viernes. 26.04.2024
BlackPower
Viñeta de Rafa Maltés.

Existe un mínimo acuerdo general de que el racismo está asociado con la modernidad, así como que está vinculado con la expansión europea, la subsiguiente esclavización de africanos, el colonialismo y el imperialismo.

La mayoría de los historiadores está de acuerdo en que el racismo está ligado de manera intrínseca a la aparición histórica de los Estados-Nación; frecuentemente se cimientan sobre la base de conflictos anteriores y emergen en medio de la resistencia. 

Gunnar Myrdal describió el racismo, a principios del siglo XX, como un dilema americano originado en la contradicción entre la ideología de equidad de los Estados Unidos y sus prácticas de segregación racial y discriminación.

Siglo y medio después, el mismo dilema tuvo un profundo eco en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y otras Formas de Intolerancia realizada en Durban, Sudáfrica, en agosto de 2001.

Hoy día seguimos viendo problemas similares de racismo en EEUU, por ejemplo, los recientes acontecimientos de abatimiento a tiros por la policía de jóvenes afroamericanos.

Se ha señalado asimismo el recrudecimiento del racismo en las sociedades europeas que ahora se focaliza en el inmigrante, el islamista o en algunos determinados extranjeros; en otras palabras: aquel que no habla nuestra lengua ni practica nuestros usos y costumbres ni tampoco se puede asimilar a la sociedad occidental porque se comporta de manera cruel e inhumana con sus congéneres.

Michel Foucault, en Genealogía del Racismo (1992), repasa la configuración histórica del Estado moderno a través de diversos filósofos y pensadores políticos del siglo XVIII y XIX.

Por influencia de las teorías darwinistas en las Ciencias Sociales, afirma Foucault, se produjo una estatalización de lo biológico y el Estado modificó el concepto de soberanía utilizado hasta el siglo XVIII.

Así el racismo se insertó como un nuevo mecanismo de poder del Estado, como una tecnología de poder con la prerrogativa de decidir sobre la vida del otro, en nombre de la soberanía.

Este desplazamiento del concepto de soberanía y la incorporación del racismo como elemento intrínseco de la estructura de poder del Estado, le llevan a afirmar que los estados más homicidas son también los más racistas.

Lo que diferencia a este autor de los demás es la afirmación de la ontología racista del Estado cualquiera que sea su naturaleza, socialista o capitalista, y que es la base filosófica y política de la constitución del Estado moderno la que posee un fuerte componente bio-racial, lo que él denomina “bío-poder”.

Ideología racista

La ideología racista es uno de los instrumentos más poderosos en los actos y las prácticas de los tipos de violencia que han derivado en genocidio. Para llevar a cabo un genocidio contra un grupo determinado por razones étnicas es imprescindible justificarlo con una ideología racista y considerar que “ese otro” es inferior, y que, por lo tanto, es un obstáculo para el desarrollo. Esta ideología empezó a calar en Occidente y en los últimos años se ha convertido en un problema social de primer orden.

La mirada hacia otro lado de Occidente ante el racismo ignoró su permanente latencia en nuestras sociedades con la falsa esperanza depositada en el poder de amortiguación de la multiculturalidad o de la interculturalidad. Esto ha conducido a la situación actual del racismo manifiesto y severo, expresado incluso en las redes sociales de todo el mundo, en especial contra el inmigrante pobre.

Así, en España, en los últimos informes realizados por el CIS-OBERAXE, parece evidente que en los inmigrantes no comunitarios se vuelca el racismo y la discriminación, si bien el requisito no parece que esté relacionado exclusivamente con la raza, ni con carecer de recursos económicos.

El énfasis para su aceptación reside en algunos aspectos culturales tales como, el nivel educativo, la tradición cristiana y la disponibilidad para adaptarse al modo de vida de España; así como para rechazarles el requisito sobresaliente es que no se adaptan a nuestras costumbres.

Los miedos de la población española encuestada son fundamentalmente prejuicios, tales como, delincuencia, la pertenencia a mafias, el ser violentos y conflictivos; siendo el mayor rechazo el que no se integran a nuestras costumbres, forman guetos, no cambian sus costumbres y formas de vida y, en menor medida, porque se asean poco y son maleducados.

Por tanto, el racismo y la xenofobia no son fenómenos nuevos, sino que, desde el siglo XIX, coexisten como una parte de la supremacía blanca y, en momentos de crisis económica y vacío de poder, reaparecen e irrumpen con fuerza, buscando siempre un enemigo público contra el que cargar todas las consecuencias de la crisis.


Por último, compartir esta reflexión de Miguel de Unamuno:

"El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”.

El porqué del racismo en el siglo XXI