jueves. 25.04.2024

Imaginemos por un momento que nuestra historia no hubiera conocido la filosofía, entendida esta en su sentido más amplio, que responde a la propia etimología: el amor a la sabiduría. La curiosidad es la característica más fundamental del ser humano. El filósofo Emilio Lledó lo explica muy bien, cuando evoca los albores del filosofar con una maestría incomparable. La magia de su verbo nos hace viajar en el tiempo hacia esa época en que la filosofía daba sus primeros pasos. La Grecia clásica demostró que puedes expandir tus bienes culturales aun cuando te invadan militarmente, porque no dejamos de ser animales culturales o simbólicos, por decirlo con Cassirer.

Victoria Camps y Amelia Valcarcel pertenecen al Consejo de Estado. Su formación como filósofas morales las ha emplazado en ese órgano consultivo, como le parecía bien a Kant que se hiciera. Para el filósofo de Königsberg (esa ciudad prusiana en que hoy es un enclave militar de Rusia bajo el nombre de Kaliningtado) no es aconsejable que los filósofos gobiernen, porque a su juicio el ejercicio del poder perjudica la reflexión. Sin embargo, Kant entiende que la filosofía debe ocupar el ala izquierda del parlamento universitario, para someterlo todo a una crítica constructiva y que quienes detenten el poder deben verse asesorados por los filósofos para llevar a cabo sus reformas políticas, unas reformas que de no producirse darán paso a una u otra revolución más o menos cruenta.

¿Qué sería de nuestra cultura sin la filosofía? Puede que lleguemos a saberlo, dado el despreció que se la profesa por no tratarse de algo rentable a primera vista. Ciertamente será difícil que la filosofía pueda cotizar en bolsa, pero su rentabilidad es incomparablemente superior a la de cualquier activo financiero. No hay que verla como una disciplina controlada por un gremio. Su carácter transversal hace que sea imprescindible para cualquier tipo de formación desde la escuela hasta las universidades. 

Un desarrollo cultural sostenible requiere contar con la filosofía y la ética. Son la dieta mediterránea de nuestra salud mental

Como también dijo Kant, no se aprende filosofía, sino a filosofar. Esto quiere decir cribar la información para no asumirla sin más como si fuéramos robots a programar mediante algoritmos. Ejercitar el pensamiento y pensar por cuenta propia es lo que nos propicia la filosofía. No es poca cosa en tiempos de tanto dogmatismo negacionista. Inmunizadnos contra los eslóganes demagógicos de la propaganda política resulta fundamental. para tener una ciudadanía menos influenciable y que sea más participativa.

Como dice mi amigo Txetxu Ausin la filosofía no es útil, sino sencillamente imprescindible. Gracias a ella distinguimos entre medios y fines o podemos no confundir a las personas con cosas instrumentalizables. Las lecciones de la filosofía no están disponibles en internet y tienen que ser introyectadas en el fuero interno de cada cual, forjando nuestro carácter, ese talante moral sin el cual dejaríamos de ser lo que somos y perderíamos nuestra dignidad al no ejercer ninguna responsabilidad ética.

Que nuestros planes educativos tengan cada vez menos filosofía no es para nada una noticia positiva. Es más bien un signo de que las tinieblas pueden imponerse sobre la Ilustración y que no imperan precisamente unos valores cívicos postergados con respeto a otros intereses más cortoplacistas. Un desarrollo cultural sostenible requiere contar con la filosofía y la ética. Son la dieta mediterránea de nuestra salud mental.

Imaginemos un mundo sin filosofía