lunes. 29.04.2024
Aurora (Foto: Mónica Grau)
Aurora (Foto: Mónica Grau)

Joan Segovia

Como ya es costumbre, tras nueve años, asistí al festival Vida con las ganas de conocer a grupos nuevos a la vez que disfrutaba de bandas más clásicas. Tras revisar el cartel, comprobar lo ajustado que quedaba el horario y prepararme para tres días intensos, llegué al recinto del festival en Vilanova i la Geltrú, cerca de Barcelona. El entorno de la Masia Cabanyes estaba decorado con motivos digitales y fantasmas del PAC-MAN con nombres de varios artistas que vería estos días. El ambiente se respiraba acogedor y la gente estaba haciendo las calurosas colas de entrada con ganas de iniciar esta nueva edición.

El jueves empezó bien, aunque tampoco como para tirar cohetes, con una Julieta Venegas en el escenario principal Estrella a primera hora de la tarde. Nos dedicó sus canciones más conocidas y amenizó la entrada de los asistentes. Convenció una vez más a sus fans, pero no llegó a enamorar al resto del público. Mientras, en uno de los escenarios pequeños, Lisasinson, un grupo joven de indie alternativo, sí consiguió hacer saltar a la gente en la pista cubriendo los últimos momentos de sol del día con un repertorio algo corto, pero con muchas ganas de hacernos bailar a todos.

Al caer la noche, y empezar la lluvia, Henrio salió al escenario de la Cabaña para ponernos melancólicos con su música, todo un descubrimiento por mi parte de este festival. Al terminar su concierto, pude cruzar unas palabras con su cantante, Enric Verdaguer, quien no dudó en remarcar la labor del Vida al acoger a grupos pequeños y a nuevos artistas y darles un espacio donde brillar y ser conocidos. Toda una oportunidad para ellos el poder compartir cartel con grandes grupos internacionales.

Remarcar la labor del Vida al acoger a grupos pequeños y a nuevos artistas y darles un espacio donde brillar y ser conocidos

Terminando la noche se acercaba la hora de los platos fuertes del primer día. Empezó el concierto de La Casa Azul, sobran presentaciones, con las nubes dando un respiro al público. El concierto fue sencillamente espectacular, desde la puesta en escena hasta la lista de temas que sonaron en el escenario. Justo al terminar esto, ya encendió la pista Lory Meyers y volvió la lluvia. Tras cuatro canciones se tuvo que terminar su concierto por del tremendo diluvio que dio cierre al primer día de festival.

Con el coitus interruptus del jueves aún en el cuerpo, entro fresco el viernes; ventajas de irse a la cama antes de lo esperado. Llegó a tiempo de descubrir Za! & La transmegacobla, un grupo experimental difícil de definir, que terminó su actuación entre el público. Con canciones en idiomas muertos y propuestas sonoras más que cuestionables, no dejaron a nadie indiferente. Luego solo quedó hacer tiempo por los puestos de comida hasta la llegada del gran concierto de la tarde. Aurora está en boca de todos y no es de extrañar. Se comió el escenario con su música y a todos los que la vimos con su simpatía y su carisma, parecía una fan más disfrutando del propio concierto. No se dejó ningún éxito por tocar, desde Cure for me hasta Running with the wolves, salvo la de Into the unknown, como era de esperar, y fue toda una experiencia ver a la gente quedarse afónica cantando todas sus canciones.

La noche empezó con el grupo francés L’Impératrice que incendió la pista con su música electrónica. Con una energía envidiable no hubo tema que no fuese aplaudido por todos. Justo el subidón necesario después de Aurora para no decaer el ritmo del festival. Lastimosamente, esto no se pudo mantener hasta la llegada del grupo estrella de la noche, pues antes le tocó el turno a Xoel López que hizo un concierto que se puede tachar de correcto si no nos ponemos exquisitos. Fue momento de huir al Vida Club, la zona de djs del recinto, donde entre remix de clásico y clásico de los noventa, ayudaron a hacer la espera más amena.

El cierre de mi viernes lo dio Suede, y qué gran cierre. Brett Anderson, con 55 años a sus espaldas, se marcó una actuación de las que dejan huella. No dudó en bajar del escenario para dejarse manosear por todos, y todas, mientras se dejaba la piel con clásico como TrashModern Boys o So Young. Buscando reivindicar su espacio en el panorama actual, tocaron unas pocas canciones de su nuevo disco Autofiction del año pasado. Poco que reprochar a unos veteranos en esto que disimularon muy bien que los años pasan para todos igual.

Aurora está en boca de todos y no es de extrañar. Se comió el escenario con su música y a todos los que la vimos con su simpatía y su carisma

El sábado tocaba levantarse antes de lo querido para ir a los conciertos en los escenarios de La Daurada, en primera línea de mar de Vilanova, el único espacio del Vida accesible sin entrada. Con un sol criminal que azotaba desde primera hora, aun suerte que la brisa fresca del mar paliaba el bochorno en buena medida. Al entrar sonaba Selva Nua, directos de Lérida, quienes habían conseguido convertir el lugar en una lata de sardinas. Con un vermut en la mano puedo afirmar que sonaban frescos y mejor que otros que tuve el desplacer de escuchar. Joana Jové, su cantante, me pudo dedicar unos minutos al terminar para contarme la necesidad de estos festivales que dejan hueco a nuevas propuestas, muy en la línea de lo escuchado por Henrio dos días antes. También remarcó la puerta que realmente abren estos escenarios sin entrada, pues dan la oportunidad de mostrar lo que valen en directo y así aspirar a un espacio en la cartelera principal en años futuros. Pero no podía irme de allí sin escuchar a Franc Moody, de quien prescindí la noche anterior en post de un merecido descanso. Entre el ambiente caldeado por Selva Nua y el saber hacer de Ned Franc y Jon Moody, el concierto empezó por todo lo alto y no bajó su nivel ni por un instante.

Llegó la tarde y con ella la recta final del festival. Jorge Drexler se la sabe larga y no podía fallar. Cierto es que no rompió la pista ni fue el gran concierto de su vida, pero cumplió con creces lo esperado. Aunque sí hubo un claro ganador de este día, no fue otro que La Plazuela con su flamenco electrónico particular. Fue de esos conciertos que la gente presume de haber estado durante los siguientes años. Sigo sin saber por qué tocaron en La Cabaña, uno de los tres escenarios pequeños, cuando demostraron que podían haber llenado la zona entera del escenario principal. Todo “yo estuve allí” de manual que marcó para mal todos los grupos de después.

Y es que, dejando de banda Spiritualized que estuvieron soberbios como siempre, los siguientes conciertos en los escenarios pequeños no llegaron a la talla. Hologramma raspó el aprobado con una puesta en escena fallida por el exceso de humo y falta de luces; parecían estar en medio de una niebla con música de fondo. La inexperiencia se notó con los fallos evidentes al recordar la letra de alguna canción y con los eternos tiempos de espera entre tema y tema. Luego empezó, con un retraso acojonante, Dani en La Cabaña. Dejando de lado los problemas en su actuación, donde en los primeros compases de su inicio arrancó de una patada los cables del altavoz, los fallos técnicos con el micro tanto de la cantante como del guitarrista hicieron resonar entre el público el mensaje “pues en Spotify sonaban bien”.

Escapando del desastre, llegué a Dehd y su indie rock. Poco que añadir sobre ellos. Sonaban bien, consiguieron rellenar el horario y el tiempo de espera para el gran cierre y poco más. Con todo esto se hicieron las 1:15 y, por fin, empezó The Libertines. Lo dieron todo, bueno, todo lo que pudieron, claro. Doherty estaba (de hecho estaba mucho) poniendo todo su empeño en aguantar el concierto entero sin desfallecer y pudo transmitir toda es fuerza al público que se desgañitó a cada canción. Mención especial al batería que se dejó los brazos para llenar el escenario, lo que el resto de la banda no pudo. Un buen punto final para un día lleno de altibajos.

Este año el Festival Vida ha cumplido de sobras con lo esperado y se nota la experiencia de los años previos tanto en su preparación como en la confección del cartel

Y bueno sí, la música, los conciertos y todo esto está bien, pero no es solo eso un festival. Las instalaciones y su decoración estaban un poco desganadas, más allá de la entrada al recinto. Fue sorprendente encontrar a Irene Moray (aka Wingardium Nerviosa), la ganadora de un Goya en 2020 por el cortometraje Suc de Sindría, tirando las cartas del tarot en un espacio dedicado a ello, aunque mal ubicado en el mapa del tríptico que daban al entrar (sí, ese horroroso mapa que nadie entendía). Los baños, el típico punto débil de estos eventos, estaban perfectamente adecentados, pero hace falta que en futuras ediciones añadan otra zona para evacuar cerca de la zona Arcade (literalmente cinco máquinas arcades siempre ocupadas que estaban en medio del camino).

Las tres zonas gastronómicas estaban perfectamente ubicadas, limpias y eran suficientemente espaciosas para todo el aforo. Todo un punto positivo que evita tener que bailar en algún concierto al lado de alguien intentando cenar una hamburguesa y terminar con una mala experiencia. Pero si hay algo que falta, y con el gentío que se hizo con La Plazuela, es la falta de un segundo puesto de la Cruz Roja en la zona de los escenarios pequeños. Detalle que algún día se traducirá en un susto que nadie quiere.

Tampoco olvidemos, que es un festival pensado para todas las edades, y también hay actuaciones dirigidas a público infantil y una zona con talleres vinculados al mundo musical en el espacio llamado El Niu.

Este año el Festival Vida ha cumplido de sobras con lo esperado y se nota la experiencia de los años previos tanto en su preparación como en la confección del cartel. Es posible que no haya sido el mejor año de todos, sobre todo si tenemos en cuenta otros grandes carteles del pasado, pero no deja el listón bajo para el año que viene. Hasta el momento no hay ningún artista confirmado para la décima edición del festival, pero personalmente ya estoy dentro de su próxima propuesta en 2024.

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