sábado. 27.04.2024

La célebre frase de James Carville sirvió a los demócratas de Clinton para centrar su campaña de las presidenciales estadounidenses de 1992 en lo realmente decisivo. Y puede servirnos también de referencia a los progresistas españoles para afrontar los desafíos de este 2023. Porque ahí está el reto fundamental, en la desigualdad.

La estimulante conversación que Emmanuel Macron y Javier Cercas mantuvieron hace escasas fechas en las páginas de El País señaló como gran preocupación del momento al auge de lo que ambos denominaron como “nacionalpopulismo”.

Del atropello al Capitolio en Washington a las hordas golpistas de Brasilia, pasando por el remedo del Pustch alemán y los abusos iliberales del régimen húngaro, los asaltos a la democracia se multiplican en cantidad y gravedad a ojos vista.

En España, el discurso de la falsa ilegitimidad del gobierno democrático y los llamamientos a la defensa de la nación supuestamente en peligro, llegan cada día más diáfanos y desinhibidos desde la ultraderecha y desde parte de la otrora derecha constitucional, como es el caso de la presidenta de la comunidad madrileña.

El discurso de Pedro Sánchez en Davos ante las élites económicas del mundo ha sido un aldabonazo para llamar la atención sobre los peligros de esta deriva nacionalpopulista, sus raíces y las mejores estrategias para afrontarlos. En la mencionada conversación de El País, Macron y Cercas establecían asimismo un paralelismo acertado y matizado con el proceso destructivo que sufrió Europa en los años 20 y 30 del siglo XX, tras otra ola de nacionalismo populista, demagógico y liberticida.

El informe presentado por Oxfam en el contexto de los debates de Davos señaló a las graves y crecientes desigualdades a escala global como el primero de los problemas a afrontar por la dirigencia política y económica. Y es que ahí está la clave, para la explicación y para la solución de buena parte de los problemas que alimentan la retórica de los abascales, los ayusos y compañía.

Las causas tras el auge nacionalpopulista son muchas y diversas, como también ocurrió respecto a los estallidos fascistas de hace un siglo. La globalización factual amenaza algunas identidades nacionales, generando inseguridad e incertidumbre. La insatisfacción, la impaciencia y la frustración crecen respecto a las limitaciones de las democracias liberales. Las migraciones alimentan los recelos de los penúltimos respecto a los últimos.

El mundo rural contempla como agresiones algunas de las medidas de orden ambiental o de protección animal que el mundo urbano entiende como progresistas y civilizadoras. Las transiciones ecológicas y digitales ocasionan daños colaterales no siempre bien resueltos, al tiempo que abren nuevas brechas. Muchos jóvenes se ven a la vez tentados y frustrados en la sociedad que alienta el consumo masivo. La emancipación de la mujer quiebra cimientos tan injustos como milenarios en las relaciones familiares y de pareja…

Causas, amenazas y detonantes más o menos oportunistas hay muchos. Pero es preciso identificar el combustible que ayuda a prender y multiplicar las llamas, la gasolina imprescindible para generar y extender los incendios nacionalpopulistas. Y ese combustible no es otro que el aumento de las desigualdades.

Solo hay un remedio. Acción global con espacios públicos más integrados. Regulación valiente y justa del mercado ciego, también a escala supranacional

La publicación del Informe Oxfam denunciando las desigualdades crecientes coincidía con el discurso de Pedro Sánchez en Davos, alertando del peligro que tal aumento conlleva y conllevará para la vigencia de la democracia y nuestras libertades.

Sánchez habló de la multiplicación de beneficios empresariales y de la elusión fiscal, en paralelo con los costes sociales de la inflación, los bajos salarios, los recortes en algunas políticas públicas, la exclusión social subsiguiente… Macron aludía en paralelo en El País a la transformación sustancial producida en el seno de la economía de mercado, al pasar del capitalismo industrial al capitalismo financiero, más especulativo, desregulador y socialmente ciego.

Entre otros datos elocuentes, Oxfam informó de que al tiempo que 800 millones de seres humanos pasaron hambre cada día del año 2022, las empresas energéticas repartieron más de 257 mil millones de dólares en dividendos. Respecto a nuestro país, demostró que, pese a todas las medidas sociales de este gobierno, el salario promedio en 2022 empobreció a los trabajadores en un 4% respecto al año 2008. Y en este contexto, más de la mitad de los multimillonarios mantienen sus fortunas en paraísos fiscales…

“Esto hay que arreglarlo, ahora”, reclamó Pedro Sánchez ante las élites económicas en Davos. La evolución de las desigualdades supone un caldo de cultivo demasiado propicio para los movimientos nacionalpopulistas y sus amenazas sobre nuestra convivencia democrática.

Solo hay un remedio. Acción global con espacios públicos más integrados. Regulación valiente y justa del mercado ciego, también a escala supranacional. Y #TaxTheRich, fiscalidad potente y progresiva con la que financiar políticas públicas y hacer frente a las desigualdades y a las transiciones estructurales que aseguren progreso justo y sostenible, para hoy y para mañana.

Luchar contra las desigualdades es el único modo eficaz de frenar a los Trump, Bolsonaros, Le Pen, Orban y Ayusos del mundo.

Tengámoslo en cuenta también para la conversación que se inicia este año a propósito de las elecciones en España.

Es la desigualdad, estúpido