viernes. 26.04.2024

Pero existe un debate previo sobre el lugar de la inflación en el análisis macroeconómico. Como las opiniones de la ortodoxia se pueden leer en cualquiera de los grandes medios, aquí presentamos otras posiciones, a contracorriente del sentido neo-conservador de la vida.

Antes que los datos estadísticos, conviene señalar algunas polémicas en torno a la inflación: en su libro Ecuador: de “Banana Republic” a la No República, el economista y actual presidente de Ecuador, Rafael Correa, señala que el “énfasis en el control inflacionario produjo una confusión de medios con fines, puesto que la minimización de la inflación se convirtió en el objetivo prioritario e incluso excluyente de la política económica, postergando objetivos tales como crecimiento y generación de empleo, y muchas veces sacrificando estos últimos en función de la macroestabilización de precios”. La receta ortodoxa para atacar el aumento de precios es controlar la emisión de moneda, recortar el gasto público y enfriar la economía, produciendo recesión y afectando no sólo los ingresos de los trabajadores sino los puestos de trabajo.

Ya en los años 60, el economista argentino Enrique Silberstein –internacionalmente reconocido-señalaba otro aspecto de la lucha contra ‘el flagelo’ que no ha cambiado: “el ataque a la inflación va dirigido al incremento de los costos, o sea al aumento de salarios. Jamás se ha combatido la inflación diciendo que se debe al crecimiento de las ganancias… Nadie se ha preguntado si las ganancias tenían sentido y si eran económicas” (Silberstein, Enrique, Los ministros de Economía, 1965).

Por su parte, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, en una conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (12 y13/08/2012), acusó a los bancos y a los sectores financieros especulativos de ser responsables de crear una “paranoia de la inflación”, en un mundo desarrollado que sigue apostando a recetas de austeridad a partir de un “mal diagnóstico” (citado por A. Zaiat, Economía a contramano, 2012). De ahí que Stiglitz aconseje que “cuando nos dicen que la inflación es el impuesto más cruel, sospechemos, ya que sólo cuando es muy alta puede afectar el crecimiento de un país”; y añade, “la preocupación principal de los mercados financieros nunca han sido los pobres”.

Stiglitz también señalaba en una entrevista de ÁmbitoWeb (15-08-12) que “tener un análisis de cuáles son las causas de la inflación es absolutamente esencial para comprender qué hacer al respecto. La inflación no es un índice en sí mismo. De lo que realmente tenemos que preocuparnos es acerca de las consecuencias de la inflación. El foco debe ser mirar qué está pasando con el crecimiento, con la distribución de ingresos y con la pobreza.”

GENESIS Y CALVARIO

Por supuesto, también es motivo de polémica cuál es el origen de la inflación. En opinión de Carlos Heller, presidente del banco cooperativo Credicoop y diputado de izquierda, “el diagnóstico de los orígenes de la inflación excede ampliamente el ámbito económico, ya que la adopción de una u otra explicación revela ideologías y políticas bien definidas”. De la misma manera, el pensamiento heterodoxo destaca que la inflación no es una mera cuestión técnica y que cada medida sugerida tiene su impacto social y, por lo tanto, es política (A. Zaiat, op.cit.)

En septiembre de 2012, al anunciar el incremento de las asignaciones familiares y de la Asignación Universal por Hijo que supuso una inyección adicional a la economía de 5.200 millones de pesos anuales, la presidenta Cristina Fernández señaló que “hemos visto en años anteriores que frente al aumento de las asignaciones familiares comenzó un movimiento con los precios de los alimentos, las bebidas, la ropa y el calzado, que son los cuatro sectores de mayor consumo de los sectores más vulnerables”. En ese sentido, la mandataria interpeló a los empresarios manifestando que “habida cuenta de que han cerrado todos los convenios colectivos de trabajo no traten de hacer lo que siempre pasa”. Como se señalaba entonces en Página 12 (23/09/2012), “alejándose de la prédica ortodoxa que identifica a la inflación como un ‘exceso’ de demanda en el juego de ‘libre mercado’, la presidenta apuntó al papel de los formadores de precios”.

Es lo que Heller explica insistentemente en términos de “puja distributiva”: “La inflación se produce porque al mejorar su situación relativa y al tener una enorme demanda insatisfecha, los sectores de bajos recursos (que no son sectores ahorradores) se vuelcan al consumo. Para reapropiarse de esa distribución primaria que en general hace el Estado a través de los planes sociales o a través de las paritarias o de todo el proceso de redistribución del ingreso que se intenta, quienes abastecen los productos suben los precios. (…) Se trata de una pelea entre los grupos de la economía concentrada, unas 300 empresas que son las formadoras de precios en la Argentina que por vía del aumento se reapropian de las mejoras que consigue el resto de la sociedad. Los sectores concentrados de la economía darán dura batalla para no resignar posiciones en la distribución del ingreso, se oponen a los mecanismos distributivos indirectos provenientes de las políticas públicas con sus alertas continuos sobre el gasto público e intentan esterilizar los aumentos salariales vía aumento de los precios. Las corporaciones mediáticas acompañan estas vías de confrontación agitando el tema de la inflación y llamando a enfriar la economía y contraer el consumo”.

Por su parte, el economista Andrés Asiain (Página 12, 23/09/2012) en su investigación “Precios internacionales, alimentos e inflación”, pone el foco sobre el impulso inflacionario derivado de los incrementos en los precios internacionales de las materias primas: las variaciones en el precio de alimentos y bebidas (el rubro que impulsa la suba del índice general) acompañan la evolución tendencial de los precios de exportación de la soja, el trigo y el maíz que son insumos en la elaboración de alimentos destinados al mercado interno (harina, fideos, polenta, engorde de pollos, entre otros). Además, estos cultivos de exportación compiten por la tierra con la ganadería y otras producciones como el arroz y el algodón.

Según este economista, el alza en el precio de los alimentos se transmite “al resto de la economía por el ajuste de los demás precios y servicios por parte de quienes buscan mantener sus ingresos sectoriales”. Y la canalización de los (ingentes) excedentes agropecuarios hacia inversiones inmobiliarias en sectores suburbanos determina que las producciones hortícolas vean incrementados sus costes de arriendo de tierras o sean desplazadas a lugares más alejados de los centros de consumo, con los consiguientes incrementos de los costes de transporte.

En el mismo sentido, el economista y periodista heterodoxo Zaiat señala una cuestión estructural de la economía argentina, que incide en el aumento de los precios internos: “Argentina tiene como principales bienes de exportaciones los mismos bienes de consumo interno (alimentos) y tiene mercados de oligopolios. Los precios registraron un ineludible sendero al alza sólo amortiguado en parte por la intervención del Estado, a veces en forma efectiva y otras no, vía retenciones a las exportaciones, subsidios al transporte público y por acuerdo de precios con las compañías de sectores sensibles, como servicios públicos privatizados y empresas con posición dominante en el mercado de bienes de la canasta básica” (op.cit).

Este autor explica que los gobiernos kirchneristas descartaron “la alternativa de utilizar el ancla cambiaria como política antiinflacionaria, privilegiando la estrategia de alentar la industrialización con un tipo de cambio competitivo. La política cambiaria mantuvo entonces una tensión estructural de base inflacionaria en la economía”.

Desde el punto de vista de las consecuencias, Heller señala que “las consecuencias sociales de los programas de enfriamiento de la economía sobre las clases populares siempre han sido mucho más graves que los efectos de la inflación. La inflación le quita poder de compra, pero el ajuste les quita el trabajo”.

El actual equipo de gobierno argentino ha repetido hasta el cansancio que considera que las metas prioritarias son de crecimiento económico con inclusión y no las de inflación que postula y practica la ortodoxia neo-conservadora. Ello no quiere decir que se reste importancia a este aspecto sino que, en el entender del gobierno, debe ser tomado en cuenta en relación a otras muchas variables y no como un valor per se y con carácter absoluto.

La inflación a debate