sábado. 20.04.2024

Están todos los periodistas a sueldo -material o ideológico- de las derechas, revueltos y desesperados ante los avances que, sorteando obstáculos, va logrando el Gobierno de coalición para la política económica, social, cultural y de derechos a favor de España. Los Inda, los Marhuenda, las San Sebastián, los Negre, y toda una tropa de estómagos agradecidos y de cerebros retorcidos, se dedican a redoblar sus esfuerzos en las líneas que les marcan desde el PP y Vox, tratando a toda costa deslegitimar al Gobierno.

Y todo ello, a base de dialogar y negociar con un conjunto de nueve grupos, que junto con el Partido Socialista representan los votos de doce millones y medio de ciudadanos

Y por desgracia, Feijóo ha optado por practicar el seguidismo a Ayuso, y andan ambos, y todo el equipo de seguidores, afanados en mantener una línea que abarca desde el negacionismo de QAnon y Trump hasta la nostalgia por el nacionalismo español cada vez más cercano a las épocas del dictador.

Alberto Núñez Feijóo está actuando a la desesperada, tratando de salir de algún modo en la ratonera en la que él solo se ha metido. Lo malo es que la realidad es tozuda, y él se encuentra con dos graves problemas.

Uno es que tiene enfrente al Gobierno más frágil de la Democracia que, en tres años, ha logrado sacar adelante 174 normas legislativas (entre ellas tres presupuestos generales) que están modificando en profundidad las raíces de la política económica, social, educativa, cultural, y de derechos individuales y colectivos. Y todo ello, a base de dialogar y negociar con un conjunto de nueve grupos, que junto con el Partido Socialista representan los votos de doce millones y medio de ciudadanos.

Otro es que él se encuentra en la más aterradora soledad, y que suma la representación de dos millones de votos menos, contando con un grupo como Ciudadanos al que prácticamente ha fagocitado, y teniendo que apoyarse de modo vergonzante y agónico en la extrema derecha más cerril de cuantas pululan por el territorio europeo.

Esa situación le lleva a una estrategia muy peligrosa, empujado por el ansia y la necesidad de intentar una mayoría absoluta, para no tener que ser el caballo de Troya de la ultraderecha, metiéndola en el Gobierno, como ya ha tenido que hacer en algunas Comunidades Autónomas. Una desesperada estrategia que camina sobre dos carriles: el de disputar el espacio a la ultraderecha, haciendo apuestas por opciones que creo sinceramente que ni él mismo hubiera imaginado nunca; y el segundo carril, el intento de deslegitimar al Gobierno a toda costa, y de obstaculizar como sea el funcionamiento del propio sistema democrático de nuestro país.

Mal camino el que ha elegido Feijóo. Y muy peligroso, porque lo condena a engancharse a la ultraderecha como obligado plan B

Para la propaganda de deslegitimar al Gobierno tiene que seguir la táctica cínica de Ayuso y sus asesores. Y simular que lo que son victorias parlamentarias, con leyes que benefician al común, especialmente al más desfavorecido, son intentos de instaurar una dictadura desde el propio Gobierno. Un intento falaz, cuando las medidas que está sacando el Gobierno son fruto de una negociación parlamentaria a nueve bandas, y salen adelante -democráticamente- con el respaldo último de dos millones de votos más que los que tienen quienes se oponen.

Y en esa táctica es cuando el propio Feijóo y su séquito están deslizándose descaradamente por el abismo de las posiciones negacionistas, estilo Trump, QAnon, Bolsonaro, y todo lo más despreciable que se mueve en el mundo político a nivel internacional. No en vano el equipo de Feijóo en el Parlamento Europeo se ha quedado sólo, o acompañado de la ultraderecha, en varias ocasiones, desgajándose del Grupo Popular al que está adscrito.

Mal camino el que ha elegido Feijóo. Y muy peligroso, porque lo condena a engancharse a la ultraderecha como obligado plan B. Cuando, si hubiera elegido el camino de proponer incluso algunos pactos de Estado, y no se hubiera empecinado en bloquear la renovación de instituciones constitucionales, podría estar moviéndose en campo abierto, y llegando a negociar incluso determinadas alternativas, como cualquier oposición civilizada.

Pero no. Feijóo ha elegido el camino imposible de Trump. Y ha terminado jugando un peligroso juego que lo ha puesto al borde de lo que objetivamente es un golpe que pretende paralizar el funcionamiento normal del Estado de Derecho. De las mil excusas que ha pretendido argumentar para justificar el bloqueo de la renovación del gobierno de los jueces, ninguna tiene que ver con impedimento alguno para cumplir sencilla y llanamente el mandato constitucional.

El grave error de Núñez Feijóo ha sido encerrarse en su propio laberinto, en su ansia personal de disputarle el terreno a Pedro Sánchez, sin reparar en gastos políticos y sin calcular los daños estratégicos que le puede producir a su propio partido, a la política y a las instituciones españolas. Y se ha dedicado a trocear España -que es lo mismo que romperla- tratando de convertirla en un campo de confrontación con las Comunidades donde él no tiene votos, precisamente en el momento de nuestra Historia en el que más diálogo -y más fructífero- se está produciendo entre el Estado y los Territorios.

Y se ha puesto de espaldas a la crisis mundial, actuando como si no existiera. Como si no existiera más que su propio empeño de ganar unas elecciones. Dando una imagen de un personaje egoísta y retrógrado, cuando podría haber proyectado un perfil de patriota que tiende la mano al Gobierno para afrontar la crisis, para ayudar al diálogo con los países con gobiernos más afines a su ideología. Es decir: que pudiendo haber elegido entre convertirse en un líder útil de la oposición, ha hecho la mala elección de aparecer preocupado día a día sólo con el consabido “¿qué hay de lo mío?”, mientras Europa trata de encontrar un camino común para afrontar una crisis larga, difícil y enormemente costosa.

Qué extraordinario hubiera sido ver a un Feijóo ennoblecido por unos objetivos verdaderamente patrióticos, y por una talla de hombre de Estado, dando en ese terreno, con lealtad parlamentaria y política, una batalla por liderar España con proyecto claro y constructivo, en lugar de verle a diario en una pugna cicatera, utilizando como armas la mentira, la descalificación, la falsificación de la realidad, y la falta más descarada de una alternativa para mejorar las condiciones de vida de los españoles. ¿Se imaginan ustedes lo fructífera que sería para todos una dialéctica política de esas características, en lugar de ver al que debería ser el líder de la oposición enfangado en una pelea construida a base de bulos y descalificaciones y sin un proyecto de país?

La desesperación errática de las derechas españolas