viernes. 26.04.2024

Es sabido que de vez en cuando, la vida nos da toques para que reajustemos nuestro “software” y actualicemos la versión en uso según las últimas prestaciones. Hoy, mientras terminaba un espléndido paseo por la montaña, esta actualización hacia la sensatez, el rigor, la moderación y la mínima profesionalidad exigible a alguien que publica en un medio de comunicación, ha tomado la forma de una amable llamada de mi editor para que “repensara” un poco mi última colaboración. Nada de censura ni nada parecido, no: sólo un toque de atención para que yo fuera consciente de que mi última colaboración se había deslizado fuera de lo que se espera de un colaborador responsable y consciente de su papel. 

Esa llamada, que agradezco mucho más de lo que él mismo es capaz de imaginar, me devuelve a un terreno que he visitado algunas veces y que, desde mi falta de formación como periodista, voy aprendiendo poco a poco y que hace referencia a la responsabilidad que tienen -tenemos, aunque sea de forma voluntarista y “amateur” - los que publican su opinión en un medio de comunicación. Un medio no es la barra de un bar, lugar donde ofrecer soluciones en “un pis pas” urbi et orbe, ni mucho menos: un medio de comunicación es un espacio en el que debemos aportar rigor, método, conocimiento, reflexión, capacidad de análisis y una enorme dosis de responsabilidad sobre lo que decimos. Ese, y no otra, es la enorme distancia que nos debe separar del exabrupto de taberna.

La situación que vive Ucrania es algo espantoso que nos moviliza lo más visceral de nuestras reacciones y es precisamente ese terreno, al que yo me he dejado llevar hasta equivocar completamente el mensaje anterior. Una cosa es intentar ser honesto consigo mismo; tratar, en un empeño imposible, de ser objetivo y tomar distancia sin lograrlo. Otra cosa, muy distinta, es utilizar el medio en el que escribimos para lanzar mensajes 100% equivocados.

Dicho esto, sobre Ucrania sólo me queda el desgarro, el horror y la admiración por aquellos que nos hacen ver la verdad de nuestra triste realidad si comparamos su generosidad y heroísmo con nuestra inmovilidad

Mi editor, hombre sensato, afable y muy consiente del papel social de su medio, me ha redirigido hacia algo de lo que ya he hablado y pedido a otros antes y que debo exigirme a mí mismo, ahora y en el futuro: ser consciente del privilegio de poder escribir libremente y hacerlo de forma responsable y asumiendo que es el lector el que da el último sentido a lo escrito, pero que ese sentido debe estar fijado y enfocado desde y hacia la sensatez.

Un conflicto internacional como el que estamos viviendo es un asunto de mil caras, millones de matices y aunque la simplificación nos tienta, la sensatez nos pide que busquemos la opinión de los que, de verdad, saben, aportan datos reales, ofrecen caminos alternativos y nos dan perspectivas que puedan enriquecer nuestra opinión. Acercarse desde lo emocional no aporta nada, pues ese terreno nos es común a todos y no ofrece base para construir futuro alguno.

Agradezco que mi editor se haya tomado la molestia de dirigir mis pasos hacia lo sensato y que siga dejando que yo le mande escritos. Sólo le pido que mantenga la vigilancia y que se asegure de que cumplo con lo que va constituyendo un cierto compromiso personal conmigo mismo: respetar, tratar de entender y ser honrado con mis propias ideas y compromisos éticos, asumiendo que no lo voy a conseguir jamás.

Dicho esto, sobre Ucrania sólo me queda el desgarro, el horror y la admiración por aquellos que nos hacen ver la verdad de nuestra triste realidad si comparamos su generosidad y heroísmo con nuestra inmovilidad. Muchos son los que han llegado hasta la frontera con Polonia para cargar coches y camionetas; otros han ofrecido sus casas y sus pueblos enteros para recibir refugiados con los brazos abiertos. Bien por ellos y que cunda el ejemplo. Ellos nos hacen mejores como especie, sin duda.

Un toque de sensatez