viernes. 26.04.2024
Foto: @EmergenciasMad

Dos economistas de distinta ideología un liberal y un comunista observan al mismo tiempo la noticia sobre el fallecimiento de un trabajador. De inmediato se ven envueltos en un acalorado debate sobre temas teóricos y como están ustedes pensando a medida que se alarga la discusión los argumentos de cada uno de ellos, cada vez tienen menos sentido común.

Yo que soy escritor pero no tengo estudios de economía, cuando he escuchado esta mañana al señor Almeida remitir la responsabilidad de la muerte por un golpe de calor, de un barrendero sexagenario que trabajaba para el Ayuntamiento de Madrid, a la empresa y sobre todo, a la Inspección de trabajo, no he podido dejar de pensar en abrir una casa de empeños, especializada en la compra venta de oro.

¿Por qué? Tengo cuarenta y cinco años y estoy de baja. Es más, esas palabras han tenido un duro eco en mi mente: han puesto de manifiesto el lado oscuro del liberalismo económico. Adam Smith además del precursor del capitalismo moderno era todavía un hombre con humanidad y conciencia. Prueba de ello es que en sus obras no justifica la ética del puro ánimo de lucro. Es más, su justificación intentaba ser más elevada y apelaba a algo casi espiritual.

Es decir, creía que los hombres engañados por su propia ambición y cegados por rutilantes oropeles hacían que el mundo se pusiera en marcha y que las naciones humanas formaran grandes riquezas. Era la acción y el avance de la civilización a través de una mano invisible -que era la competencia- la que en última instancia defendía la aparente falta de moralidad del mercado. Sin embargo, de eso hace ya mucho tiempo y el sistema capitalista, sobre todo en su versión más radical ha llegado a extremos que requieren de un análisis más elaborado.

Muchos han sido los que han teorizado al respecto, desde posiciones más mitigadas como Keynes hasta más puras como Friedman. Desde mi punto de vista la fluctuación de los niveles de intervención en el mercado obedecen a intentar ocultar la monstruosidad latente del sistema del libre mercado. El mercado es amoral esa es la verdad. Por eso parece lógico corregir en la medida de lo posible, dicha mano invisible, a tenor de sus injusticias y sus excesos. Nadie está hablando del comunismo pues ya estamos al borde del fin de la historia como ya advirtió en 1992 Francis Fukuyama. Pero sí es hora de crear un sistema con más conciencia y humanidad. 

En efecto, el trabajador fallecido había cambiado el turno. Lo que me hace pensar en la precariedad.  Es decir, mientras en Estados Unidos no encuentran trabajadores y cada vez suben más los sueldos, en España la precariedad laboral ha creado un sistema tan perverso que permite la posibilidad, al margen de la Inspección de trabajo, de que algunos avezados trabajadores fijos, abusen de los nuevos, haciéndoles trabajar demasiados días en situaciones de riesgo.

Todo bajo la amenaza velada de perder su puesto de trabajo. En otras palabras,  Los mercados, si no pueden costearnos las pensiones, dejarán que muramos en los puestos de trabajo para aliviar gastos. No he escuchado a nadie decir que una persona con sesenta años al borde de la jubilación es más vulnerable que joven de dieciocho.

En el futuro próximo, debido a las altas cotas de inflación y al cambio climático, este tipo de situaciones serán cada vez más habituales y a veces todo ese esfuerzo no será suficiente para pagar todos los gastos familiares, aunque siempre nos quedará para tener como único lujo, una sabrosa taza de café.

Acalorado debate sobre el cementerio laboral