viernes. 26.04.2024
casado sede pp

Aunque este breve artículo tiene como fin caracterizar el momento político español no puede obviarse que ningún país vive exento de las influencia externas, sea para bien o para mal, y el caso español no es una excepción. Las derechas occidentales, tanto en las democracias como en las dictaduras –sean más o menos duras- vivían instaladas en un cómodo pero farisaico terreno ideológico que era el neoliberalismo y que lo resumía muy bien un lema o aforismo que decía que “el problema era el Estado y la solución era el mercado”. Aprovechando dos subidas del petróleo (la de 1973 y la de 1979) y algún repunte inflacionista al fin consiguieron las derechas en el mundo occidental denostar el keynesianismo que se había concretado con el Plan Marshall y que guió la política económica desde el final de la II Guerra Mundial hasta los comienzos de los años 70 del siglo XX. Era desde luego un planteamiento farisaico porque los actores principales que debían implementar esa ideología neoliberal del solo mercado y que eran los propios empresarios, al menor problema, reclamaban la teta del Estado, reclamaban subvenciones y exenciones fiscales, aranceles, mayor seguridad jurídica para asegurar beneficios, etc. También pretendían –y lo consiguieron en gran medida- acabar con los mercados competitivos para consolidar mercados oligopolísticos. El FMI, El Banco Mundial, la OCM, no solo no lo impidieron sino que lo consolidaron. En el capitalismo desde esa segunda mitad de los años 70 hasta la Gran recesión comenzada en el 2018 vivía en esa dicotomía farisaica: por un lado reclamaban más mercado y más libertad para los negocios pero, contradictoriamente desde lo ideológico con esto, menos competitividad y más intervencionismo de lo público a favor de los negocios. Había pues un deseo de intervencionismo de, sobre todo, las multinacionales disfrazadas de un neoliberalismo de cátedra o, simplemente, de un neoliberalismo de pacotilla. Pero con la crisis comenzada en el 2018 esa dicotomía, ese divorcio entre lo que se predica para los demás y lo que se quiere para los intereses propios, salta por los aires y son los propios grandes empresarios y banqueros los que acuden a los centros de poder de sus países e internacionales rogando, suplicando ansiadamente ¡intervención! ¡Intervención! ¡Intervención! Y el covid19 ha supuesto el entierro del neoliberalismo desde los negocios, aunque sobrevive ideológicamente porque la derecha no tiene ideas, no tiene referentes intelectuales que pueden hacerlo sobrevivir. Hayek (1899-1992), Friedman (1912-2006) y la escuela austriaca eran su esperanza en la ideología de los negocios, pero el primero no ha aportado nada al análisis económico, Friedman ha dejado de ser una guía neoliberal si es que alguna vez lo fue y la escuela austriaca, potente en otros momento con Böhm von Bawerk (1851-1914), Von Mises (1881-1973) y otros, no aportan ahora soluciones a las derechas gobernantes ni alternativas a las que calientan en el banquillo.

Al menos la izquierda sí tiene referentes intelectuales o, al menos, ideológicas: el marxismo, aunque algo trasnochado, para los partidos a la izquierda de la socialdemocracia, y el keynesianismo –aunque pendiente de su actualización- para la socialdemocracia. Y para los auténticos liberales les queda los derechos civiles a pesar de su ceguera ideológica al apostar por la supremacía del mercado por encima de todos los derechos individuales y colectivos.

Todo esto influye en España pero de forma menguada por dos motivos: porque nuestra historia normalmente a contracorriente o a destiempo de la historia europea y por la indigencia ideológica de la derecha. El franquismo acabó con los posibles referentes ibéricos ideológicos de la derecha porque Antonio Cánovas del Castillo ya queda casi en la prehistoria y porque posibles referentes como Fraga –con posibilidades intelectuales- no rompieron nunca el cascarón franquista. Y así se presentaron a la democracia tras la Constitución del 78: la derecha de entonces y la de ahora –sus herederos- ni es liberal, ni es democrática, ni es europea. Mientras en otras partes se pretende llevar un hombre o mujer a Marte, la derecha española no ha salido aún de aquello de “Dios, patria y rey”.

No es que el mundo sea más de derechas, es que algunas derechas dominantes, otrora democráticas por conveniencia, han dejado de serlo

El problema para la democracia en España y fuera de ella es que la derecha ha abierto una posibilidad de llegar al poder y acabar con derechos civiles, colectivos y económicos sin sacar los tanques a la calle: simplemente con el BOE de cada país. Eso lo han descubierto y practicado con más o menos acierto e intensidad, Trump en USA, Bolsonaro en Brasil u Orbán en Hungría, por poner tres ejemplos significativos pero no únicos. Incluso el ex de USA está bajo sospecha por haber alentado el asalto a la Casa Blanca poco antes de que se celebraran las últimas elecciones presidenciales en USA y que llevaron a la presidencia al demócrata Joe Biden. No es que el mundo sea más de derechas, es que algunas derechas dominantes, otrora democráticas por conveniencia, han dejado de serlo. O al menos contemplan como posibilidad la liquidación de los valores de la democracia, el Estado de derecho y el Estado de bienestar con los boletines oficiales, con leyes, confundiendo democracia con meras elecciones.

En España todo esto tiene su peculiaridad. Más aún, tiene un sesgo acentuado de polarización entre izquierda y derecha. Pero para encuadrarlo podemos vamos a caracterizar la política española en 4 aspectos:

1.- El primero de ellos es la aparición en tiempos recientes de tres partidos que no existían con las legislaturas de Aznar o que no contaban con las de Zapatero: son la eclosión de Podemos, Ciudadanos y VOX, y que han roto –afortunadamente- el bipartidismo ventajoso para la derecha que representaban el PSOE y el PP. Ambos gobernaron cómodamente, bien mediante mayorías absolutas, bien con acuerdos con partidos de derechas nacionales catalanes y vascos (CIU, PNV). Y eso se ha roto en varios sentidos.

2.- Por fin y como novedad en la historia de España, las dos izquierdas de ámbito nacional como son el PSOE y Podemos se han unido para gobernar. Aunque haya sido con enormes y, a veces, gratuitas diferencias, han unido sus fuerzas sociológicas y parlamentarias, más ante el miedo a la alternativa que por convicción propia. La mengua del anticomunismo tradicional del PSOE y el baño de realidad de Podemos han hecho el milagro. Es de esperar que dure porque la alternativa es el PP de la mano de la extrema derecha y el acabamiento de la democracia. A partir de ahora lo que se juega en las elecciones –al menos en las generales- no es una alternativa sino el propio sistema democrático, sus valores, sus aparejados derechos civiles, salir de la precariedad de su Estado de bienestar y entrar en la modernidad con libertad para la creación cultural y con desarrollo tecnológico y científico autóctonos.

3.- El doble problema con que se ha encontrado el partido dominante de la derecha. Por un lado se ha pegado a su costado derecho un partido de extrema derecha, un partido cuyo fin último es acabar con la democracia, porque esta es incompatible con sus presupuestos ideológicos. Es un partido machista, xenófobo, antinacionalista y antiecológico. Igualdad de hechos y de derechos entre ambos sexos, la aceptación de la inmigración como algo natural aunque problemática a veces, la aceptación también en España de realidades nacionales dentro del Estado español y el dramático problema de que la actividad humana está atentando contra el planeta y, por tanto, contra los propio seres humanos, son realidades y problemas que han de abordarse con leyes que suponen molestias y costes. No se pueden obviar apelando al egoísmo natural y la búsqueda de privilegios de la mayor parte de los humanos. Son –somos- así: egoístas y deseosos de privilegios y eso ya, en el siglo XXI, es incompatible con nuestro futuro como especie. Y solo desde lo público, desde los derechos humanos y de los derechos de los seres vivos y no vivos, puede el planeta sobrevivir en este siglo. VOX recoge la involución hacia un planeta que ya no existe y unos presupuestos ideológicos en los que no cabemos ni siquiera una mayoría. Y el problema es que el PP, de la mano de Casado, en lugar de ver el problema no lo considera como tal. El PP quiere gobernar con VOX aceptando sus presupuestos ideológicos y eso es incompatible con la democracia, con cualquier democracia del siglo XXI.

El otro gran problema del PP es que ya no puede contar con los partidos de derechas nacionalistas actuales por su propia estulticia. Ha pensado que ir contra nacionalistas e independentistas vascos y catalanes le da suficientes votos compensatorios en el resto del territorio y eso no parece funcionar. El PP solo gobernó con mayoría absoluta en 8 años de los 43 de democracia. Y eso lo hizo sin recesión económica y con la izquierda siempre dividida.

4.- El último problema para la derecha es que la corrupción le pasó factura. No la suficiente para arruinar al PP como partido alternativo a la izquierda pero sí la suficiente como para perder el BOE. El PP siempre ha pensado que su corrupción, por grande que sea o lo parezca, no hace mella entre sus votantes; que a sus votantes solo les importa los casos de corrupción ajenos. Es posible que en breve a los votantes de derechas no les afecte tal hecho, pero de momento ha supuesto un problema que le costó el cargo a Mariano Rajoy. Y la corrupción de la derecha sigue y, como mínimo, va a seguir judicialmente.

Como vemos las dificultades son grandes para la izquierda, pero las esperanzas y las necesidades para posibles gobiernos de izquierda lo son más. Para cambiar las cosas se necesitan tres cosas: posibilidad, necesidad y voluntad. Las tres se aúnan en el tiempo presente en buena parte del planeta para iniciar un cambio. Veremos.

Implosión neoliberal y derechización de la derecha