martes. 19.03.2024
ursula von der layen
Úrsula von der Leyen.

La construcción de la Unión Europea ha transitado por diversas etapas. Un largo proceso de integración de los seis países fundadores de la CEE (Alemania, Francia, Italia y el Benelux) que se inicia con la firma del Tratado de Roma en el año 1957. No es hasta 1973 que después de años de negociación se integran Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca. En 1981 se produce la integración de Grecia y en 1986 con la integración de España y Portugal se cierra una primera etapa y se inicia el proceso hacia el Mercado único con los 12 países integrantes. Hasta ese momento los procesos de integración se negociaban durante muchos años a fin de establecer las condiciones que debían cumplir los países para homogeneizarse política y económicamente con la comunidad existente. Este proceso se completa en el año 1995 con tres países que por su desarrollo económico y político fueron fácilmente integrables, fue el caso de Austria, Suecia y Finlandia. En ese momento prácticamente toda la Europa Occidental formaba parte de la Unión Europea.

Las ampliaciones no deseadas hacia el Este han estado motivadas por intereses políticos

La segunda etapa se produce como consecuencia de la caída del Muro de Berlín y con el deseo de un país dominante como Alemania de incrementar su espacio económico y cubrir la caída soviética. Así se lleva a cabo un periodo de integración demasiado rápido y que no constata las deficiencias políticas democráticas y la propia situación económica de los países candidatos. La integración viene determinada previamente por la unificación e integración de la RDA dentro de la RFA pese a sus diferencias estructurales que persisten incluso en la actualidad. Lo mismo pero ampliado significó la inclusión en el año 2004 de 10 nuevos países: Chequia, Chipre, los 3 países bálticos, más Hungría, Malta, Polonia, Eslovenia y Eslovaquia. Posteriormente en el 2007 se incorporaron dos países aún más atrasados como Bulgaria y Rumania, y en 2013 entró Croacia una vez finalizados los efectos de la guerra en la antigua Yugoslavia. Finalmente, en 2020 Reino Unido abandonó la UE.

Estas ampliaciones no deseadas hacia el Este fueron motivadas por intereses políticos y fue una ampliación efectuada como a la fuerza, sin entusiasmo y con criterios de admisión más laxos. Se culminaron con graves dudas sobre la calidad democrática tanto política como económica de gran parte de los nuevos candidatos aceptados. Y todo ello sin variar la fórmula del sistema de acuerdos por unanimidad en las grandes cuestiones en el gobierno de la UE. Ya desde el primer momento se comenzó a hablar de la Europa de dos velocidades, que en parte se concretó con la Europa del Euro.

Desde el final del mandato de Jacques Delors en enero de 1995 la Unión Europea ha pasado por diversas fases con unos Presidentes de la Comisión Europea cada vez con menor calidad y prestigio para llevar a término su función dirigente, hasta llegar al nivel crítico de la actual Presidenta Von der Leyen. Así, con Presidencias cada vez de menor nivel van adquirieron un mayor papel los dirigentes de los países más importantes especialmente Alemania y en un segundo lugar Francia. En la última época fue la canciller Merkel la que para bien o mal llevó el timón de la UE, tanto en la negativa política de la crisis bancaria del 2008, el austericidio que pagaron en especial los países del sur, especialmente Grecia y también el nuestro, como también en la crisis de la “pandemia” con políticas mucho más equilibradas, federales y solidarias. A pesar de todo se fue desarrollando la idea de un “proyecto o modelo europeo” basado en el estado de derecho, la garantía de los derechos humanos, las instituciones de la democracia liberal y el “estado social europeo”. Este modelo es en parte contestado por los países más iliberales de la propia UE, el llamado grupo de Visegrado, compuesto por Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia  menos respetuosos del Estado de Derecho y más euroescépticos.

De golpe el “atlantismo”, plenamente agresivo y beligerante, ha resucitado

Pero ahora hemos entrado en un nuevo episodio derivado de la crisis provocada por la invasión rusa de Ucrania y al que se enfrenta una Comisión de poco nivel y con una falta de grandes dirigentes con capacidad en los principales países. Eso ha llevado a la UE, por primera vez en muchos años, a delegar la dirección del proceso en la OTAN, es decir en el “bloque atlántico” liderado por los Estados Unidos y su epígono británico con intereses geoestratégicos que no siempre coinciden con los de los países europeos. De golpe el “atlantismo”, plenamente agresivo y beligerante ha resucitado, y las posiciones más templadas partidarias de mantener líneas de negociación como las defendidas, muy levemente hemos de aclarar, de Francia, Alemania o Italia, se han visto superadas por las más partidarias de incrementar el conflicto y defendidas por los países anglosajones y por otros como Polonia y los países bálticos.

La UE se ha encontrado implicada de forma sustancial e indirectamente a través de Ucrania en un conflicto bélico con Rusia cuyos efectos y resultados aún están por ver en su totalidad. De momento los europeos se han plegado a las exigencias de la OTAN y de Estados Unidos al efectuar numerosos paquetes de sanciones económicas y ayuda armamentística a Ucrania que lo único que hacen prever es un alargamiento del conflicto bélico.

Cabe resaltar que este conflicto tiene un primer antecedente en el conflicto del Donbass que finalizó con la firma del acuerdo de Minsk entre Alemania, Francia, Rusia y Ucrania para el cese de hostilidades. Fue en el 2014 y 2015. Al  poco tiempo, y bajo la presión de los Estados Unidos, Ucrania se retiró del acuerdo y las hostilidades han continuado en la región con más de 14.000 muertos por ambos bandos.

El actual conflicto y la política de sanciones han tenido una especial repercusión económica negativa en el conjunto de la UE, cosa que no ha pasado en los EEUU. La crisis energética, y una inflación desbocada han asolado al conjunto de países con la incógnita de no saber lo que el conflicto puede llegar a durar. No hay duda que en las principales cancillerías europeas cada día se puede apreciar más un deseo de tratar de intentar lograr un alto el fuego antes del invierno, pero de momento nadie parece quererse salir de la disciplina atlántica impuesta por la OTAN. Y eso nos lleva a la pregunta básica ¿Son los intereses europeos equivalentes a los de los anglosajones en este tema? Por ahora parece difícil que nadie se salga del guion.

Esto ha llegado hasta el punto, esperpéntico sino fuera tan trágico, de que la UE para dar aliento a Ucrania la ha aceptado como candidata a formar parte de la comunidad europea. Nadie puede negar el fariseísmo que por unanimidad han acordado los 27 socios europeos. Nadie en su sano juicio, con la excepción puede de Úrsula Von der Leyen, puede pensar que Ucrania esté preparada y en condiciones de ser candidata a acceder a la Europa comunitaria. No sólo por su actual situación de conflicto bélico sino porque el país ucraniano está muy lejos de cumplir los requisitos mínimos para formar parte de la Comunidad Europea en temas políticos como sus índices de calidad democrática, como los derechos democráticos o la falta de derechos civiles; en el plano económico, su situación económica y su renta per cápita, la corrupción o la oligarquía, así como en el jurídico, es decir en casi todos los capítulos que comportan las condiciones mínimas que se deben cumplir para optar a la condición de socio comunitario.

La Unión Europea tiene un conflicto que resolver y debe definirse lo más rápidamente posible. Pretender mantener “un proyecto europeo” propio al que sin duda debe dotar de un proyecto de defensa militar propio y autónomo (lo que puede conseguir simplemente gastando la cantidad que invierte ahora cada uno de sus miembros pero de forma coordinada y conjunta) o ser un apéndice político, económico y militar de un renovado “proyecto atlántico” ya caduco bajo la dirección y hegemonía de los socios anglosajones (EEUU y Reino Unido).

Por último a nivel doméstico deberíamos preocuparnos por el giro atlantista y belicista del Presidente del Gobierno y de algunos de sus ministros como los de Exteriores o Defensa que parecen haber descubierto de golpe las bondades de la OTAN y la amenaza rusa. No es agradable comprobar como nuestro Presidente “bebe los vientos” de Biden en lugar de seguir una política más europea y negociadora como la que pretenden, a veces insinuar Macrón, Scholtz y Draghi. Y la política respecto a Marruecos y el Sáhara Occidental no es ajena a ello.

¿Quo Vadis Europa?