miércoles. 17.04.2024
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La pandemia ha provocado una gran aceleración tecnológica, la mayor desde hace décadas, cuyos efectos aún no se han evaluado suficientemente. Por ejemplo, se ha puesto en evidencia que una parte importante de la población carece de competencias que le permitan relacionarse adecuadamente con la banca o con la propia administración. Como consecuencia, una gran cantidad de trámites y solicitudes de ayudas de los ciudadanos más desfavorecidos se quedan sin siquiera poder iniciar su curso, y eso contribuye al aumento imparable de las desigualdades.

España continúa sufriendo la ausencia de un modelo productivo que esté impulsado desde la innovación

En España eso se combina con nuestra posición de retraso en la I+D y la transferencia de tecnología, lo que también es contradictorio con que seamos un país con una buena posición en la publicación de artículos en revistas científicas. Aunque no deje de ser llamativo, los signos de que la innovación lleva tiempo lastrada por ese desequilibrio entre las publicaciones y la transferencia son abundantes. Es cierto que en la producción de artículos científicos hemos pasado a las primeras posiciones en el mundo, pero no podemos decir lo mismo del avance en los puestos que ocupamos en los resultados de la investigación que transferimos a la sociedad. Aunque sean importantes algunos de los esfuerzos que ahora se realizan en el marco del plan estratégico para la recuperación y transformación económica (PERTE), España, como hemos dicho, continúa sufriendo la ausencia de un modelo productivo que esté impulsado desde la innovación.

Teniendo en cuenta que la mayor parte de la I+D en nuestro país se hace en las universidades, parece evidente que la única manera de combatir nuestra posición en el vagón de cola de la innovación es afrontando un cambio profundo en el sistema universitario y en la organización de la investigación. Claro que, para jugar ese papel, hay que definir qué quiere suponer España en el ámbito de la innovación: por bien situados que estemos en las clasificaciones de publicaciones científicas, no deberíamos renunciar a convertirnos en una referencia internacional en torno a la transferencia de tecnología.

¿Qué consecuencias sobre todo esto han tenido las decisiones que se han tomado en los últimos años? Los recortes en las partidas de investigación, el burocratismo y el deterioro de la docencia y la reducción de la duración de los estudios que trajo el llamado proceso de Bolonia, han puesto a las universidades en un proceso de pérdida de influencia que hacía tiempo que no vivíamos. Al calor de los planes a la boloñesa han proliferado, además, nuevas universidades, muchas de ellas privadas, que en muchos casos han abierto sin preparación ni laboratorios ni bibliotecas de un cierto nivel, y que amenazan la función igualadora de la universidad desplazando el ascensor social desde el esfuerzo hacia el dinero.

En esa línea, España, cuyo presupuesto en I+D+i es de los más bajos de Europa, sería uno de los países de la UE más afectados por su miope política de innovación de los últimos años, y se sitúa a la cola en transferencia de tecnología a las empresas, con un tejido investigador e industrial débiles.

El recorte presupuestario de investigación y de educación se produce sobre todo con la crisis financiera y el gobierno del PP

De hecho, somos uno de los países del mundo desarrollado que menos ha invertido. En los primeros años de la democracia éramos un país con una gran ilusión puesta en la investigación y se hicieron buenas inversiones. Pero en particular en la última década hemos crecido menos que el resto de los países europeos. El recorte presupuestario de investigación y de educación se produce sobre todo con la austeridad de la crisis financiera y el gobierno del PP. Nuestro país, lastrado por su pasado, sigue sin superar una realidad de producción económica que se enfoca cada vez más a la de un país de servicios y dependiente de las terrazas de sol y playa. Es un hecho que en los últimos años no nos hemos distinguido por impulsar dos de los pilares más importantes para la modernización de la economía: la educación y la innovación. De modo que la desatención de muchos programas de investigación científica y la dispersión del talento que representa el éxodo significativo de investigadores jóvenes, son un retrato fiel de la situación actual.

La gestión de la I+D+i es un problema complejo en el que, además, influyen diferentes factores. Nuestro modelo de investigación se basa fundamentalmente en las ayudas mediante la consecución de proyectos en lo que se ha dado en llamar convocatorias competitivas, en las que los propios investigadores de los grupos más influyentes participan en el reparto de los fondos. 

Habría que contestar esta cuestión: ¿hasta qué punto este modelo abre una ventana de oportunidad en las políticas de fomento de la investigación en España? Los resultados indican que no necesariamente. El primer motivo ya lo acabamos de exponer en el final del párrafo anterior. Estas políticas no solo no van a cambiar las tendencias actuales, sino que, de una manera cada vez más restrictiva, seguirían reforzándolas.

Por todo ello, resulta cuando menos sorprendente, y aún más incomprensible, que se desincentive la labor de muchos grupos de investigación que carecen de la financiación necesaria para llevar a cabo sus proyectos. Parece claro que es necesario articular un nuevo proyecto de futuro. Hay que diseñar un modelo de financiación con una mayor inversión que garantice los fondos públicos necesarios para permitir un desempeño digno de las actividades de docencia e investigación por parte de toda la comunidad universitaria. Si consideramos que ambas funciones son actividades esenciales, hay que involucrar a todos los profesores universitarios en el proceso, de modo que tiene que haber mecanismos básicos de financiación, con sistemas de evaluación adecuados, capaces de atender a las necesidades de personal y a las infraestructuras necesarias, y que no dependan de los fondos de un proyecto en particular de las citadas convocatorias competitivas.

Esta mención que hacemos a la universidad es bien necesaria, en primer lugar porque es esta la que lidera la investigación en nuestro país, pero también porque es la universidad la que tiene que encabezar el debate de las ideas, incluyendo cuestiones como por ejemplo el aumento de tiempo en línea que se ha producido en los últimos tiempos o los problemas de los más desfavorecidos para comunicarse digitalmente con la administración. Sin olvidar que no es posible el progreso de un país sin una universidad que forme buenos científicos, filólogos, médicos o matemáticos.

No es posible el progreso de un país sin una universidad que forme buenos científicos, filólogos, médicos o matemáticos

Paralelamente, la aprobación de la reforma laboral en los últimos tiempos ha demostrado otra vez el alcance inevitable de la política. Y en esta ocasión, tampoco los sindicatos se han alineado con la conferencia de rectores, demostrando que sus intereses no tienen por qué ser los mismos. Es natural que así ocurra: la precariedad laboral abunda en los contratos de los investigadores jóvenes, y no tan jóvenes.

En este episodio, sin duda importante, se advierte una vez más cómo determinadas iniciativas pueden servir, contrariamente a los posicionamientos de algunos, para reforzar las condiciones de los más débiles en el mundo laboral. En estos días, ya no se escuchan las mismas ocurrencias (en su momento recibió críticas y hubo voces contrarias). Hoy se percibe como una garantía de mayores derechos laborales, también dentro de la universidad.

Gaspar Llamazares y Miguel Souto Bayarri


La Universidad como laboratorio de una economía innovadora