales, incluyendo el apremiante problema ecológico, y una formación ética para llevar esto a cabo, en una forma humana.

El primer problema tiene que ver con el desarrollo del conocimiento, o sea, con eso que llamamos ciencia y su aplicación, la tecnología. Y, en este campo, cuando nos situamos en América Latina, parecería que, por un lado, sólo escuchamos lamentaciones por estar en un nivel tan bajo, con relación a los países desarrollados. O, por otro, escuchamos promesas acerca de un futuro que nunca llega porque nuestras estructuras socio-mentales no lo permiten.

Cuando nos situamos en América Latina, parecería que sólo escuchamos lamentaciones por estar en un nivel tan bajo, con relación a los países desarrollados

No se han estudiado en serio, las repercusiones que han tenido sobre el desarrollo del conocimiento en América Latina, su trayectoria histórica dentro de la mundialización de la Revolución Industrial, ni esa estructura social generadora de grandes inequidades en el mismo campo, por haberse convertido en una barrera que ha impedido la llegada de miles y miles de personas capaces, a la educación superior. Ahora nos encontramos subdesarrollados, compitiendo en una economía planetaria y, dependiendo, básicamente, de unas exportaciones de materias primas que en nada cambian la trayectoria que hemos traído durante siglos.

¿Qué papel está jugando la Universidad, en este momento, con relación a ese campo de la producción de conocimientos?

 En América Latina, a pesar de todas las críticas que se les hagan a los rankings universitarios, hay sólo alrededor de una decena de universidades entre las 500 mejores del mundo, porque nuestras investigaciones son de protocolo y de anaquel. O sea, para graduarse y para guardar; no para transformar. Porque no hay un vínculo vital entre la universidad y la sociedad. La primera gradúa gente sin saber para qué; la segunda crece sin saber para dónde.

La solución a las fallas educativas se convierte, entonces, en un gran desafío que la universidad tiene que afrontar de cara al avance del siglo XXI que, por donde se le mire, no pinta nada halagüeño

Sabido es que las instituciones surgen o se reforman, para satisfacer necesidades. Y esta necesidad sentida de re-modelar la educación, es la que lleva a los Departamentos de Pedagogía y Humanidades (DPH), a plantear la creación de Centros de Investigación Pedagógica (CIP), con el fin de que asuman la tarea de detectar las fallas que estén ocurriendo en ese arte de enseñar que es la práctica pedagógica, y a proponer soluciones acordes con el panorama mundial, desde la visión-misión de cada universidad, si es que estas, por más técnicas que sean, están fundamentadas, en principios humanísticos. La ciencia y la técnica, deben estar al servicio de los seres humanos y no convertirse en sus verdugos.

No hay un vínculo vital entre la universidad y la sociedad. La primera gradúa gente sin saber para qué; la segunda crece sin saber para dónde

Ese arte de enseñar del que hemos hablado antes, ha sido descuidado en el ámbito universitario. Normalmente se piensa que basta con que un individuo sepa una disciplina para convertirlo en profesor. Y saber una disciplina es, apenas, poner a leer los textos asignados en el programa, sin importar mucho si el estudiante comprendió o no. Esto sólo conduce a la frustración de los estudiantes y a la pérdida de imagen de la universidad.

El profesor debe, además de manejar, adecuadamente, el conocimiento respectivo, ser un magnífico enseñante. Es decir, no solamente enseñarles a sus alumnos ciertos contenidos, sino enseñarles, sobre todo, a aprender.

Esto nos lo recuerda Juan Carlos Tedesco cuando escribe, refiriéndose al papel de las universidades en el dominio del conocimiento: “Este fenómeno ha sido expresado mediante la fórmula según la cual el objetivo básico de la educación, es lograr que las personas aprendan a aprender. Dicho en otros términos, el estudiante será cada vez más responsable de su propio aprendizaje y, para ello, deberá dominar las operaciones cognitivas fundamentales asociadas a cada dominio del saber y desarrollar las actitudes básicas asociadas al aprendizaje permanente: curiosidad, interés, espíritu crítico, creatividad, etc.” (3)

Lo que se plantea aquí, no es una cuestión caprichosa sino una necesidad sentida; no basta con que el profesor “sepa conocimiento” si no sabe enseñarlo de tal manera que le sea útil al estudiante para enfrentarse al mundo en que vive, cada vez más tecnológicamente complicado. La ya citada Amparo Ruiz del Castillo, se manifiesta en este sentido: “En el aspecto docente, la formación y actualización de los maestros, así como la preparación de nuevos investigadores, está centrada en la adquisición de saberes, con un descuido significativo de los aspectos didáctico-pedagógicos indispensables para la transmisión del conocimiento y el uso crítico de las nuevas tecnologías” (4).

El estudiante será cada vez más responsable de su propio aprendizaje y, para ello, deberá dominar las operaciones cognitivas fundamentales

Hay que explicitar acá que cuando hablamos de didáctica, nos referimos a todo ese campo que tiene que ver con la transmisión del conocimiento: desarrollo de programas, métodos de exposición, sistemas de evaluación, etc.

Y cuando hablamos de pedagogía, nos referimos a la orientación axiológica que debe enmarcar a los contenidos de conocimiento y al trabajo didáctico, para que tengan una dimensión humana.

¿Por qué es importante esto último?

Porque estamos perdiendo los marcos referenciales humanistas. Y, esa “ausencia de fundamento axiológico supone, a nuestro juicio, el signo más grave, más inequívoco, de la crisis de la educación” (5). Y esta crisis es sentida por los actores inmediatos del proceso educativo, o sea profesores y estudiantes; por la familia y por la sociedad toda. Por eso, como dice el citado Juan Carlos Tedesco, “En este contexto, una de las responsabilidades de la universidad, de los intelectuales y del propio Estado, consiste en responder a la demanda de sentido que la sociedad contemporánea está requiriendo. Obviamente, la respuesta a esta demanda no puede ser satisfecha desde los enfoques tradicionales, de corte fundamentalista o mesiánico. Pero tampoco puede ser satisfecha desde los enfoques asociales que dejan en la lógica del mercado la solución de todos los problemas de la sociedad” (6).

Después de estas reflexiones, solo nos queda la idea de la necesidad que tiene la universidad de formar profesores que sean maestros en todas las dimensiones de la enseñanza: en la comprensión del mundo que estamos viviendo, en el manejo del conocimiento, en una visión pedagógica que se exprese en una ética de la vida y en una didáctica activa que constituya la enseñanza en un proceso lúdico.

Maestros que se preocupen al máximo por vincular la universidad con la sociedad y el conocimiento con la vida del estudiante. Y que sientan realmente que eso que hacen, contribuye a construir futuro. En este sentido, creemos que no está de más recordar aquí, lo escribí hace ya varios años “ Porque, y esto hay que recordarlo siempre, verdadero maestro no es el que raja, sino el que enseña y el que aprende; no es el que castiga sino el que dialoga, no es el que vive pendiente de las notas sino el que forma a sus estudiantes y los capacita para enfrentarse con éxito a un mundo duro como el que estamos viviendo y los capacita también para transformarlo y para hacerlo más humano.”(7).

Formar profesores en una visión pedagógica que se exprese en una ética de la vida y en una didáctica activa que constituya la enseñanza en un proceso lúdico

En cuanto a la investigación misma se refiere, es lógico que debe estar sustentada en criterios teórico-metodológicos serios que impliquen elementos cualitativos y cuantitativos, integrados, no excluyentes y que, en sus resultados, tengan una meta de aplicabilidad ya que lo que se pretende es retroalimentar la práctica docente para mejorarla, al máximo. En este sentido, el marco teórico o, para nosotros, marco conceptual-explicativo, es de primordial importancia. Tengamos presente que “hacer investigación científica es contribuir a la construcción de teoría, formulando los objetivos sustentados en la teoría y analizando sus resultados de manera tal que contribuyan a profundizar la comprensión teórica de los problemas estudiados” (8) Y, aunque parezca esto una tautología, no lo es. Todo trabajo investigativo serio, parte de una concepción teórica y la retroalimenta con su desarrollo. La teoría “abarca una amplia gama de ideas, conceptos, formulaciones, enunciados, etc., que pueden servir de soporte a una gran variedad de procedimientos metodológicos diseñados para responder a objetivos de investigación (deducidos y sustentados en la teoría)” (9). Al final, la teoría no es más que la manera como nos representamos el mundo. Por eso nos dice Antoni Colom que “Si, además, tenemos en cuenta que teoría y teatro provienen de la misma raíz griega, acaso entendamos mejor por qué una teoría es siempre representacional, es decir, en el fondo, la teoría se conforma como el gran teatro de la mente”. (10). Teatro con el cual vamos comprendiendo los fenómenos o sucesos que estamos investigando.

 Finalmente, el método como procedimiento para construir datos, debe estar en concordancia con la teoría.

Teoría y métodos deben garantizarnos excelentes resultados para mirar, en ese espacio nuestro que es la universidad, el teatro educativo para contemplar y aprehender las prácticas educativas, con el fin de mejorarlas.

Para terminar, es necesario dejar en claro que la educación es la transmisión crítica de una cultura, aunque “para algunos expertos, políticos, empresarios y otros, la educación es un negocio y no debería recibir un trato distinto al de cualquier otra empresa” (11)

La educación es la transmisión crítica de una cultura, aunque “para algunos expertos, políticos, empresarios y otros, la educación es un negocio

La educación implica:

LA PEDAGOGÍA (del griego PAIS- PAIDÓS = NIÑO y AGO = llevar, conducir) que hace referencia a los aspectos formativos fundamentados en una visión del ser humano y del mundo. De aquí se deriva LO ÉTICO que tiene que ver con el comportamiento en el colectivo, o en sociedad que es, finalmente, un comportamiento POLÍTICO, y LO MORAL, que se enfoca en la responsabilidad individual que es el sustento de LO ÉTICO.

La Pedagogía apunta al PARA QUÉ enseñamos. Tiene que ver con la idea de formar a un ser humano. Aquí entra la EDUCABILIDAD, o sea, la capacidad de este ser humano para perfeccionarse moral y cognitivamente.

LA DIDÁCTICA (del griego DIDASCO= enseñar) que hace referencia a la organización del conocimiento y su “traducción” correspondiente para ser transmitido en una forma dialéctica, lo que lleva al desarrollo del pensamiento y a no tragar entero. Apunta al CÓMO vamos a enseñarlo (enseñabilidad) y a aprenderlo (aprendibilidad) pero, sobre todo, a aprehenderlo (comprensibilidad).

LA DISCIPLINA (del latín DISCIPLINA = Ciencia, instrucción) que se enfoca en QUÉ es lo que vamos a enseñar y a aprender. Son los conocimientos científicos, filosóficos, religiosos, artísticos, etc., que han sido elaborados por especialistas en las respectivas áreas.

Como de los tres elementos enunciados, el fundamental es la pedagogía, podemos ampliarlo para concluir, aún a riesgo de ser repetitivos:

Entendemos por Pedagogía la actividad encaminada a darles, al estudiante y al maestro (del latín MAGIS = más y TER = tres; el que sabe tres veces más que el estudiante) una formación integral en el contexto de la docencia (del latín DOCERE = enseñar).

La actividad pedagógica toma la ciencia, el mito, el arte y la filosofía y, a través de la Didáctica, los confronta con la experiencia de los estudiantes, de los autores vistos, y del maestro, con el fin de lograr un conocimiento científico-técnico, cultural y ético de los sujetos del proceso educativo que puede conducir a crear una sociedad más democrática, más justa, más tolerante y menos desigual.

Los valores anteriormente citados, deben ponerse en práctica en el aula de clase, promoviendo una enseñanza participativa y crítica, donde los estudiantes y no sólo el maestro, se siente realmente sujetos del proceso educativo, capaces de contribuir a pensar un proyecto pedagógico y de construir su propio destino.

La actividad pedagógica toma la ciencia, el mito, el arte y la filosofía y, a través de la Didáctica, los confronta con la experiencia de los estudiantes

Toda práctica pedagógica, para que tenga efectividad desde el punto de vista de valores humanizantes, debe partir del establecimiento de relaciones de amistad entre los sujetos del proceso educativo..

De ahí se parte hacia la responsabilidad, lo que implica la creación de una conciencia histórica que haga sentir a los educandos que la sociedad es una construcción social, que los problemas sociales son problemas de todos, y que la única manera racional de solucionarlos, es creando un espacio dialógico, a través del cual puedan ser reducidas las diferencias de todo tipo, y pueda lograrse la convivencia humana. En esta forma, la Pedagogía se convertirá en una verdadera educación, y no en una domesticación. Será creación de la conciencia crítica y no su aplastamiento. Dejará de ser un discurso de valores abstractos, para convertirse en una conducta de solidaridad social…

Hoy, cuando, no sin razón, se habla del fin de la historia, de la época de la pos-verdad, de las realidades alternativas y de otros conceptos que sirven para definir una situación de nihilismo y de caos a la que nos está llevando una crisis tras otra, cada vez más profundas, la educación se vislumbra como un área y una actividad de vital importancia, para tratar de reorientar la acción humana, hacia la creación de un mundo distinto.

Hay que tratar de despojar las palabras y las ideas de ambigüedades, estableciendo la mayor claridad posible para tener un diálogo fructífero.

Es cierto que la historia, como la narrativa que se inventó Occidente para ajustar el pasado a su modernidad (a pesar de que el término MODERNUS, de MODUS y HODIERNUS = al modo de hoy, fue inventado por el cristianismo en el siglo IV), se ha venido al piso. No hay un camino ascendente, inevitable, de la humanidad. Los antiguos no supieron que eran antiguos, ni los medievales que eran medievales. Ellos fueron nombrados así, a posteriori, desde la leyenda del progreso Las mayores atrocidades de la historia se han llevado a cabo en los últimos siglos, enarbolando banderas de amor, de igualdad y de fraternidad. Y con la conciencia de estar dotados de razón por ser hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza. ¡Ni más, ni menos! Quizás podamos decir que nunca la Divinidad fue tan calumniada.

La educación se vislumbra como un área y una actividad de vital importancia, para tratar de reorientar la acción humana, hacia la creación de un mundo distinto

Se ha caído la máscara y estamos mostrando que el instinto destructivo, es más fuerte que la mejor de las razones.

En cuanto a la pos-verdad, es necesario preguntarse a qué verdad le ha sucedido. ¿Será a las verdades del llamado Mundo Antiguo? O ¿a las del Mundo Medieval? O, ¿a la verdad moderna, o a la posmoderna? O, más que pos-verdad, ¿no será una “neo-mentira”? Neo-mentira que nos permite, sin rubor alguno, traficar con seres humanos, arrasar con las entrañas, con la superficie y con la atmósfera del planeta, en nombre de la sagrada libertad de mercado. Neo-mentira que nos permite privatizar el Estado y prostituir la política, vendiéndolos al mejor postor. Y, esto, se nos ha convertido en “lo normal”, a través de la manipulación de las conciencias con los medios de comunicación y las redes sociales, donde cualquiera puede convertirse en famoso , o en famosa, porque ha filmado su propia muerte, o ha cometido una masacre, o realizado violaciones al por mayor.

El sinsentido se nos ha convertido en protagonista de la vida  En este contexto, surgen dos preguntas: ¿Es posible hoy, educar? ¿Para qué?

NOTAS

  1. Ruiz del Castillo, Amparo, Educación Superior y Globalización, Educar para qué?, México, Plaza y Valdés, 2002, p. 105
  2. Savater, Fernando, El Valor de Educar, Barcelona, Ariel, 1997, p.32
  3. Tedesco, Juan Carlos, Educar en la Sociedad del Conocimiento, México, F.C.E., 2000, p.77
  4.  Ruiz del Castillo, Amparo,op. cit., p.97
  5. Colom, Antoni J.,y Joan-Carles Mèlich, Después de la Modernidad. Nuevas Filosofías de la Educación, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 59
  6. Tedesco, Juan Carlos, op. cit., p.52
  7.  Mora Forero, Jorge, La Enseñanza de la Historia. Historia de la Educación en Colombia, Bogotá, D.E., ECOE Ediciones, 1988, p.45. Ver del mismo autor, Historia, Enseñanza y Política, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2003, pp. 84-112
  8. Sautu, Ruth et Al., Manual de Metodología, Buenos Aires, CLACSO, 2005, p.21
  9. Ibidem., p.22
  10. Colom, Antoni J., La (de)construcción del conocimiento pedagógico, Buenos Aires, Paidós, 2002, p.117
  11. Apple Michel W., Educar “como Dios manda” Barcelona, Paidós, 2002, p.15

Jorge Rafael Mora: Especialista en Educación (U. Santo Tomás); Magister en Docencia Universitaria (U. Pedagógica Nacional de Colombia); Doctor en Historia (El Colegio de México).

Educar, ¿para qué?