viernes. 26.04.2024
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Si resucitara Erasmo y para restablecer simetría con su “Elogio de la locura”, quisiera escribir un “Elogio del cinismo”, el primer texto que tendría que invocar sería el de Trump cuando afirmó: ”Podría ponerme en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería votantes.” Es la proclamación de la posverdad como elemento sustantivo de una vida pública sometida a un sentido común tendencioso y represivo. Como escribe Hannah Arendt, la mentira es una acción que forma parte de la libertad humana, siendo su variante totalitaria la pérdida de aquello que nos hace distinguirla de la verdad. Por ello, algunos movimientos prosperan gracias a la destrucción de la realidad, pues evocan un mundo falso, pero consistente, más adecuado desde la posverdad a las necesidades de la gente que la realidad misma.

Alberto Núñez Feijóo es un producto de una ingeniería político-social dolosa y posdemocrática encargada de destruir la realidad para imponer a la ciudadanía esa España intransigente, carpetovetónica de buenos y malos españoles; de la unidad de mando y diversidad de funciones en lugar de la independencia de los poderes del Estado; del genocidio social mediante el abandono de las clases populares, de sus intereses y carencias; del hundimiento del mundo del trabajo; del vaciamiento conceptual e ideológico del Estado de las autonomías y todo cuanto abunda en los déficits democráticos. El moderantismo del PP y el liderazgo de Feijóo son productos de una inmoral posverdad, arropados por los grupos mediáticos sumisos al conservadurismo y los poderes fácticos. La estrategia se sustancia en que el líder del PP dispare a los peatones en medio de la Gran Vía con absoluta moderación.

El efecto Andalucía, que tanta euforia ha producido en el Partido Popular, no hubiera sido posible sin el PSOE-A.  Decía Ortega y Gasset que la fortaleza del autoritarismo radicaba en algo ajero a él: la debilidad del antagonista. Susana Díaz Pacheco y sus estrategias de “yo o el caos”, la permanente confrontación cainita, han contribuido más al triunfo de la derecha en el sur que el mismo Juanma Moreno, quien recogió los destrozos al PSOE de Díaz a beneficio de inventario.

El uso verborrágico canallesco está siendo la vanguardia dialéctica de lo que puede ser una praxis letal para la democracia. Cuando Feijóo y la nomenclatura popular afirman que el presidente del Gobierno negocia con terroristas, refiriéndose a Bildu, o con golpistas, señalando a los nacionalistas catalanes o el hecho de mencionar como comunistas a los miembros de Podemos –las viejas fantasmagorías conspiratorias del franquismo-, están resituando el debate político en los ámbitos guerracivilistas donde el adversario se convierte en enemigo bajo una confrontación estructural donde sólo puede haber vencedores y vencidos. Es en ese momento cuando la política desaparece y también la democracia, puesto que los vencidos deben ser también culpables.

Feijóo, como el escorpión que cruza el río montado en la rana, no puede evitar su naturaleza

En este contexto, la uniformidad se convierte en una exigencia y las alternativas un desviación sediciosa, lo cual es el resultado de un fenómeno, en este momento histórico, únicamente explicable a partir de los cuarenta años de patología españolista. Y como afirmaba Max Gallo en una coyuntura contenciosa de la vida pública francesa, no es lo mismo operar en la realidad con la idea de una Francia de De Gaulle que con una Francia de Pétain. De igual modo no es lo mismo operar con la idea de una España azañista que con la de una España franquista.

Feijóo no va a cambiar de ideología y la suya, como siempre, va a procurar el risorgimento del españolismo del caudillaje trufado de sectarismo cainita que sustantivamente se fundamenta en una suplantación de la propia nación. Y es que una nación adquiere la fantasmagoría de la inexistencia cuando todo aquello que pudiera constituirla está exiliado, exilio intelectual y psicológico que es el peor de todos. Aquellos que gritaban “vivan las cadenas” y arrastraron con sus brazos la carroza de Fernando VII eran víctimas de esa inexistencia de la nación suplantada por déspotas, prejuicios y supercherías que pasaban por la esencia de lo español. Siempre habrá un país inexistente mientras que lo defina y represente, en palabras de Azorín, una turba de negociantes discurseadores y cínicos. Feijóo, como el escorpión que cruza el río montado en la rana, no puede evitar su naturaleza.

Feijóo, la gran mentira