jueves. 28.03.2024

viaje1Fernando González Ochoa, escritor, filósofo, diplomático, ciudadano de a pie, es menos reconocido de lo que debería en su tierra natal. En Colombia, como en muchos otros lugares del mundo, es difícil ser profeta siendo autóctono. Pero algunos ilustres le dedicaron grandes elogios. Por ejemplo, el premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente dijo “Leo siempre a Fernando González con delectación. Su obra es originalísima y del más desenfadado humorismo. Pero no es para todos. Caviar para la multitud, que dijo Shakespeare…”; y el tenaz y eximio Miguel de Unamuno afirmó “El libro colombiano, Viaje a Pie, me solaza algunas horas de vagar que logro en esta áspera lucha contra la más estúpida de las tiranías…”.

Conocí la obra de Fernando González en 2003, gracias a mi compañera de vida que me ilustró en esto como en muchas otras cosas. Me regaló uno de los mejores libros de viajes que conozco Viaje a pie, un manual campechano de filosofía. Un texto cuya lectura fue condenada por dos curas colombianos, el arzobispo de Medellín y el obispo de Manizales, bajo pecado mortal porque atentaba contra la fe y las buenas costumbres. Todavía hoy debe producir más de una llaga en algún que otro estrecho cerebro.

Página de su libro Viaje a pie en la que se recogen las condenas católicas por leerlo

viaje2Sus viajes siempre tenían un sentido aunque no tuvieran destino. Viajar a pie, pero no a ninguna parte, es uno de los placeres del ser humano que aquel caminante realizó durante sus casi sesenta y nueve años de existencia.

Estanislao Zuleta, otro ilustre colombiano, afirmaba, el 8 de marzo de 1930, en la revista Claridad “Hace un mes no quedaba ya en Medellín una sola persona aficionada a la literatura que no se hubiera leído este libro extraño y desvergonzado. (…) Los indios sedentarios de este estrecho valle, como nos llama Fernando González, recibíamos complacidos la burla descarada de este doctor aficionado a la filosofía, al amor y al buen estilo. Pero no hubo un solo periódico que se atreviera a elogiar la obra ni un literato o crítico capaz de analizarla en público. O era el temor de posibles anatemas, o envidias literarias, o desconcierto ante el tono de superioridad intelectual del libro”.

En la presentación de la segunda edición de aquel libro publicada en 1967 en Bogotá por Tercer Mundo, Gonzalo Arango, uno de sus más destacados discípulos, escribía “La vida no es un sueño, es un viaje: un viaje a pie. Y para viajar hay que estar despierto, ¿no? Despierte, pues, si quiere leer a Fernando González. Usted preguntará: ¿A dónde lleva este viaje? Yo digo: el hombre no tiene sino sus dos pies, su corazón, y un camino que no conduce a ninguna parte. Pero ante este libro la respuesta es muy simple: este viaje conduce a usted mismo. (…) En cierto sentido, este libro no es un libro como todos los libros; es un viaje como todos los viajes. Y los viajes no se explican: se hacen”.

Fernando González tiene una casa museo en Medellín, la Corporación Otraparte. En ella se pretende albergar “la búsqueda de respuesta a la urgencia de un pueblo (Latinoamérica, Colombia, Antioquia, Envigado) por mantener vivo el acicate hacia la superación de sus propias miserias, hacia la efloración de sus inmensas posibilidades”, un lugar donde “debe estar encendida, en silenciosa iluminación, una llama que es de todos, porque es del pueblo, necesitado hoy más que nunca de luz en la oscuridad”.

Portada del libro dedicado a la obra de Fernando González

viaje3En ese espacio de la cultura y el ocio habrá tenido lugar la presentación de esa última obra sobre el maestro en la que se acomete revelar “las múltiples miradas que convergen sobre un autor polémico y difícil de clasificar”. En palabras de los coordinadores del texto, Jorge Giraldo Ramírez y Efrén Giraldo, González “es un autor cuyo proceso de recepción resulta por lo menos singular. Entre sus entusiastas provenientes de la filosofía, existe la creencia de que su obra ha sido valorada solo desde el punto de vista literario, mientras que entre los que tienen interés en los valores estéticos de su escritura es un autor que solo ha interesado a los filósofos.”

Fernando González, el “brujo de Otraparte”, hizo su último viaje, aunque no fuese a pie, un dieciséis de febrero. Hoy, cincuenta y tres años después, era necesario recordarle y volver a mencionar lo que escribí cuando se cumplió el medio siglo de su marcha. Pero como dedicarle unas letras no es suficiente para saber de su obra, les sugiero que lo lean. Esta es una pequeña muestra de sus reflexiones para ilustrar su filosofía literaria, o su literatura filosófica:

El fin del hombre es dormirse en el Silencio. No se dirá “murió”, sino “lo recogió el Silencio”, y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio.

El fin de la vida es llegar a la muerte con el cuerpo consumido por la jornada y el alma como luna llena que se asoma.

A mis jóvenes les ofrezco la cultura. Los haré dueños de los métodos, de sí mismos. Sus personalidades serán sus instrumentos. Los honores les vendrán de dentro para afuera. En una palabra, serán cultos, dueños de todo, porque poseerán el método. Sus cuerpos y sentimientos les obedecerán como autómatas. Unos serán místicos, solitarios; otros serán conductores y podrán alegrarse y alegrar, entusiasmar y entristecer a los demás.

Viaje a pie