viernes. 29.03.2024
Fragmento ‘En la calle’, de Juan Genovés
Fragmento ‘En la calle’, de Juan Genovés

“Nem há felicidade falsa / Enquanto dura é verdadeira” 
(No hay felicidad falsa, mientras permanece es verdadera) 
Fernando Pessoa. Poesía: A tua voz fala amorosa
“Ficção num palco sem tábuas / vestidad de papel seda/ mima una dança de mágoas / para que nada suceda” (Ficción en un escenario sin tablas / vestida de papel seda / mima una danza de desdichas / para que nada suceda) 
Fernando Pessoa. Poesía: Dança de mágoas


Me han tirado como a un pelele al jergón, infecto, degradante, con huellas manifiestas de rodetes de orines, sudores y efusiones de semen remotos. Ahora, toca adoptar la posición fetal de los indefensos, los débiles y los impotentes. No mover ni un músculo y, en caliente, sentir la laxitud que deja el “tratamiento” de estos malditos irascibles y salvajes. No tiene sentido, limpiarme la sangre, diluida por las lágrimas, que se me derrama por el hematoma del ojo izquierdo, no hurgar en la cavidad oral, para al margen de restañar alguna herida; buscar un incisivo que me molesta levemente; obviamente roto y reventado de su alvéolo, dando vueltas y moviéndose en el vestíbulo labial inflamado y friable. 

La nariz destila, interminablemente, unos fluidos multicolores que supongo no serán sólo mucosidad y líquido sanguinolento. Párate quieto, el dolor de muñecas y las marcas de las ligaduras dejarán de ser un daño y se convertirán en una flojera de unas articulaciones liberadas de infames posturas forzadas y tortuosas. No; así no, distiende tus rodillas, relaja tus maxilares, desentumece sus brazos y sacúdete los temblores y calambres. Lo que menos importa, ahorita mismo, es sentir despecho, beligerancia, pedir auxilio a la razón crítica y buscar palabras inconvenientes: soledad, dolor, resignación, confesión, confusión, delación. 

Intentaré, durante la sesión, tragarme el miedo, mantener a raya la ansiedad, esa loca que, anticipadamente, me hace sufrir innecesariamente

Desfallece, descansa, libérate; ya pasó todo. Ríndete, si quieres, pierde la consciencia y sueña con unicornios de colores, con tus juguetes infantiles. Sí, da vueltas y haz girar el peón hasta que éste pierda su velocidad angular y quede inerte, tumbado y desvaído. Sueña, reposa, la noche -¿o será la mañana?- no tiene fin. Venga, intenta completar tus ejercicios de relajación sofrológica. Calma, no te permitas ni una actividad locomotora superflua; como mucho, subir la frazada y cubrirte los hombros. Piensa en tu esposa y tus dos hijas, saludándote desde lejos, para advertirte su situación, mientras sales del Estadio Metropolitano. Otra vez empate. Papá, ¿por qué somos del Atlético? Corren hacia mí y, yo las veo a cámara lenta, llegar y colmarme de abrazos y besos. Mi esposa sonríe y me tira un beso. ¡Qué calma, cuánta felicidad, porque mientras ésta dura, siempre es una verdad palmaria e indiscutible!

Mañana, lo haré mejor. Intentaré, durante la sesión, tragarme el miedo, mantener a raya la ansiedad, esa loca que, anticipadamente, me hace sufrir innecesariamente. No esperes excesos de bondad, te van a sacudir, una hostia tras otras, utilizarán la picana que alumbrará el tormento transmitido a todo tu sistema neuronal. Sí, verás las estrellas, te atragantarán con agua hasta que estés ahíto de tortura y corras el peligro de irte, de no volver sino hecho un ángel. Pero intentarás resistir, no “cantar la Traviata”, darle tiempo a tus compañeras y compañeros a poner tierra de por medio.

¡Sargento, vamos a la máquina de escribir, a ver si este señoritingo profesor universitario hace una declaración como Dios manda!

“Eres un maldito machaca indecente, un cerdo comunista, una piltrafa, un gilipollas que preparaba la Huelga General Pacífica. Pero, ¿de dónde sacáis esos nombrecitos de mierda, esas escorias que sólo existen en vuestra huera cabeza de chorlitos marxistas, esos jueguecitos predestinados al mayor de los fracasos, esos fantasmas muertos en vida? ¡Venga, pedazo de hijo puta, ya hemos perdido mucho tiempo contigo! ¡Sargento, vamos a la máquina de escribir, a ver si este señoritingo profesor universitario hace una declaración como Dios manda! No perdamos más tiempo, llegaré tarde maldita sea al cumpleaños de mi suegra; claro, tú de esto no sabes nada, no has conocido en tu puta vida a una señora de bien, de orden. ¡Coño que hoy es Viernes Santo y me dejas sin torrijas! Desgraciado, comienza tu deposición, anda siéntate en cualquiera de esas sillas, que pareces un “ecce homo” a punto de guiñarla”.

Tranquilo, sosegado, miro las sillas mullidas y aterciopeladas con respaldos rectos pero cómodos de madera lisa sin adornos, asientos acolchados de color gris, aunque sin brazos donde reposar mis extremidades superiores. De forma repentina, como un ramalazo mental incontenible recuerdas la bendita letra del trovador Silvio Rodríguez, sí; aquella de la Historia de las sillas: “el que tenga buen camino tendrá sillas, peligrosas, que lo inviten a parar. Siempre vale la agonía de la prisa, aunque se llene de sillas la verdad”.

Me balanceo un poco, cómo si un sopor cálido y canalla me invadiera por momentos: 

- “muchas gracias, estoy mejor de pie”. 

Pienso: ¡he aquí el hombre, sanguinario torturador!, ¡el ecce homo! 

Historia de las sillas