viernes. 29.03.2024

Ante las elecciones generales de 1923 se plantearon tres cuestiones desde el ámbito socialista, y que rescatamos cien años después en vísperas de otras elecciones. Estas reflexiones se publicaron en el mes de abril en El Socialista (días 17, 21 y 26).

Batallas electorales

Decía el periódico obrero que las batallas electorales no se ganaban solamente con entusiasmo, sino con votos.

Era evidente que el entusiasmo era importante para los socialistas porque, como hemos comprobado en nuestras investigaciones, se asociaba a la voluntad, la gran virtud que había que tener si se era socialista. Pero el entusiasmo tenía que ser útil, y para ello había que aplicarlo a fines concretos y a objetivos inmediatos. Los entusiasmos “abstractos” eran entusiasmos que se agitaban en el vacío, es decir, el socialismo defendía lo práctico, lo útil, lo que debía servir.

Para ganar las elecciones había que conquistar a los electores, a través de la propaganda pública y también la individual. Los oradores en los mítines, los afiliados que pegaban carteles, los compañeros que distribuían manifiestos y todos los que en los Centros socialistas trabajaban todas las noches en la “anónima tarea electoral” contribuían con su esfuerzo perseverante a la propaganda pública y, por tanto, al triunfo electoral.

Los que no se dedicaban a estas tareas debían aplicar sus esfuerzos a la propaganda individual. Cada voto, para los socialistas, era muy valioso porque unas elecciones se podían ganar o perder por un solo voto. Cada socialista debía concentrar su entusiasmo en conquistar cuantos electores pudieran con el fin de multiplicar los votos. Las batallas electorales se ganaban mas que con entusiasmo con electores. Así pues, entusiasmo, pero dirigido a conseguir votos.

Indecisión

Como decía el periódico obrero, en todos los ámbitos de la vida abundaban los indecisos, personas que no sabían orientar su criterio a tiempo, y cuando lo hacían era tarde y se hacía mal. Un hecho inesperado, un acontecimiento intenso o una fuerte impresión hacían variar en su actitud a estas personas.

Pero el problema era que los indecisos podían ser claves a la hora de inclinar la balanza en un sentido y otro, es decir, que ya en 1923 se era consciente de la importancia numérica de los indecisos en política. Así lo manifestaba explícitamente el periódico socialista: ante las citas electorales siempre había una legión de indecisos. Es más, el mismo día de las votaciones había muchos ciudadanos que no tenían aún decidido el voto, y la inclinación hacia un lado u otro dependía de circunstancias fortuitas, accidentales.

Los socialistas no consideraban, a pesar de lo que estamos viendo hasta ahora, que los indecisos fueran malos, sino que estaban mal informados o carecían de información. Por eso era importante el trabajo de información, hecho a tiempo y bien. Y eso debía ser clave para los socialistas. Ante las elecciones de finales de abril de 1923 había que movilizarse. Todo era una cuestión de voluntad, porque luego sería tarde para lamentarse.

Apatía

La apatía sería una grave enfermedad tanto individual como colectiva. Un hombre apático sería una especie de “ente inútil”, un sujeto expuesto a todo tipo de vejámenes o injusticias. Pero si la colectividad era apática entonces estaríamos hablando de una “masa amorfa”, propicia para ser pasto de los más “groseros apetitos de minorías audaces y sin escrúpulos”.

En las filas socialistas no cabían los apáticos, los abúlicos ni los indiferentes porque el socialismo venía a ser una especie de milicia (es interesante observar que la palabra militante viene, como es sabido, precisamente de milicia), y una milicia disciplinada, activa y vigorosa.

Así pues, se recordaba desde las páginas de El Socialista en aquella primavera de hace cien años, que todo afiliado el Partido Socialista debía imponerse a sí mismo más deberes que derechos, y ser una especie de soldado de la causa, siempre dispuesto a acudir a cualquier llamamiento del Partido.

En la campaña electoral de abril de 1923, los socialistas hacían un llamamiento imperativo a todos los que con él simpatizaban para que nadie ahorrase su esfuerzo. Hasta el día de las elecciones la principal no, la única preocupación, debía ser “la conquista de los apáticos, la incorporación de los reacios, centralizando todos los esfuerzos”.


Las Elecciones generales de España de 1923 fueron convocadas para el 29 de abril de 1923 y celebradas bajo el sufragio universal masculino. Fueron las últimas elecciones a Cortes Generales convocadas en la Restauración borbónica y, por lo tanto, dentro del sistema de turnos de partidos dinásticos implantado con la Constitución española de 1876, carta magna que sería suspendida en septiembre de ese mismo año por el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera. Como ocurrió en todas las elecciones celebradas durante la Restauración borbónica en España el gobierno que las convocó —en este caso presidido por el liberal Manuel García Prieto— fue el que las ganó.

El resultado estuvo determinado de antemano («encasillado») gracias al sistemático fraude electoral realizado mediante la red caciquil extendida por todo el territorio. En el régimen político de la Restauración los gobiernos cambiaban antes de las elecciones y no después como sucedía en los regímenes parlamentarios (no fraudulentos). El PSOE consiguió 7 diputados sobre un total de 437.

Batallas electorales, indecisión y apatía: reflexiones de hace cien años