domingo. 28.04.2024
Madrid 1952, Plaza de Callao, Jacometrezo con GranVía
Madrid 1952, Plaza de Callao, Jacometrezo con GranVía

El enfoque de la Historia con el que los posmodernistas se adueñaron de las reflexiones sobre la disciplina y el oficio del historiador ha llevado a otros autores a ejercer una réplica a sus ideas devastadoras, de entre las que cabe destacar la del historiador español Enrique Moradiellos, quien en su Las caras de Clío… aclara no estar dispuesto a “renegar y disolver la disciplina histórica cristalizada con Niebuhr y Ranke como tradición gremial necesaria para la existencia de la sociedad y la cultura humana en nuestro grado de civilización y desarrollo intelectual”, y llega a hablar de esa escuela historiográfica en estos términos:

“El desatino imposible que plantea el proyecto historiográfico posmoderno es la razón principal de la alarma sembrada en el gremio profesional y de las fuertes críticas vertidas contra sus cultivadores y proponentes”.

El enfoque de la Historia con el que los posmodernistas se adueñaron del oficio del historiador ha llevado a otros autores a ejercer una réplica a sus ideas devastadoras

Para Moradiellos, abandonar esa disciplina científica crítico-racionalista que es la Historia, verificable y “consustancial al principio de realidad exterior objetivada y metalingüística supondría permitir que campen a sus anchas quienes promuevan o viertan incluso “los necesarios sucedáneos de conciencia histórica destinados a mantener la cohesión y dinámica de los diversos grupos sociales y colectividades humanas”. El autor de Las caras de Clío… o de El oficio de historiador escoge un ejemplo de historiador posmodernista escribiendo un libro no sobre la Historia, sino un libro de Historia, para demostrar el acto suicida que es a juicio suyo (y de muchos historiadores absolutamente reacios a las tesis posmodernas sobre la disciplina histórica) el ejercicio de la profesión de historiador por parte de aquellos que llevan al extremo el escepticismo y el relativismo sobre nuestro oficio: el historiador es el británico Simon Schama, nacido en 1945, y el libro es Dead Certainties: Unwarranted Speculations (algo así como ‘Certezas muertas: especulaciones injustificadas, o sin garantía’), aparecido en 1991 y sin edición en lengua española. Schama, de quien Moradiellos no tiene empacho en decir que es “un magistral exponente de la mejor historiografía británica y anglófona”, catedrático de la Universidad de Harvard, “tiene en su rico haber obras de formato y contenido perfectamente académicos y clásicos, en los que siempre hubo buena narrativa”, pero quiso en Dead Certainties… poner en práctica las tesis posmodernistas entretejiendo ficción y verdad (“?”, se pregunta Moradiellos) sin distinción, exhibiendo distintos puntos de vista sobre lo que se cuenta o explica y renunciando a citar fuentes. En Dead Certainties, Schama “entreteje la documentación histórica y la ficción sin diferencias” y es capaz de dejar un final abierto en el que “el lector prácticamente puede escoger el tipo de muerte” del protagonista, el general británico del siglo XVIII James Wolfe. Dead Certainties es “un magnífico ejercicio de belleza narrativa, poder de evocación y entretenimiento estético y literario. ¿Pero cabe considerarla como un modelo orientativo para la práctica de la historiografía en su conjunto?” Sí, creo con Moradiellos que la Historia, aunque llegue a grados de estética literaria muy elevados, que a veces lo hace, seguirá estando “en franca desventaja frente a la literatura, la pintura y el cine para evocar sugestivas situaciones pretéritas”: difícilmente podrá derrotar al Rojo y negro de Stendhal, a Los fusilamientos del tres de mayo de Goya o a Salvar al soldado Ryan, de Steven Spielberg.

El filósofo de la Historia neerlandés Chris Lorenz es otro de los que (en su libro citado, ntre filosofía e Historia.Exploraciones en filosofía de la Historia) han querido contradecir a los posmodernistas replicando su demoledora visión de nuestro oficio.

Para Lorenz, las narraciones históricas no sólo son presentadas, como las ficciones, “sino que tienen necesidad constante de apoyo tanto empírico como lógico”

El narrativismo metafórico o radical de Hayden White y Frank Ankersmit considera que, en palabras de Lorenz, “la forma narrativa de la Historia implica que la noción de verdad como correspondencia no puede ser aplicada a los relatos históricos” pues las narraciones históricas son “ficcionales y/o metafóricas”. Estamos ante el llamado giro metafórico, otro de los famosos giros posmodernos, no propiamente disciplinario como el lingüístico y el antropológico que ya vimos, pero de una utilidad fabulosa para los posmodernistas dedicados a incapacitar la Historia como vehículo de verdad alguna. Ese giro metafórico constituye un ataque frontal a los fundamentos del positivismo, incluso al de los hechos, al empirismo; no en vano White y Ankersmit por completo pretensiones de verdad a la narración, pero es ahí donde intervine Lorenz cuando considera que “las narraciones históricas tienen la capacidad de ser verdaderas” porque la Historia es una ciencia, no una forma de arte. Algo que no nos parece la mejor defensa pues ya hemos tratado de sentar que es más un arte que una ciencia aunque trate de equilibrarse entre lo mejor de lo uno y lo más aceptable, dado su alcance, de la otra. “La primera consecuencia del giro metafórico desde un punto de vista explicativo es la más importante, a saber, la narración surge como una entidad lingüística independiente de los enunciados individuales que contiene”, pero, en realidad, “en contraste con los autores de ficción, los historiadores tratan con un objeto y con definiciones del objeto que están abiertos al escrutinio y al debate públicos”. Para Lorenz, las narraciones históricas no sólo son presentadas, como las ficciones, “sino que tienen necesidad constante de apoyo tanto empírico como lógico”.

Los posmodernistas consideran que el conocimiento, y por tanto la verdad, “no pueden reclamar validez universal porque están siempre conectados a circunstancias o intereses particulares”

La Historia, sigue Lorenz en su defensa de la honradez ante la verdad de nuestro oficio, es una empresa intersubjetiva, y, citando al historiógrafo estadounidense nacido en Escocia en 1929, Lionel Gossman, sentencia que “ningún historiador trabaja solo o disfruta de una relación especial con el pasado”. Es esta permanente necesidad de argumentos (como una consecuencia de las pretensiones de verdad de las narraciones históricas) —dice Lorenz— lo que explica por qué hay tal cosa como el debate histórico, que mantiene en marcha el motor de la Historia como una disciplina”. Los historiadores no pretenderíamos pues “únicamente un relato, sino un relato verdadero y esta pretensión de verdad sería su sello distintivo”. (Lo sabíamos, como sabemos que la raíz lingüística de la palabra griega historia no es ‘relato’ sino ‘investigación’, ‘averiguación’). 

Sí, las narraciones históricas son relatos verdaderos y son más verdaderos que relatos. Ya lo hemos visto. No hay verdad ni objetividad histórica para los posmodernistas, no la hay para White, Barthes, De Certeau y Foucualt. Para Lorenz, ellos opinan que “debido a la diferencia radical y el abismo infranqueable entre lenguaje y realidad es imposible representar la realidad en el lenguaje de una manera fidedigna”. No hay relatos verdaderos sobre el pasado, son relatos “ideológicos, míticos, ficcionales o imaginativos del pasado”. No existe la verdad para los posmodernistas y su “argumento notablemente escéptico”, sólo existen el mito, la ficción o la ideología. Para Lorenz, que los posmodernistas caractericen a las narrativas históricas de “metáforas extendidas” es como si se negara “la dimensión metafórica que posee todo lenguaje, inclusive el descriptivo”. La dimensión metafórica del lenguaje “no es una razón suficiente para sostener que sea imposible dar una descripción verdadera” de cualquier acontecimiento. Las pretensiones de verdad, de las que ya hemos hablado, han de poder ser defendidas y confrontadas con argumentos contrarios: es estar cerca de la verdad, no es ser la no-verdad

Los posmodernistas consideran que el conocimiento, y por tanto la verdad, “no pueden reclamar validez universal porque están siempre conectados a circunstancias o intereses particulares de algún tipo, como la cultura, la clase o el género”. La verdad siempre es ideológica para ellos: “culturas diferentes trabajan con concepciones de la realidad diferentes”. Pero, según Lorenz, que sigue al filósofo británico de origen austriaco Karl Popper, “el progreso en la calidad relativa del conocimiento constituye toda la objetividad que se puede tener, tanto en las ciencias naturales como en las humanas”.

En cualquier caso, visto lo visto, soy de la opinión manifestada en torno a este asunto por Carlo Ginzburg, contraria a dejarse vencer por el relativismo, pero sustituyo a la lengua, que, en su analogía conscientemente dirigida hacia nuestro oficio de historiadores, él usaba como sujeto, por nuestra común disciplina.

Ni los cambios pasados y futuros en la Historia que escribimos, ni la existencia de otras formas de hacer Historia, afectan nuestro compromiso con la Historia que escribimos o su dominio sobre la realidad.

Los posmodernistas y la crisis de la Historia (tercera y última parte)