martes. 19.03.2024

Igual que hay un cine, una literatura, incluso un estilismo que se conoce como quinqui, también hay una forma de hacer política que encaja en la adjetivación que denota lo chabacano, lo exagerado y lo inconsecuente. Sin menospreciar a nadie, que el cine quinqui ha aportado perlas culturales como el Deprisa, deprisa de Saura o la serie El Pico de Eloy de la Iglesia. Carratalá e incluso Cercas han realizado obras recomendables, entretenidas, tiernas y admirables nacidas del contexto quinqui.

Pero no nos engañemos, el sustrato de lo quinqui es la aberración, el malgusto, el exabrupto, la mentira y la delación. Lo quinqui, extraída la pátina romántica con la que la rumba carcelaria vistió ese submundo, es un desierto moral poblado de machismo, racismo y homofobia incapaz de conectar a sus miembros con nada que no sea expresable en oraciones simples sin demasiadas significaciones semánticas. Los Chichos y los Chunguitos eximen de parte de la condena de esa subcultura, pero su aportación es tan escasa como el gracejo choni, que nos arranca una sonrisa cómplice pero que desaparece tan rápido como el fulgor de la licra, tan del estilo.  

Hay una forma de hacer política que encaja en la adjetivación [quinqui] que denota lo chabacano, lo exagerado y lo inconsecuente

Pero este artículo no va de modas ni de interpretaciones antropológicas sobre la conducta de ciertas tribus urbanas (mejor dicho suburbanas) si no de los paralelismos que se pueden establecer entre el mundo semidelictivo del quinqui sociológico y la zafiedad con la que se conduce la derecha política. Para empezar, en la ontología de lo quinqui está presente un relato ficcional en el que se hace responsable a una fuerza extraña y superior de la mala suerte que le persigue a uno toda su vida. El quinqui se defiende frente a las fuerzas arrogantes de los “bienpagaos” como la derecha se enfrenta a la ideología de los progres que se confabulan para hundir en su miseria a la pobre gente de bien, que han tenido la mala suerte de nacer aquí y ahora. El quinqui tira de bardeo como Lasketty de asignación directa de obras sin concurso ni mierdas. El PP de Madrid no usa navaja de muelles sino contratos de millones, pero con la misma lógica, solo para defenderse de tanta mala follá

El quinqui es un ser abiertamente amoral capaz de vender a su madre y ocultar su pérdida bajo un lamento melancólico y salir del maltrago cantándola con dolor a compás de seguiriya. El quinqui como una parte tocha de los líderes de la derecha considera que su situación, y la vida así en general, abren una excepcionalidad que permite condenar a miles de ancianos a una muerte segura y correr a fotografiarse compungida hasta las cachas. La enajenación de la culpa se exorciza multiplicando el grado de la irresponsabilidad. El quinqui y el político de derechas tienden a reproducir sus errores originales convirtiendo sus gazapos en una cotidianidad. El quinqui hurta en almacenes o atraca bancos cada día y el político de derechas concede licitaciones o los rescata día sí, día no.

El PP de Madrid no usa navaja de muelles sino contratos de millones, pero con la misma lógica, solo para defenderse de tanta mala follá

Rasgo distintivo de lo quinqui que ha echado raíces profundas en la derecha es el sentimiento de pertenencia a grupo, los míos, tan protagonistas en las letras y las voces rumberas, asoman en su condición de hermano, primo o allegado en cada concesión de obra, servicio o compra. La derecha se parte la camisa por los suyos con más devoción que Camarón yendo de boda. El quinqui percibe el confort del grupo tanto como el derechista anota los favores de hoy que amueblan en bienestar del mañana. La diferencia estriba en que el cotarro del quinqui nunca sobrepasa los límites del descampado y la quincalla, mientras que el espacio del practicante de la derecha se eleva hasta las moquetas de los consejos de empresas, llenitos de los suyos. No percibir, no ver a los otros, menos aun si son pobres, tiene que ver con este rasgo tan quinqui de atención única y exclusiva a los míos (o sea los suyos) Y es una condición tan arraigada que no creo que pueda corregirse, porque para ello es necesario tener conciencia de parcialidad. Y ninguno de estos dos grupos sociales se caracteriza por ello. Si no a qué viene ese ¡matadlos! que uno no sabe si sale de una garganta tumefacta provocada por las malas condiciones de la vida del quinqui o de la bilis de persona soberbia nacida y educada para la venganza.  

No creáis que me refiero solo a los miembros de la derecha que más se significan, o sea que más aparecen en unos medios personalizados (tal como los quinquis tunean su buga para dejar impronta) Es algo mucho más común y extendido, por ejemplo su gusto urraco por los colores chillones y por la astracanada, que el quinqui luce en su vestuario y el derechista en su mentalidad. Si el quinqui se escuda en el manido para gustos los colores para defender sus dudosos valores estéticos, el derechista enmascara su ignorancia en la defensa de que no hay por qué revisar la historia, escrita ya de una vez por todas, y que lo que hay que hacer es oponerse a lo woke, revisitar los acontecimientos críticos no tiene sentido, ni para él ni para Motos, de hecho eso sería algo así como vestir a las chonis de Dior, un gesto inútil.

Dicho esto entonces ¿por qué habrán optado por Tamames para encabezar su revuelta? 

Derecha Quinqui