martes. 30.04.2024
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Bancada del PP en el Congreso de los Diputados.

La votación del jueves en el Congreso ha dado nuevos ánimos a muchas personas -entre las que me cuento- como viene ocurriendo en los últimos años con cada nueva valla que queda atrás en esta carrera de obstáculos en la que se ha convertido la política española.

Sin embargo, como todas las anteriores, esta valla saltada sin derribarla vuelve a dejar en el aire una fea sensación de provisionalidad, porque tenemos la sensación de que ir superando obstáculos, aunque sea lo posible y lo necesario, no es exactamente lo mismo que avanzar.

Avanzar, en la etapa que se abre ante nosotros, tiene que ser algo mucho más profundo, y el problema al que España se enfrenta para conseguirlo no es nuevo ni fácil de superar, y no es otro que la terca negativa de la derecha a aceptar el progreso, el cambio de los tiempos, la necesidad de abandonar unas posiciones exclusivamente resistencialistas para contribuir a dar forma al país en el que vivimos.

La responsabilidad de que suene imposible no es más que de quien se niega a discutir. Durante los únicos cinco años en los que la derecha fue capaz de hablar, los de la presidencia de Adolfo Suárez, este país, con todas sus deficiencias, dio un salto de gigante. Los siguientes pasos, que no han sido pequeños, los ha tenido que dar sin ella, o con ella colgando de las piernas como la negra bola de un condenado.

Lo que hizo en su momento aquella derecha no fue otra cosa que aceptar por fin que la realidad no era la misma en la que había vivido durante años. Que es exactamente lo que sucede ahora. La realidad ha cambiado. No es posible ignorar la profunda grieta que la Gran Recesión de 2008 abrió en la historia de Occidente, y es preciso seguir si de verdad se quiere salvar esa grieta.

Ni Feijóo ha ganado las elecciones ni el PP es el baluarte de una Constitución que no apoyó y cuyos desarrollos siempre ha tratado de frenar

Porque la historia avanza. Y, mientras lo hace, la derecha no solo se atasca sino que retrocede: una parte de ella mira de forma preocupante atrás, la otra vive en relatos imaginarios: ni Feijóo ha ganado las elecciones ni el Partido Popular es el baluarte de una Constitución que no apoyó, y cuyos desarrollos siempre ha tratado de frenar.

Basta ya de ficciones. La derecha española tiene que ponerse de una vez a avanzar, y se avanza hablando, y la catalana, que hoy representa Junts y también vive en sus propias películas, tiene que entender que para cambiar Cataluña tiene que ayudar a cambiar España, y no buscar aquellos caminos que contribuyan a que los populares claven más las piernas en el granito del Escorial y se nieguen a dar un solo paso. Para avanzar tenemos que convivir. Lo demás son ensueños, y hace ya mucho tiempo que murió Lord Byron como para seguir con el romanticismo a cuestas. Bajemos todos de una vez al suelo. Es preciso avanzar.

Avanzar