jueves. 25.04.2024
pedro-sanchez-y-pablo-iglesias-durante-la-firma-de-su-acuerdo-para-un-gobierno-de-coalicion

Cualquiera que haya seguido las últimas elecciones llegará a la conclusión de que nadie quería un gobierno de coalición PSOE-UP. Nadie, salvo Pablo Iglesias. Es paradójico que el único defensor del gobierno de coalición tuviera que dimitir y retirarse de la política un año después de alcanzar la vicepresidencia del Gobierno que él había promovido casi en solitario.    

El PSOE fue siempre contrario a la unión de las izquierdas porque en los tiempos del bipartidismo la alianza de la izquierda se juzgaba innecesaria para gobernar e inconveniente para ganar el centro. Formado en esa cultura, Pedro Sánchez accedió a formar el gobierno de coalición solo después de haber intentado todo lo demás, incluso la repetición de elecciones. Es decir, era eso o repetir y repetir elecciones hasta que la derecha ganara. 

Muchos personajes del PSOE mostraron su oposición a la coalición con UP, pero no tuvieron más remedio que resignarse ante la inviabilidad manifiesta de su preferencia: la gran coalición del PSOE y el PP. Pero no dejaron de expresar sus temores por el riesgo de que el PSOE se “podemizara” y se alejara del centro, que es, según ellos, donde se ganan las elecciones.

Tras dos años y medio de gobierno de coalición progresista hay que subrayar que no se han materializado los temores que algunos expresaban. El PSOE no se ha radicalizado, ni se ha “podemizado” y, salvo en asuntos de igualdad, no hay signo alguno de extremismo en la acción del gobierno. La coalición progresista sigue al pie de la letra la política económica que viene de Bruselas y está firmemente anclada a la OTAN. En materia social, UP se esfuerza en exhibir protagonismo, con razón, dicho sea de paso, pero no se ha hecho nada que no se corresponda a una saludable política socialdemócrata de toda la vida. La coalición no ha producido una radicalización del PSOE sino una fragmentación de UP. Tan es así que la tarea que Yolanda Díaz se ha propuesto es, precisamente, sumar, es decir, superar la fragmentación.

El gobierno de coalición, el gobierno que casi nadie quería, se ha tenido que enfrentar a una pandemia; a la crisis económica derivada de ella; a la guerra de Ucrania;  a la crisis energética y, ahora, a la amenaza de estanflación derivada de estas. Hemos tenido hasta una erupción volcánica. En definitiva ha tenido que enfrentarse a un piélago de calamidades. Y lo ha hecho razonablemente bien si comparamos con otros gobiernos de nuestro entorno.

Así, frente a la pandemia el gobierno de Sánchez lo ha hecho bastante mejor que Jonhson, Trump y adláteres y tan bien como los gobiernos más solventes de Europa, con resultados muy parecidos. En contraste, durante la pandemia las derechas han dado el cante. Vox sacando “las masas” a la calle Serrano. Casado votando a favor, en contra y abstención a las medidas del Gobierno, según el día. Y Ayuso boicoteando al Gobierno todo lo que podía, mientras sus familiares se forraban a cuenta de la importación de material sanitario. Pues qué bien. 

En materia energética, España y Portugal nos defendemos mejor que otros países europeos. Y así sucesivamente. No quiere decir que seamos la luz y guía de Europa. Lo que digo es que siendo, como somos, un país mediano, o si se prefiere mediocre, el gobierno que casi nadie quería ofrece resultados bastante razonables en casi todas las calamidades que se nos han vendido encima. Comparando con la derecha patria, en la crisis económica derivada de la pandemia el gobierno progresista lo ha hecho bastante mejor que el gobierno de Rajoy con su crisis bancaria. En términos generales, las encuestas muestran un apoyo mayoritario de las numerosas medidas que ha ido adoptando el Gobierno, de modo que la oposición recurre a  la exageración y a la hipérbole para descalificar al Gobierno.

Y sin embargo, los sondeos señalan un ascenso del PP y un retroceso del PSOE. Lo cual lleva a algunos líderes socialistas a señalar con el dedo a ERC y Bildu. La crítica de la oposición no se centra tanto en las medidas adoptadas sino en los aliados con los que salen adelante esas medidas. En concreto, acusan a Sánchez de hacer concesiones a los independentistas catalanes y vascos a cambio de su apoyo. Ciertamente, el gobierno progresista ha tenido que negociar con ERC y Bildu su apoyo para sacar adelante numerosas iniciativas legislativas, entre otras los Presupuestos. Pero habría que preguntarse si las concesiones (reales o supuestas) han ido en detrimento de la unidad de España.

Cualquiera que observe la política catalana apreciará que el independentismo está hoy más dividido que nunca; que como ha dicho Jordi Sánchez, la salida de Junts del Govern equivale a dar por finalizado el procés.Los gestos hacia los independentistas (principalmente los indultos) parece que se han traducido en que la amenaza de secesión se esfuma. Si juzgamos por los hechos, pactar con ERC ha sido algo bueno para la causa de la unidad de España y malo para la causa de la secesión. El problema es que el procés ha provocado una reacción nacionalista en España y una fuerte animadversión hacia el independentismo. Estoy convencido que sin el procés, Vox hoy no tendría los resultados que tiene. Mucha gente se ha sentido ofendida por los indepes de modo que todo lo que sea acordar con ellos, aunque sea bueno para el interés general, resulta muy impopular. Eso es lo que el PP ha detectado y hurga en esa herida. Es decir, el PP apela a los sentimientos y no a la razón política. 

Diez años después del fin del terrorismo etarra hay que estar muy desquiciado para afirmar que ETA está más fuerte que nunca o que ETA ha triunfado. Que yo sepa ETA era una organización terrorista cuyo objetivo principal era alcanzar la independencia del País Vasco. Hace diez años se disolvió sin haber alcanzado ni ese ni ningún otro objetivo, ni siquiera el más modesto de liberar a sus presos. ¡Pues vaya triunfo! Bildu puede considerarse una organización heredera de ETA, pero ya no es una organización terrorista. Más aún, Bildu hizo un servicio al Estado, presionando a ETA para que decidiera abandonar la lucha armada y se disolviera. ¿Por qué no se puede pactar con ellos?. Aquí  también juegan más los sentimientos que la razón política. Basta con decir que algunos líderes de Bildu son terroristas, en lugar de que lo fueron, para acusar a Sánchez de pactar con terroristas. Un pacto que, por otra parte, no tiene concesiones apreciables: los presos de ETA siguen cumpliendo sus penas, muchos de ellos en cárceles alejadas del País Vasco, a pesar de que una vez disuelta la banda terrorista, la política de dispersión de presos ha dejado de tener sentido.

La crisis del 2008 alumbró un nuevo panorama político, mucho más complejo e inestable que el tan denostado como añorado bipartidismo. Ahora para gobernar hay que hacer, en primer lugar, coaliciones de gobierno. Yo creo que la coalición progresista ha dado buenos resultados, tanto como para pasar de considerarla un mal necesario a un bien a perseguir. Pero no es suficiente. Hay que buscar otros apoyos puntuales para sacar adelante medidas decisivas. Importa, pues, que en lugar de quejarse y añorar los viejos buenos tiempos se explique  la naturaleza de esos apoyos si se quiere evitar el desgaste electoral que pueden traer. A ese respecto, me parece un error y una indecencia política las declaraciones de algunos líderes del PSOE que se quejan de esos apoyos porque, haciendo eso, contribuyen a la campaña de las derechas.

En todo caso, por muy bien que se hagan las cosas, es inevitable que haya gente descontenta seguramente porque las ayudas y los apoyos que reciben para pasar el trago no cubren sus expectativas. Es lo que algunos comentaristas llaman el invierno del descontento. Si a esto se añade una comunicación muy muy mejorable, el desgaste del Gobierno está servido. Limitar ese desgaste o incluso superarlo es la tarea que tiene por delante el PSOE y UP. 

El Gobierno que nadie quería