viernes. 19.04.2024
maurizio landini
Maurizio Landini, secretario general de CGIL, en un acto contra el fascismo el pasado mes de enero. (Foto: Marco Merlini)

El sindicalismo de clase y el fascismo defienden posiciones políticas e ideológicas plenamente confrontadas. Así ha sido a lo largo de la historia y ahora nuevamente se vuelve a plantear. Mientras el sindicalismo de clase pretende defender los intereses colectivos de la clase trabajadora (donde debe englobarse a buena parte de las denominadas clases medias) el nuevo fascismo trata, como siempre ha hecho a lo largo de la historia, de confrontar unos sectores de la clase trabajadora con otros de la misma clase a los que responsabiliza de la negativa situación económica y social que padecen. El asalto a la sede de la CGIL en Roma por “escuadristas” fascistas es significativo, el sindicato defendía el control del Covid en las empresas, cumpliendo con su función de defender la seguridad laboral del conjunto de los trabajadores y esto le ha comportado el odio ultraderechista y negacionista.

La aparición en España del nuevo fascismo representado por VOX ha sido tardía pero ha venido para quedarse. A pesar de que sus políticos y dirigentes se presenten como portavoces de la antipolítica no son más que una expresión parasitaria de las élites económicas del poder. Son parte de las clases acomodadas que con el discurso de la antipolítica tratan de enmascarar sus orígenes y objetivos e intentan penetrar en los sectores más vulnerables de las clases trabajadoras, en las más desfavorecidas, aquellas en las que las condiciones de desigualdad social se han hecho más patentes y dónde se da una menor conciencia social puesto que se sienten y con razón socialmente abandonadas. Y lo hacen de manera farisaica intentando culpar de los problemas de estos sectores a otros sectores de la clase trabajadora a los que pretenden hacer responsables de manera falsaria. Así hemos visto cómo en muchos casos culpan a los emigrantes o incluso a las mujeres de quitarles los puestos de trabajo desviando así la responsabilidad del modelo económico imperante y de una clase empresarial que para su provecho económico provoca la existencia de la precariedad, el trabajo negro o la desigualdad social.

El fascismo trata de dividir a las clases populares y a la clase trabajadora presentando falsos enemigos

El fascismo trata fundamentalmente de dividir a las clases populares y a la clase trabajadora presentando falsos enemigos y enfrentamientos que enmascaren la realidad de un sistema de explotación clasista que provoca que los beneficios de unos salgan de la desigualdad, la precariedad y la pobreza de otros.

La confrontación entre el sindicalismo de clase y el fascismo es básicamente una confrontación entre los defensores de un modelo de sociedad más solidaria y menos desigual y el de los que defienden, como hacen los nuevos fascistas, una sociedad donde el individualismo y la falta de solidaridad fomentan  la desigualdad y la preeminencia de los más ricos.

En un momento de crisis y de cambios como el que estamos viviendo la confrontación entre ambos modelos será definitoria del rumbo de la sociedad. El sindicalismo de clase tiene que tener muy clara la lucha radical contra el deterioro de las expectativas de futuro del conjunto y de los sectores concretos de la clase trabajadora que suponga un incremento de la desigualdad que pueda comportar exclusión social. Una democracia con un alto nivel de desigualdad es una democracia en peligro, puesto que la desigualdad abre paso en la sociedad a las corrientes fascistas.

En un momento en el que se prevén cambios profundos, tecnológicos y productivos, derivados de las transiciones energética y digital el sindicalismo de clase deberá estar muy atento para que estos cambios se hagan de forma correcta y no afecten de forma negativa a sectores productivos que pongan en peligro el trabajo y las perspectivas vivenciales de sus trabajadores. Los cambios pueden servir para mejorar la sociedad lo cual tiene que comportar menor desigualdad y una mejora de las condiciones de vida de la gente con una mayor socialización colectiva que sirva para dignificar al conjunto de la sociedad. Porque los cambios si no se hacen de manera justa pueden poner en peligro a mucha gente rompiendo el contrato social, fomentando el individualismo y atizando un rescoldo de agravio que favorezca los intereses de la ultraderecha y el nuevo fascismo.

El sindicalismo de clase tiene que ser un referente para las políticas democráticas progresistas

Estamos ante un momento de profunda confrontación política y el sindicalismo de clase tiene un gran papel que jugar, el de ser un referente para las políticas democráticas progresistas. El sindicalismo debe ponerse en la cabecera de la lucha por un cambio justo que comporte resolver las situaciones de vulnerabilidad derivadas de la precariedad y el trabajo sumergido. Porque la vulnerabilidad podría llevar a sectores de la clase trabajadora a caer en manos del fascismo que representa posiciones contrarias a las de sus propios intereses.

El sindicato se tiene que cargar de razón organizando la clase trabajadora en toda su diversidad, creando conciencia de clase, de agregación de situaciones en defensa de un objetivo común de lucha contra la desigualdad y la discriminación. Y a la vez dejar al  descubierto la falsedad y el clasismo de los planteamientos de la extrema derecha.

El sindicalismo de clase tiene que orientar al conjunto de las fuerzas progresistas y de izquierdas en la lucha contra la desigualdad y por un trabajo digno como manera de crear una sociedad más cohesionada donde el valor del trabajo y de lo público sean referenciales. Las fuerzas progresistas han de tener muy clara la necesidad de cambiar el paradigma de la sociedad actual de individualismo neoliberal y excluyente,  y girar hacia el paradigma de una sociedad más justa, más igualitaria y dónde se contemple el papel del contrato social que significa la valoración del trabajo.

La alternativa opuesta es el populismo liberal conservador que abre las puertas al nuevo fascismo. Las políticas de austeridad han comportado un desequilibrio social en un modelo económico que solo ha valorado “maximizar el rendimiento del capital y sus beneficios”. Este sistema de individualismo radical donde la libertad se convierte en privilegio de unos pocos solo es posible abriendo el paso al radicalismo de la ultraderecha fascista que en lugar de la cohesión social potencia las diferenciaciones sociales y las políticas de odio social, el señalamiento de culpables que siempre son los sectores más débiles como los emigrantes, las mujeres o los pobres. Y para conseguirlo no dudan en utilizar la demagogia y la mentira que en la mayoría de los casos se contradicen con la realidad y las estadísticas. Todo ello envuelto en una defensa de los valores tradicionalistas y conservadores en lo cultural y ultraliberales en lo económico.

Es evidente que las opciones progresistas representan el futuro, mientras que las opciones ultraderechistas y neofascistas se refugian en un pasado inexistente y en la negación de todo proyecto de futuro. Lo vemos en su actuación en el negacionismo frente a la pandemia, en la negación de la realidad del cambio climático, en el rechazo a una emigración necesaria para el futuro de unas sociedades europeas envejecidas, en su reclusión en un nacionalismo rancio que se enfrenta a la propia realidad de futuro que es la Unión Europea, en su discriminación de los diferentes a quienes niega todos los derechos y en su rechazo al empoderamiento de las mujeres. El nuevo fascismo y la ultraderecha representan lo que siempre hemos conocido como la “REACCIÓN” en el sentido más peyorativo del término, como la negación de todas las opciones de futuro.

El sindicalismo de clase está en los antípodas de estas posiciones reaccionarias y por tanto tiene el deber de hacer un gran trabajo para detenerlas. Y por ello debe cumplir con su función sindical de unificar al conjunto de  la clase trabajadora en torno a sus objetivos de avances sociales. Cómo se cita en un párrafo del informe de gestión de Unai Sordo en el último Congreso de CCOO: “El sindicato como expresión organizada de la clase trabajadora, tiene la responsabilidad de hacer al conjunto de persones trabajadoras partícipes de su destino, aspirar a ser reflejo fiel de una clase fragmentada y atravesada por cuestiones de sexo, edad u origen, así como ser capaz de canalizar las problemáticas y anhelos de nuestra gente para ofrecer una salida de progreso.” Y haciendo su trabajo participar de manera imprescindible en la construcción de una salida social progresista.

(Foto: Marco Merlini) CGIL

Sindicalismo de clase frente al nuevo fascismo