sábado. 20.04.2024
Ayuso_Ruido

El penúltimo día de clase antes de las vacaciones entré en una de mis aulas de segundo de Bachillerato dispuesta a hablar de literatura, pero, como ocurre cuando antes han tenido Filosofía, me esperaba una pregunta de calado: profe, ¿prefieres una democracia representativa o una asamblearia? La semana anterior me habían preguntado sobre la transmisión patrimonial y acabamos hablando de la meritocracia.

El caso es que yo llevaba ya unos días, o tal vez un par de semanas -sigo con esa impresión de tiempo chicle desde que empezó la pandemia- pensando, no exactamente en esto, sino en la trampa de la responsabilidad individual en que el liberalismo nos tiene enzarzadas desde hace mucho tiempo, en tantos ámbitos ya de nuestra vida. El deterioro del planeta se arregla si las ciudadanas reciclamos adecuadamente, cambiamos de coche a modelos nuevos energéticamente más eficientes y menos contaminantes y no malgastamos recursos naturales, como el agua o la comida; los contagios se controlan sin descuajaringar la economía si una decide llevar de forma simultánea una vida monástica y salir de cañas; salvamos la Navidad si recurrimos a los test de antígenos… Son sólo ejemplos de cómo se apela al individuo y su conciencia ética en el ejercicio de la ciudadanía, pero de forma parcial, torticera y manipuladora, descargando toda responsabilidad en cada persona sin cargo público, mientras que las instituciones no abordan suficientemente su parte del trabajo para regular la actividad general y la convivencia, cuando no se dedican a desmantelar las herramientas al servicio del bien común.

"Los contagios se controlan sin descuajaringar la economía si una decide llevar de forma simultánea una vida monástica y salir de cañas"

En mi caso es especialmente desasosegante la situación en Madrid, que es la que más conozco, y el cinismo de quienes ejercen aquí el gobierno; pero supongo que otras personas en otras Comunidades Autónomas tal vez se sientan reconocidas en algunos de estos escenarios. La guinda del pastel envenenado de quienes vivimos aquí es la combinación de la promesa de unos test de antígenos que no llegan (y que no dan información certera salvo en circunstancias muy limitadas, pero generan una falsa impresión de seguridad) con el anuncio de que quienes den positivo en esas pruebas no tendrán que acudir a los centros de atención primaria para confirmar el resultado; se les recomienda confinarse diez días en casa. Se les recomienda.

Detrás de esta llamada a la responsabilidad individual hay un subtexto que se evita enunciar a toda costa y cuando se pone el punto de mira en él, de nuevo asoma lo individual: los centros de salud tienen poco personal y el que hay tiene empleos precarios, está sobrecargado de trabajo y acusa la tensión entre la heroicidad y la desprotección, pero aún tienen que aguantar las declaraciones de Díaz Ayuso sobre su falta de compromiso y su vaguería; en una vuelta de tuerca más, la presidenta demoniza la organización colectiva acusando a los sindicatos de una acción orquestada que está en la base del caos sanitario, eludiendo la responsabilidad de la institución que ella misma dirige en la gestión de esos mismos centros, en su política de contratación o falta de contratación, en el diseño de condiciones de salario, horarios, contraprestación por la asunción de responsabilidades burocráticas, etc. Balones fuera. Si los test de antígenos no llegan es por una causa ex machina, por supuesto. Y lo de pedir una baja laboral, en fin; sin que el centro de salud tenga los medios para atenderte, pues ya me dirán.

En las declaraciones acerca de los contactos estrechos con un positivo de personas con la pauta completa en el ámbito colegial, que solicitará que no tengan que confinarse, también subyace mucha información no explícita, directamente relacionada con otro agujero negro institucional, esta vez no sólo comunitario sino estatal: la falta de medidas legislativas sobre conciliación familiar y laboral. Las familias hacemos encajes de bolillos porque ni los convenios colectivos ni las políticas de empresa ni la legislación están a la altura de una situación que combina un modelo económico de necesidad de crecimiento ininterrumpido, un sistema patriarcal de privilegios que penaliza los cuidados y un sistema educativo diseñado como trampantojo de la inseguridad emocional y afectiva de los menores, sistemáticamente desatendidos y obligados a jornadas maratonianas de colegio y actividades extraescolares, entre otras cosas.

En cuanto al reciclado en casa, pues es imprescindible y al mismo tiempo por sí solo no arregla nada (nuestro modelo energético, desde el punto de vista del consumo y de la producción, es insostenible y dañino).

Leo hoy, domingo 26 de diciembre de 2021, una entrevista a Díaz Ayuso en El País; me parece que su estrategia está al servicio exclusivamente de sí misma y me duele especialmente su uso de la palabra autocuidado, que tiene un aura new age de conexión con una identidad que trasciende la persona, pero contextualmente en este caso (una miradita a sus declaraciones, sus acciones y la forma en que habla de la oposición en un sentido amplio, también dentro de su propio partido, tan despectiva, tan chulesca, tan burda, pero tan aplaudida por su cla) se ciñe en realidad al ‘que cada palo que aguante su vela’. También denosta lo que llama política “escorada” mientras la emplea sin reparos, con esa falta de escrúpulos a la que nos tiene tan acostumbradas, fingiendo centrismo y mesura -como si fueran lo mismo- y apuntalando la falsa imagen victimaria y sacrificial de la presidenta que se inmola por la verdad (revelada y racional, no me dirán que la pirueta no se las trae), como una moderna Juana de Arco, al hablar de la reforma de las leyes LGTBI, y recuerdo aquel debate prenavideño en mi clase.

Conozco cada vez más mujeres que equilibran en la medida de lo posible su responsabilidad individual con la arquitectura de un sistema asociativo y/o comunitario que incida en lo personal y lo colectivo".

El movimiento asambleario del 15M fue un atisbo de algo que es cierto: muchos grupos en nuestra sociedad trabajan por estar políticamente formados y constituidos, sin vinculación directa necesaria con los partidos o las instituciones públicas que nos dirigen y buscan ahondar en un modelo de democracia deliberativa en que dejemos de lado la negociación (el mero intercambio de condiciones de las partes) para buscar la superación de las tensiones mediante soluciones colectivas que impliquen el bien común. Y, sin embargo, la intervención de esos movimientos en esas instituciones sigue siendo muy complicada, porque hemos viciado el sistema.

Conozco cada vez más mujeres que tratan de combinar ambos aspectos: equilibran en la medida de lo posible su responsabilidad individual con la arquitectura de un sistema asociativo y/o comunitario que incida en lo personal y lo colectivo. No se puede tener estabilidad emocional ni se puede generar verdadero aprendizaje en entornos inseguros; estamos, como el personaje de la saga mágica, Alastor Moody, en alerta permanente. El autocuidado implica también el sostenimiento de esas redes, que necesitan del apoyo presupuestario institucional, que necesitan de espacios físicos donde reunirse, que tienen que estar imbricadas en ayuntamientos, asambleas de las Autonomías, ministerios, y ahí es donde la manipulación de Díaz Ayuso resulta tan perversa, porque la atomización genera inseguridad en todos los ámbitos de nuestras vidas, mientras que las soluciones que refuerzan lo colectivo nos permiten avanzar sin tener por ello que negarnos a nosotras mismas. Tampoco se puede ejercer la libertad sin esta seguridad.

Mientras, ella sigue generando ruido, porque, ¿quién puede pensar en medio del ruido?

Ruido