viernes. 29.03.2024

Contaba Baroja, creo que, en El Escuadrón del Brigante, que cuando el general Dupont llegó a Despeñaperros, impresionado por la contemplación del inmenso olivar, mandó formar a los veinte mil soldados de su ejército en posición de firmes y ordenó tocar La Marsellesa mientras lloraba de emoción, lo que no le impidió días después saquear Córdoba. Hace unos días he recorrido de nuevo las tierras de Jaén, una provincia no demasiado conocida que tiene algunas de las ciudades y paisajes más bellos del país. Siguiendo la ruta de Andrés de Vandelvirá estuve en Villacarrillo, Sabiote, Canena, Úbeda y Baeza.

No me detendré en pormenores que creo aportarían muy poco, pero no me queda más remedio que referirme a la belleza sobrenatural del valle del Guadalquivir contemplado desde el paseo Antonio Machado de Baeza. El primer día, una calima propia de finales de agosto impedía cualquier visión. No era algo normal, sino algo que tenía sobrecogidos a los habitantes del lugar, una densa capa de polvo naranja que hacía imposible ver nada que estuviese a más de cien metros. El Valle del Guadalquivir desde Úbeda o Baeza tiene unas dimensiones gigantescas limitadas por las sierras de Mágina y Cazorla, pero aquel aire del sur propio de climas desérticos anulaba la belleza e impedía a la imaginación discurrir con soltura. Ante el visitante, ante el nativo, estaba ocurriendo algo inaudito, una especie de presagio de un tiempo amenazador. Al tercer día, la calima desapareció y regresó abril sin lluvias. Fue como asistir al estreno de una obra en un teatro de proporciones inmensas, la calima hizo de telón que al alzarse nos dejó ver uno escenarios más bellos de Europa. Lo había visto otras veces tras las lluvias, lloviendo a mares, pero aun así, con la sequía persistente que estamos sufriendo, lucía un esplendor difícil de describir y superar. Sentarse al lado del busto de Antonio Machado y contemplar aquel espectáculo creado por el hombre y la naturaleza creo que es uno de actos más gratificantes que puede realizar un ser humano.

El olivo es un árbol que resiste como pocos la falta de agua y eso en Andalucía es recurrente desde que hay datos y se repite cada vez con más intensidad y crudeza

Ningún monocultivo es bueno porque hace depender a toda la población de la bondad o maldad del tiempo, de la tiranía de los fabricantes y distribuidores, pero en el caso de Jaén y de otras tierras andaluzas, el olivo tiene una justificación: Es un árbol que resiste como pocos la falta de agua y eso en Andalucía es recurrente desde que hay datos y se repite cada vez con más intensidad y crudeza. Sustituir el olivo por cualquier otro cultivo, además de ser un disparate económico y ecológico, daría lugar a la desertificación inmediata de miles de hectáreas y a la expulsión hacia otras tierras de muchos de sus habitantes. No hay, pues, cultivo que pueda sustituir al olivo, salvo las placas solares y los molinos eólicos, lo cual sería entregar Jaén y Andalucía entera a la fealdad y la pobreza más absolutas.

Sin embargo, pese a la resistencia del olivo y a la belleza insuperable del valle del Guadalquivir desde ese lugar al que acudía Don Antonio todas las tardes durante siete años de su vida, he podido comprobar in situ que el cambio climático y el uso irracional del agua está poniendo en serio riesgo tanto su supervivencia como la de de toda región. Más de treinta grados en marzo, ausencia total de lluvias, vientos cálidos persistentes y calimas en diciembre azotan a estas tierras sin descanso, cada año más, sin piedad, como si fuese la ofensiva planificada de un ejército de aridez dispuesto a eliminar con urgencia cualquier resquicio de vida verde. Caminas por los bancales antes frescos y húmedos durante la primavera, apenas una yerba, un espárrago, nada, salvo metros y metros de tubos para el riego por goteo de los olivos, esos que nunca se regaban, que se saciaban con las lluvias abundantes o escasas de cada ciclo. Desde hace años, desde que el cambio climático aceleró su ritmo destructivo, los agricultores de la zona decidieron, con la anuencia de las autoridades, implantar enormes redes de riego por goteo para salvar la producción en los periodos de sequía, para incrementarla en todo tiempo. No hay pantano que resista. Si antes los del Tranco, Negratín y la Bolera aguantaban varios años suministrando agua después de un periodo de lluvias, ahora se vacían en poco más de uno mientras la extensión del regadío sigue creciendo sin que nadie ponga coto a ese lento suicidio.

Moreno Bonilla, máximo responsable del cuidado de Doñana, se dispone a pasar a la historia como el hombre que dio muerte a uno de los espacios naturales más bellos y necesarios de Europa

Lo mismo que está sucediendo con los escasos recursos hídricos de Jaén, ocurre con los de Málaga desde que les dio por cultivar frutos tropicales como si estuviésemos en Costa Rica, y no, no estamos allí, en Málaga las temperaturas son mucho más altas y las precipitaciones mucho más bajas. Igual pasa en Doñana, donde por primera vez en siglos de existencia se han secado las grandes lagunas que dan vida al parque. El núcleo central de Doñana, el que constituye el Parque Nacional, tiene una superficie cercana a las 60.000 ha., mientras que el preparque asciende a las 70.000 y la UNESCO lleva años pidiendo que se protejan más de 200.000 para asegurar su supervivencia. A las urbanizaciones de Matalascañas y otras ciudades costeras, se ha sumado en las últimas tres décadas el cultivo de fresas y otros frutos rojos, que si en un principio se abastecían de los ríos Tinto, Odiel y Piedras, desde hace años lo hacen del acuífero de Doñana, espacio natural único que ha sido rodeado por miles de pozos para riego que han conseguido secarlo y amenazan por primera vez en la historia con convertirlo en un erial imposible para la vida y, por supuesto, para el turismo y la agricultura.

La Junta de Andalucía, a la que en 2006 se transfirieron las competencias absolutas en la gestión de Doñana, aprobó hace unos días la legalización de la extracción ilegal de aguas del Parque Nacional, aún a sabiendas de que está pasando por una situación de extrema gravedad. Despreciando la opinión de los científicos especializados, de la Comisión Europea, de la UNESCO y de la evidencia, Juan Manuel Moreno Bonilla, que así se llama el máximo responsable del cuidado de Doñana, se dispone a pasar a la historia como el hombre que dio muerte a uno de los espacios naturales más bellos y necesarios de Europa, de una reliquia natural de tal importancia que su destrucción sólo podría imaginarse en la cabeza del más desaprensivo de los hombres. Es de nuevo, el patriotismo de los que lloran ante las banderas y las imágenes, pero quedan impasibles al contemplar cómo viven los trabajadores que recogen la fresa y los arándanos, o como se destruye para siempre con su acción política uno de los lugares más bellos de la Patria.

Doñana como símbolo