miércoles. 24.04.2024
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En 1789 los delegados presentes en la Asamblea Nacional francesa se posicionaron con respeto al peso que debía tener el veto del rey dentro de una nueva constitución. Los partidarios de darle al monarca un mayor protagonismo se colocaron a la derecha del presente, lugar ocupado tradicionalmente por quienes ostentaban mayores honores y privilegios. El resto se colocó a la izquierda. De ahí proviene una distinción política que permanece como una referencia orientativa pese a las geometrías variables y la transversalidad.

Con el primer grupo se asocian los valores de autoridad, conservadurismo, mantenimiento de orden y tradiciones religiosas o de cualquier otra índole. El segundo se caracterizaría por primar la igualdad y la solidaridad, así como el derecho de autodeterminación y la justicia social. Obviamente no se trata de acaparar estos u otros rasgos como si fueran una caricatura, porque se tratarían más bien de acentos o énfasis en sus respectivas prioridades.

Sin embargo, hay algo que suele caracterizar a progresistas y conservadores. A la izquierda le da por criticarlo todo y eso incluye muy en primer lugar a las fuerzas políticas de su predilección, con las que se muestra harto exigente, al punto de preferir no votarlas para no verse nuevamente defraudados. En cambio los conservadores cuentan con un voto menos volátil, que tiende a olvidar fácilmente los escándalos de sus partidos o a justificarlos como meras insidias y conspiraciones urdidas exprofeso.

Los conservadores cuentan con un voto menos volátil, que tiende a olvidar fácilmente los escándalos de sus partidos o a justificarlos como meras insidias y conspiraciones

Se cultiva el arte del olvido selectivo envuelto en frases memorables, como la del despido en diferido y nada es cierto salvo alguna cosa que sí lo es. El edificio de Génova ya no se vende, ni se recuerda porque prometieron hacerlo, no sea que pueda refrescar la memoria. Los medios utilizados para volatilizar cuanto documentaba la caja B administrada por Bárcenas y las conversaciones de Cospedal con Villarejo ahí están, pero no avergüenzan. Las ranas de la charca madrileña y los ex ministros de Aznar que han pasado por la cárcel o el propio Tamayazo tampoco. La lista de tamaños desaguisados es prácticamente interminable y su calibre ni siquiera se difumina con el consabido argumento del “tú más”.

Pero nada de todo eso importa, si te pones a calumniar infatigablemente al adversario político, que se junta con todo tipo de malas compañías, como los filoetarras y los independentistas, por no hablar del feminismo radical. Comparado con eso qué son las comisiones astronómicas e inexplicables autorizadas por el Ayuntamiento madrileño. De otras cosas más vale ni hablar, que Casado lo intentó y acabó fulminado por la paladina del neoliberalismo y aventajada discípula madrileña del trumpismo.

De la propia gestión poco suele hablarse. Dan más juego las promesas. Bajar los impuestos una y otra vez sin precisar dónde irían los consiguientes recortes presupuestarios. Proclamar sin desmayo que todo va estupendamente y que hacerlo mejor sería imposible. A la gente le gusta oír algo así, que le hace abrigar la Ilusión de poder prosperar, aunque no haya indicio alguno de tal cosa sea mínimamente viable con un discurso tan vacío y sin consecuencias positivas tangibles para la mayoría.

Dialogar y alcanzar consensos resulta muy complejo. En cambio pontificar y dinamitar los acuerdos es algo tremendamente simple, que no requiere mayor esfuerzo

La diferencia es que dialogar y alcanzar consensos resulta muy complejo. Por eso se inventó la democracia. En cambio pontificar y dinamitar los acuerdos es algo tremendamente simple, que no requiere mayor esfuerzo. Al optar por esta cómoda vía no hace falta conseguir votos que respalden tus propuestas. Basta con vetar las contrarias para no desmontarlas cuando haya ocasión. Da igual de lo que se trate. Se veta porque sí y sanseacabó. Dogmática e infaliblemente, como si fuera un edicto papal. Estar en posesión de verdades eternas tiene sus ventajas.

Exponer una nueva excusa para no renovar el CGPJ retrata muy a las claras al nuevo presidente popular. Poco le importa dejar malparado al poder judicial y dar la impresión de tener algún interés por no cambiar su actual composición, aun cuando ya lo demande la Unión Europea calificándolo de grave anomalía democrática. Son tantas las excusas acumuladas que seguramente incluso se contradigan mutuamente. Más poco puede importar eso a quienes frecuentan en sus discursos los hierros de madera. Lo sorprendente hubiera sido que Feijóo mantuviese su palabra, el muy cuco. Cuca Gamarra se desdijo en el mismo día, pero tiene costumbre. Pregúntenle por Pablo Casado.

Izquierda y derecha política, controversia e infalibilidad