lunes. 29.04.2024
Elizabeth Duval
Elizabeth Duval

1) Filosofía. No puedo no lanzar la siguiente puya: “Me consuelo diciéndome que Platón no condena la escritura; me pregunto si Platón condena la maternidad.”, dice DuvalPlatón sí condena la escritura. Platón, en su Séptima Carta dirigida a los parientes y amigos de Dión, se refiere a ella como algo poco menos que funesto. Literalmente dice: “cuando se ve una composición escrita de alguien, ya se trate de un legislador sobre leyes, ya sea de cualquier otro tema, el autor no ha considerado estas cuestiones como muy serias, ni él mismo es efectivamente serio [por haber] confiado a caracteres escritos estas reflexiones como algo de gran importancia, «entonces seguramente es que, no los dioses, sino los hombres, le han hecho perder la razón»”. Por el contrario, no sólo no condena la maternidad, sino que, a su propia filosofía, le da el nombre de “μαιευτική φιλοσοφία”, filosofía mayéutica, la filosofía de las parteras. La filosofía como partera del saber (TeetetoDiálogos). Espero que al resto de pensadores que pone sobre la mesa los haya entendido mejor.

Después de lo trans, de Elizabeth Duval
Después de lo trans, de Elizabeth Duval

2) La distinción entre tener y ser. Dice Duval, citando, que “lo trans no es una experiencia del tener, sino una estrategia del ser”. Y se enrolla en una metafísica que hacía años que no veía a nadie defender. Bueno, a nadie que no se columpie en el psicoanálisis, en Deleuze, en Lacano en el peor de los posmodernismos filosóficos (los herederos de los fenomenólogos radicales de principios del s XX), personajes y temas que, fuera de cuando los estudié por obligación académica, ya no preciso transitar. Pues no. Desde Kant sabemos que uno no es el cuerpo, sino que tiene un cuerpo. Sabemos que lo fenoménico no es lo mismo que lo nouménico.

Y como aquel pastor que hablaba en prosa sin saber qué era la prosa, sabemos a la manera kantiana que eso que llamo yo es distinto de mi mano, y que por eso no digo “la mano que es Rafa”, sino sencilla y directamente “mi mano”, diferenciando lo poseído del poseyente, diferenciando el cuerpo del ser. Yo no soy mi cuerpo, aunque lo necesite para ser. A partir de ahí, Duval niega la autodeterminación del género (no dice nada de autodeterminar el sexo, sea porque lo considera igual, sea porque considera un lío decir que el sexo se puede autodeterminar), pero no porque la autodeterminación del género sea un camino lleno de trampas, que lo es, sino porque Duval supera la necesidad de la autodeterminación del género afirmando que, como soy mi cuerpo, como mantengo una identidad metafísica fuerte con mi cuerpo, eso que yo soy no necesita autodeterminarse.

Duval se enrolla en una metafísica que hacía años que no veía a nadie defender. Bueno, a nadie que no se columpie en el psicoanálisis

Metafísica que no le impide ser, ya que no profunda, oscura: “La reducción del género a la consideración que de él tenga un individuo, por ejemplo, me parece profundamente problemática, al tratarse (también e insoslayablemente) de una relación dentro de un sistema y de una jerarquía social, y comprendo a la perfección los argumentos según los cuales definir el género en tanto que sentimiento llevaría a ignorar tácitamente estructuras de dominación inherentes al sistema del género” ¡Agárrame esa pulga por la oreja! Aunque hacia el final del libro plegará velas y citará a Butler diciendo exactamente lo contrario: “como cuerpos, siempre somos algo más que nosotros mismos y algo diferente de nosotros mismos” ¡Acabáramos! La metafísica es vengativa y no perdona que la uses mal...

3) La imagen como error. El capítulo “El sujeto, su imagen y la virtualidad” me hizo recordar un trabajo que, al inicio de Humanidades en la UOC, hice sobre los mundos virtuales, y en concreto Second Life. En uno de los aspectos, el de la imagen de los avatares, la conclusión, y de alguna manera también la mayor reflexión del trabajo, fue: “Allí donde todo es imagen, la imagen no significa nada”. Al contrario de lo que Duval expresa en el antedicho capítulo, cuando en las redes o similares la existencia virtual se expresa con un avatar, esta expresión, la imagen que se expone (y con la que el usuario no se expone, sino que se esconde tras ella), precisamente porque puede significar todo, ya no significa nada. Esto mismo es aplicable a lo “trans” (trans-vestismo, trans-sexual o trans-género, esto es otro tema: se confunden a menudo, tanto en este libro como en general, gratuita, pero no involuntariamente, los tres conceptos). Para “ser” mujer hay que vestirse ¿Cómo? Hay que llevar el pelo ¿Cómo? Hay que maquillarse ¿Cómo? Y que conste que estos “¿Cómo?” tienen dos lecturas, una plana, que pregunta ¿Cómo hay que vestirse, llevar el pelo o maquillarse para ser mujer? Y otro extrañada ¿Cómo es que sugieres que hay un forma de vestirse, llevar el pelo o maquillarse que se corresponde con ser mujer? Si es un error catalogar, categorizar, evaluar a alguien por esto -que lo es- ¿nadie, ni tan sólo Duval en su libro, ve la contradicción de usar lo fenoménico como guía de lo “trans” (vestismo, sexual o género) y a la vez negarlo por discriminatorio?

Duval supera la necesidad de la autodeterminación del género afirmando que, como soy mi cuerpo, eso que yo soy no necesita autodeterminarse

Afirma, y la creo sin duda, que no sabe “identificar cómo y qué me lleva a saberme menospreciada o en peligro volviendo a casa sola por calles estrechas, a ocupar el rol dominado en la dicotomía de la diferencia o dominación sexual” y que se siente “en peligro volviendo a casa sola por calles estrechas, menospreciada y sexualizada, [ocupando] un rol secundario, de florero o de cuota” ¿Nada tiene que ver con el sexismo, en este caso, machismo puro y duro, que interpreta su imagen como la representación de una mujer? ¿Nada? ¿De verdad no lo sabe identificar?

En el capítulo “La percepción en la violencia y el deseo” muestra la contradicción de querer imponer la imagen (fenómeno) como realidad (noúmeno). Se plantea si “una mujer lesbiana, por poner un ejemplo, estaría incurriendo en un acto tránsfobo al rechazar a una mujer trans que pudiera en un primer momento haberla atraído”, para concluir que “el rechazo que partiría del descubrimiento de que los genitales de una persona no coinciden con los esperados tiene mucho que ver con la incapacidad para concebir desde un primer momento la existencia de las personas trans o, más bien, de cuerpos no asimilados dentro del estándar.” Es de agradecer que diga un mujer lesbiana, y no una persona gestante lesbiana. Pero no es de agradecer que quiera imponer su mirada, la de Duval como persona concreta, al derecho a que un tercero tenga su propia mirada. Y si no queremos catalogar, categorizar, evaluar a alguien por su imagen, por qué, se debería a sí misma preguntar Duval, usa para sí precisamente esa y no otra imagen.

Tiene derecho a usar la imagen exterior que le plazca, tanto como el resto a que, si bien hay una primera atracción, el total, como dice la canción de Serrat, cumpla lo de “me gusta todo de ti, pero tú no. Tú no”. El error de fondo es confundir sexo, género y preferencia, y mantiene el error cuando mediado el citado capítulo afirma sin rubor que “la categoría del «sexo» no es una realidad objetiva como la del cuerpo ni se trata de una simple imagen sin sesgos. Afirmar que la discriminación se ejerce por razón del sexo es ofrecer una respuesta bastante difusa: no sabemos si se refiere a lo cromosómico, a las gónadas, a los genitales o a las características sexuales secundarias”, especialmente, continua en su desvarío, porque “los seres humanos, en nuestro contexto, tenemos la tendencia a ocultar debajo de múltiples capas de ropa”.

4) El discurso. Como decía, esconde diestramente en su discurso todo un complejo de situaciones bajo un único concepto: trans. Habla de lo trans, sobre lo trans, mujeres trans, hombres trans... para sí poder usar el terrible concepto TERF. Primero, en el capítulo “Introducción al feminismo transexcluyente”, hábilmente se quita de encima una poderosa crítica (“si el transexual meramente cambia un rol de género por otro, si los expertos médicos y psiquiátricos solicitan que el transexual viva bajo el rol de género opuesto antes de proceder a la cirugía, y si el resultado del cambio de sexo refuerza una feminidad que, para muchos transexuales, se convierte en una caricatura de aquello que las feministas han rechazado en cuanto a la feminidad construida por los hombres, ¿dónde está el reto, la transgresión, la ruptura con frontera alguna?”, cita de Janice Raymond) que pone el dedo en la llaga: si etiquetar a la gente es negativo, por qué, se pregunta Raymond, tanto esfuerzo por cambiar de etiqueta... 

Duval se centra en que “la exhibición del género [...] a través de la ropa y de los guiones de comportamientos generizados” se hace por parte de los trans sin premeditación

Segundo, el discurso de Duval se centra en que “la exhibición del género [...] a través de la ropa y de los guiones de comportamientos generizados” se hace por parte de los trans sin premeditación, siendo una “teatralización inconsciente del género” que el trans realiza como “resistencia a la ideología de género”.

Es decir, que la culpa de que el trans (vestismo, sexual o género) “cambia un rol de género por otro” es del sistema por “la aprobación formal e informal y la recompensa a comportamientos que se ajustan a la norma, además de la estigmatización, aislamiento social, castigo y tratamiento médico de aquellos comportamientos que no lo hacen”. Igualmente es central para su discurso quejarse de que “desde algunos feminismos se moraliza para legislar sobre quién, al llevar cierta ropa, maquillarse de cierta manera o comportarse de otra, está o no reforzando los «guiones generizados», que también podríamos llamar estereotipos.”. La cuestión es que negar el estereotipo y a la vez usarlo como herramienta de identidad diluye precisamente al estereotipo, sí, pero lo hace con la misma intensidad que diluye la identidad del que con él se arropa. 

Finalmente, el discurso de Duval no entiende que lo trans, si asume el estereotipo de mujer (o en su caso de hombre) niega la mujer como estereotipo (y precisamente por ello, y aquí la razón de la crítica del feminismo, niega la discriminación que sufre por su condición -estereotipo- de mujer) con la misma fuerza que niega lo trans como mujer (o como hombre). Lo trans es según Duval (capítulo “El género como sistema y el género como proceso”) un “adjetivo (ser una realidad conceptual dependiente que modifica una categoría anterior: ser una mujer trans implica ser una mujer, pero no es lo mismo ser una mujer trans que ser una mujer, puesto que la primera categoría se ve modificada por la segunda y esa modificación se produce en ese orden)” adjetivo que, remacha por si hay dudas, “está modificando una realidad dentro del sistema de género que ya existía con anterioridad (la de mujer)”.

Al no ser un sustantivo, lo trans carece de realidad propia, por lo que la realidad de una mujer trans es que primero es, y esto deviene central en su discurso, una mujer y luego es, dentro de la categoría mujer, trans. Para Duval, plantearse qué es una mujer es debatir “otra variación más de la diferenciación entre esencia y sustancia y de la diferencia entre sexo y género” (capítulo citado), lo que, relacionado con que yo “soy” mi cuerpo y yo “soy” mujer (antes que trans, que sólo es un adjetivo), anula -como hemos dicho, hábilmente- la crítica certera de Raymond, pues si una mujer trans primero es mujer, no ha lugar a decir que cambia su rol de género. Aunque podríamos decir que, si no cambia de género, si no cambia su rol, por qué llamarse trans...

5) Después de lo trans. En el capítulo “Después de lo trans” Duval se descubre y vemos que tanta parafernalia filosófica, conceptual e ideológica no era necesaria... “Así, lo trans no constituye en sí mismo o una categoría de identificación o una etiqueta de posicionamiento dentro del sistema que hemos tenido a bien llamar género, como tecnología lingüística y orden de símbolos, productor de ciertos efectos de sentido, pero que también podríamos haber concebido como epistemología de la diferencia sexual, régimen binario de la diferenciación sexual o sistema sexo-género: es el significante de un movimiento dentro de ese mismo sistema y para con el sistema”, “Lo trans no es una categoría congruente”, “No nos sirve como instrumento político, no nos sirve como instrumento sociológico, no nos sirve como concepto de análisis. Esa es, al final, la conclusión de este ensayo: que el concepto alrededor del cual dábamos vueltas una y otra vez es simplemente un movimiento, un tránsito, un modificador adjetival, pero nunca un ente en sí mismo”, “En mis documentos oficiales figura el nombre de una mujer, que soy yo; mi género es reconocido de iure y, por suerte, por una inmensa suerte que me permite ser una subjetividad plenamente asimilada por una democracia liberal, también de facto en la calle, en los bares, en el mundo; por suerte o por desgracia.”

Queda despachado entonces que ser trans es algo indefinible que sencillamente ocurre.

Realmente para este viaje no eran necesarias tamañas alforjas metafísicas.

El feminismo tiene razón al exigir de lo trans (vestismo, sexual o género) una no invasión del concepto de mujer

6) Epílogo. De filósofos como HegelHeidegger y algún otro, casi todos alemanes del s XIX, aunque hoy puede extenderse a franceses y estadounidenses del postmodernismo, vale el aforismo que dicta: “si no puedes ser profundo, al menos se oscuro”. Tan oscuro como que, para demostrar la vacuidad del concepto sexo, y por eso su maleabilidad trans, Duval acaba en el “Epílogo” invocando a nada más y nada menos que Hegel: “¿Qué es el Yo del Deseo sino un vacío ávido de contenido, un vacío que quiere llenarse por aquello que es pleno, llenarse vaciando ese pleno, colocarse –una vez lleno– en el lugar de lo vaciado, ocupar por su plenitud el vacío formado por la supresión de lo pleno que no era suyo?”.

Por ello, que Duval acabe con una clarificadora llamada a una izquierda de corte entre socialdemócrata e izquierda de la izquierda me deja totalmente impactado:

La izquierda en la que yo creo tiene que bajar de su torre de marfil sin renunciar a aquellas historias o mitos colectivos que sean más eficientes para vehicular unos sentimientos concretos. Tiene que poner en cuarentena a quienes aspiran a susurrarle las soluciones óptimas, fáciles y holísticas para todos y cada uno de sus problemas. Tiene que corregir las desigualdades económicas e incluso enfrentarlas prioritariamente; tiene que hacer bandera de la redistribución, de la fraternidad y de la justicia social, porque incluso los trabajadores homófobos, racistas o fascistas tienen derecho a unas condiciones de vida dignas. Tiene que elaborar una lealtad mayor (sea la de la patria, sea alguna otra todavía por descubrir) para enfrentarse al fantasma posible de una derecha que intente hacerse con la voz y el voto de los excluidos, los marginados, las víctimas de la globalización y de la crisis. Tiene que ser, después de la debacle, una izquierda más materialista que cultural: tiene que dar la batalla económica e incluso, si se me permite la cita a Santiago Alba Rico, ser «revolucionaria en lo económico, reformista en lo institucional y conservadora en lo antropológico».Debe luchar por los afectos y los vínculos que nos unen y en contra de la desintegración de aquellos que están en peligro. Tiene que dejar de deshacerse en una enorme multitud de guerras internas surgidas de debates bizantinos: ha de ser leal a ella misma y, siendo leal a sí misma, extender esta lealtad para todos los que en ella se encuentren. No tiene, necesariamente, que llevar el nombre de izquierda; pero es necesario que quienes sean interpelados por ella puedan reconocerla desde fuera como tal.” (la negrita es mía)

¿Cómo relacionar esta contundente afirmación con toda la metafísica que inunda, desborda y anega el resto del texto? No lo sé.

7) Final. Cuando todo es imagen, la imagen ya no es nada. Por eso el feminismo tiene razón al exigir de lo trans (vestismo, sexual o género) una no invasión del concepto de mujer. Si tienen que decirse cinco géneros (o seis o siete u ocho...), díganse, pero no aceptemos que, como dice la Duval metafísica, lo trans sea un adjetivo de la sustancia mujer (u hombre), pues aunque no sepamos lo que sea que sea esa sustancia, sí sabemos lo que significa tener la condición de mujer (y de hombre) en este momento de la historia.

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