martes. 19.03.2024

No hay atenuantes para el vergonzoso espectáculo dado los por residentes de un colegio madrileño desde sus ventanas. Cabe suponer que no estarían ebrios en sus cuartos. Algunos pretenden que no todos estaban al tanto del discurso proferido poco antes por un compañero. Este ha pagado el pato en solitario, cuando parece que la cosa viene de lejos. El ambiente de jolgorio agrava más los hechos. Es una extraña manera de divertirse.

Los Colegios Mayores madrileños fueron durante la Transición templos culturales donde se daban conferencias o proyectaban películas de arte y ensayo, no faltando tampoco las obras de teatro. Eran atractivos foros donde se discutía sobre todo lo divino y lo humano, incluyendo la política. Esto no quiere decir que cualquier tiempo pasado sea mejor. Tan sólo se constata que había un ambiente sociocultural con expectativas más halagüeñas respecto al futuro. Se había dejado atrás una dictadura militar y la democracia daba sus primeros pasos. Ahora el futuro se presenta con siniestros nubarrones en todos los frentes. El ánimo colectivo es menos optimista.

El exhibicionismo de unos epítetos obscenos dedicados a las estudiantes alojadas en la proximidad, recuerda más bien al ambiente que reinaba otrosí entre los quintos forzosos dentro de los cuarteles militares. Lo suyo sería que los Colegios Mayores fueran mixtos, pero esto requeriría filtrar previamente ciertas mentalidades, al margen del dinero que tenga la familia de los estudiantes y que no debería suponer una patente de corso para hacer o decir cuanto a uno se le antoje. Tampoco ayuda que no suelan reconocerse los propios errores y prosperen las mentiras reiteradas. El clima de polarización política tiende a exaltar los ánimos y a relativizar los desmanes.

Resulta escalofriante que algunas estudiantes hayan pretendido quitarle hierro al incidente, consolándose con que al menos no han violado a nadie. Se diría que consumir porno desde muy temprana edad arroja un extraño saldo sobre la vida sexual entre los jóvenes, imprimiendo a sus relaciones un trasfondo de violencia que se normaliza. Quizá esto explique parcialmente las violaciones en grupo y el que algunos jueces vinieran a simpatizar en su argumentario con la tristemente célebre manada.

Algo falla en la educación de ciertas elites cuando asistimos a una bochornosa coreografía que hace chanza con escabrosas perversidades

Del sutil e ingenioso piropo hemos pasado al improperio que banaliza la violencia y el odio hacia las mujeres. Resulta lamentable que los varones no se suiciden sino después de asesinar a “su” mujer. Podían despedirse del mundo un poco antes o pedir asistencia médica para superar sus frustraciones eróticas. Este tipo de violencia requiere un tratamiento específico, mal que les pese a los negacionistas de turno, porque sus patológicas motivaciones tienen un perfil de género muy determinado.

Por supuesto hay que mejorar el código penal para castigar esos escalofriantes asesinatos y esas espeluznantes violaciones, pero urge cambiar los patrones culturales que las fomentan. Algo falla en la educación de ciertas elites cuando asistimos a una bochornosa coreografía que hace chanza con escabrosas perversidades, tomando a la ligera cosas tan graves como el odio y la violencia. Esto puede calar en ciertos imaginarios y propiciar la transición de las palabras a los hechos. Las destinatarias de tan penoso trance no pueden disculparlo en modo alguno y caer en la trampa de que después de todo son bastante majos. No se juzga públicamente a nadie, sino una manifestación pública filmada y viral que parece indicar una preocupante psicopatología social.

La banalización del odio